Animales humanos
La separación humana del animal es una cosa muy dudosa, ligada al conservadurismo y al escepticismo fanático occidental, cartesiano, cuando se descalifica de partida a lo otro –lo que no eres tú mismo o el genio que te engaña: como si no fuera una profunda sombra–, al que ignoras y del que todo ignoras –para glorificar a Dios. Para Descartes los dos grandes pecados mentales son negar a Dios y que los animales tienen alma, un viejo postulado animista.
De los animales sabemos poco, y todo es abismante, muy gracioso, como muestra el enorme gusto de los niños por ellos (¿habrá un libro o una película infantil en que no salga alguno?). Tantos mitos y cuentos se tratan de animales, de cómo somos diferentes, de las fuerzas más intensas. El jaguar y el humano, los superpredadores, o la hormiga y la cigarra. Los animales son nuestro alimento. Por eso para los indios americanos, por ejemplo, no hay grandes diferencias entre ser animal o ser humano, nos intercambiamos. Todos somos, comemos, y hay que tener cuidado. Porque el otro viene y te come, aunque vivimos en supuesta armonía un buen rato. No más hay que estar atentos.
La caza y la guerra son el origen de la tragedia, del fervor y pavor de enfrentar la muerte. Cuando se van los dioses y quedamos solos, nos ponemos a cantar y a tocar música, como los indios en la selva o los pastorcitos con las ovejas. ¿En qué minuto el ser humano se atrevió a convertir a los animales en alimentación industrial? ¿Cuándo las masacres fueron tan fáciles? En Medio Oriente llevan siglos matándose, pero antes se contaba mejor la historia: es el lugar de los tres libros. Llenos de animales, arcas, ballenas, aves, corderos, demasiados humanos; la Biblia es política, como explica Robert Graves. En el Génesis el hombre viene después de los seres del agua y el aire, creados el quinto día, y los de la tierra, el sexto. Hay muchos cuentos graciosos y dramáticos, y prima sobre todo un dios bastante lejano y solo. En el Islam la creación es desde la soledad de Dios. “Solo yo soy humano, todo el resto es divino”, dice un chiste filosófico.
Antes, en los lugares del Mediterráneo donde hoy la gente vive y muere de forma menos guerrera, estaba lleno de diosas, luego dioses, la chacra griega, también amada por los niños. Cada curso de agua tenía su ninfa. Así los ríos y aguas, las montañas y los bosques eran sagrados –animados–, y lo son aún, en las viejas culturas.
Ahora un ministro, al declarar que cortaría el agua, la luz, la comida y las fronteras al lugar a bombardear, donde viven encerradas dos millones de personas –el primer ministro les recomendó irse: no tienen cómo ni dónde–, argumentó lidiar con “animales humanos” y actuar en consecuencia. Los asesinos les mataron a mil, la peor masacre en cincuenta años, y ellos hicieron lo propio con bombas en la oscuridad. Un mes después han aniquilado siete o diez veces más (siempre matan a más, porque pueden). Siete de cada diez son niños y mujeres. De 10 mil, 4900 niños.
“Es la guerra de los hijos de la luz contra los hijos de la oscuridad”, dijo el ministro al iniciar la segunda parte de la guerra: antes lanzaron avisos de evacuar con drones y los siguieron bombardeando sin parar. De repente sale un niño con un gato en alguna foto. Más animales, no humanos, no se ven. Por supuesto no debe haber pájaros, ¿quizás en la costa? Se ven madres con sus niños muertos, los cadáveres apilados, cubiertas por telas.La vida, evolutivamente, viene de saber vivir en la oscuridad, por eso el bombardeo nocturno es peor. El ministro probablemente no lo sabe ni le interesa.
Los jaguares tratan de no encontrarse jamás, para no tener que morir o matar. Los indígenas también: un jaguar es un humano disfrazado. Si no dejas vivir a los que viven, todo saldrá mal. Eso lo saben los animales, que cazan a sus presas con mucho cuidado. Los animales humanos ya no, aunque nacen de una madre y son más o menos peludos –mamíferos–, llorones y simpáticos. Para terminar convirtiéndose en asesinos, tan triste. A su lado parecemos bichos. Supuestamente insignificantes y molestos, sacrificables. Pero la vida –la interacción– no funciona con guerras, es insignificante y molesta. Así como no puede haber un bosque sin jaguar o zorro, sin monos o humanos, tampoco sin árboles, pájaros, termitas, hongos. No se puede matar tanto. ¿Cómo no lo saben?