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Anoche soné con Hitler


1. Soñé con Hitler y desperté, como es de suponer, pensando en él. Evidente que fue una pesadilla, una extravagante y terrorífica. Abrí los ojos y seguía ahí con su rostro de molusco asexuado y la mirada de víbora babeante, observándome desde una ventana vestido como bombero mientras yo entraba a una sala de clases en mi antiguo colegio de infancia, en Osorno. El inconsciente aullando desde las tinieblas. Ni David Lynch. Quise vomitar.


2. Atribuyo el sueño, en lo inmediato, a que anoche estuve leyendo Flores para Hitler de Leonard Cohen. Antes de poder cerrar los ojos (costó) me asaltó repetidamente la pregunta de por qué un poeta judío podía jugar en unos de sus textos con una imagen tan perturbadora.


3. El libro, que un primer momento se iba a llamar Opium and Hitler (Opio y Hitler), título que su editor rechazó no sé por qué razón, era perfecto fue escrito en su etapa semireclusiva en la isla griega de Hidra. En el poema “Folk” escribe:

Flores para Hitler bostezaba el verano

flores que recubran toda mi recién nacida hierba

y aquí hay una pequeña villa

están pintándola para una fiesta

aquí hay una pequeña iglesia

aquí hay un colegio

aquí hay unos perrillos haciendo el amor

las banderas resplandecen como coladas

flores para Hitler bostezaba el verano.

 

4. El poema es demencial. En vuelo surrealista va más allá de la palabra, de la sílaba; la letra no tiene nada que ver. Una escritura irreversible que tiene a Hitler como protagonista ¡a Hitler y a las flores! A lo demoníaco con el perfume (o el perfume de lo demoníaco); como si el horror en su versión más radical pudiera urdirse en una misma trama poética con la belleza así, con descaro, sin reparos ni complejos; dejando al lector en el borde, en la zozobra y ciego tratando, en mi caso, de responder al llamado de la bestia, a la seducción maldita de la literatura cuando quiebra.

 

5. Porque “Hitler”, el sustantivo, no el personaje histórico, es una región inexplorada que está más allá del odio en donde decir “el mal” ya no es suficiente. El Hitler palabra es un exceso del exceso, una indignante suplementariedad. Aquí los sentidos se astillan, el miedo no es miedo sino desfallecimiento y ruina. Y esto es justo lo que Cohen hace transformando a Hitler en nombre propio, obligándonos a definirlo; impulsando con este gesto una imposibilidad y una angustia igualmente radicales, porque el monstruo a este nivel es sin rostro y queda para siempre reptando en lo innombrable. Me refiero a lo que jamás podrá ser explicado por más que Cohen construya la palabra que atormenta la mente y suspira en la piel erizándola: “Hitler”. Entonces el lector, desesperado, es desplazado a un páramo sin concepto.

 

6. Leonard Cohen –con esta gestualidad poética de muerte– invoca eso que Freud llama das Ding, “la cosa”. Solo pronunciar el término inquieta, atemoriza. “La cosa” es un inciso en la “normalidad” de la cultura; algo que es irrepresentable o cuya representación está prohibida. No obstante sigue “ahí”, siendo ahí, saboteando ceremonias y abriéndose desde una zona marginal, martillando. Y queda “ahí”, la cosa, enclaustrada y sin lenguaje, pero al acecho; asediando con sus legiones de ecos deformados al mundo consciente y previsible. Das ding es entonces una formulación psíquica de pleno derecho, tiene carácter originario y conjuga en su a priori extremo la experiencia del dolor y del placer, del horror y la belleza, de Hitler y las flores. Escribe Freud en Proyecto de psicología para neurólogos: “Lo que llamamos cosas del mundo son restos que se sustraen de la apreciación judicativa [...] propiedad, actividad o movimiento de la cosa” (1895).

 

7. Entonces la recién nacida hierba, la villa, la iglesia, el colegio, los perros, el hacer el amor y las banderas resplandecientes son, en el poema de Cohen, flores para Hitler: flores que serán destruidas e incineradas al compás de la partitura deletérea del nacionalsocialismo.

 

8. No puedo dejar de pensar, además, que Cohen escribe sobre “flores bostezadas por el verano”. Y creo que aquí hay un asunto de fecha y efeméride encriptado en el poema. Los nazis invaden Polonia el 1° de septiembre de 1939 desatando la Segunda Guerra Mundial, es decir, cuando el verano en Europa estaba por terminar. El verano ya en su ocaso, en su bostezo, le regalaba a Hitler –el sustantivo– todas las flores de Europa para que sean inseminadas con su veneno de odio genético/racial/demente; con su mortífero sueño del Tercer Reich de los mil años.

 

9. Quizás mi sueño del Hitler bombero que me veía mientras yo entraba a mi colegio en Osorno tenga que ver no solo con el brutal poema de Leonard Cohen, sino que también con que el mundo, nuestro mundo, comienza a ser observado por el ojo de la serpiente y las flores amenazadas por la fascistización de los continentes. No lo sé. A lo mejor el hecho de tener ascendencia judía, mapuche, árabe y vasca construya imágenes en mi mente en las que mi propio Hitler me persigue por el color de mi piel morena para exterminarme con su manguera de fuego. El inconsciente también es político.

 

10. O tal vez exagero y Leonard Cohen nada más me produce penas de amor.

 

 

 

 

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