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Anotación de un diario [sobre la obra de Claudia Bitrán] 


 

La otra noche soñé con una mujer en bikini. Tomaba sol en una playa. A su lado se quemaba algo parecido a un prado. Casi nunca recuerdo mis sueños, pero este lo recuerdo vívidamente. Recuerdo la pose de la mujer con anteojos oscuros, su descuido, y el fuego muy amarillo al fondo. La tarde anterior había ido con Paula Recart al taller de Claudia Bitrán. Ahí nos mostró las animaciones que iba terminando: borrachos enredados en su propio vómito, un oso polar de zoológico descontento de su situación y Britney Spears dando vueltas en círculos en un salón de baile con distintas ropas y peinados.

 

La mujer en bikini de mi sueño corresponde perfectamente al tipo de obsesiones de Claudia: la adolescencia con toda la libertad que quiere y la poca que encuentra es uno de sus temas recurrente, que puede unir una obra que intenta la pintura, el video, la acción de arte, la instalación. Britney Spears, presa de su padre e infinitamente libre al mismo tiempo, no es un símbolo escogido al azar, aunque lo primero que la unió a ella es un parecido físico asombroso y la autentica pasión por su música en su propia adolescencia prolongada en su obra con una seriedad, una puntualidad y una exactitud que es cualquier cosa menos pubertosa.

 

A los adolescentes se les dice sabiamente que se les va a pasar eso que como el fuego de mi sueño se quema al lado de mujeres en bikini. Como se le va a pasar a tu hija la pasión por alguna cantante para adolescentes que crea y destruye Disney o Sony. Pero Claudia es la prueba viva de que hay alguien a quien no se le pasan esas cosas que deberían pasar. La prueba de que la fidelidad a ese momento esencialmente huidizo termina por tener la razón.

 

Crecieron juntas Britney y Claudia, descubriendo las dos que ser artistas es lo único que puede liberarlas, que es lo mismo que las encierra. Britney convertida en el negocio de su padre, Claudia presa de su puntillosa obsesión de seguir su vida. Por eso en la animación que nos mostró esa tarde en Bushwick, Britney gira y gira sobre si misma en estado de perpetua metamorfosis. Años y años, peinados en la misma secuencia. La cautiva no se escapa, no se va del lugar, pero consigue en pocos segundos ser muchas mujeres que Claudia Bitrán pinta una a una, sobre la misma tela en que se superpone las posibilidades de Britney que son quizás la de Claudia. Cada una de esas metamorfosis en el momento mágico en que se superponen una a la otra, son momentos visuales alucinantes que Claudia sabe pintar con una precisión y libertad envidiable. El hecho de que use pintura y pincel para retratar los estadios de la foto la hace volver a descubrir el fauvismo, el futurismo, el cubismo no desde la teoría sino desde la práctica, o sea, desde la necesidad de reproducir el baile en todas sus fases y construir entre las imágenes una continuidad propia por la que pasan todos los que han pintado antes el baile desde Degas a Toulouse Lautrec, de Picasso a Matisse.

 

Algo parecido pasa con los borrachos que al encontrarse en estado de conciencia alterada obligan a Claudia a alterar los colores y las formas, a doblar las gaviotas, a complicar la anatomía para que una mujer tenga tres o cuatro brazos al mismo tiempo. Una aventura visual que Claudia no se permite nunca solitariamente sino guiada por una narrativa, una historia, o los trozos de una historia que contar. Es quizás eso lo que caracteriza las animaciones y las pinturas que vi esa tarde, el enorme respeto con la historia que cuenta. Su pintura no es un comentario distante sobre un mundo sino el esfuerzo de pintar lo que fue un video perdido en un teléfono o un recuerdo desenfocado en la memoria.

 

Es la dignidad de las cosas que se pierden lo que con enorme esfuerzo Claudia quiere perseguir. El minuto que se va, el minuto antes de los vómitos en que uno no sabe como se llama, ese minuto en pleno giro salvaje en que no importa cómo te llamas. En esa pose en que nadie quiere posar, pinta Claudia a sus personajes. Porque habla de ellos como eso, como personajes de una novela o un cuento. Amigos, cercanos acerca de los cuales está destinada a contar la historia. El pobre oso polar aburrido del su lugar en el acuario, los borrachos al final de la escalera, esos bailarines sin música que no paran de dar vuelta sobre si mismo.

 

Su pintura tiene que ver con el trabajo de un novelista, en el sentido de que se aboca a entender en imagen las posibilidades de todas las metamorfosis. Ese es, según Canetti, el sentido de la literatura: reportar las posibilidades de una metamorfosis. Es lo que la pintura raramente logra: mostrar en lo que es lo que fue y lo que será, pero sobre todo las transiciones entre esas probabilidades misma del ser. Claudia cuenta el cambio, lo sigue, pero se queda también en cada etapa de esa transformación mostrando los desenfoques y lo renfoques, la luz en los ojos, el minuto tigre, el minuto fuego, el minuto trópico, el minuto muerto y el vivo. La unidad secreta o no de todas esas transformaciones cuenta una historia que como un sueño en vivo y en directo podemos mirar una vez más.









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