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Atender es aprender a esperar 


Ives Citton plantea que la crisis de la atención no es algo novedoso y que esta no es generada por los medios, sino por el capitalismo, el contexto socioeconómico que ejerce presión sobre el uso de los medios. Rebelarse, dentro de este marco, es estar distraído.

 


Leímos El eclipse de la atención, de Amador Fernandez Savater, mientras íbamos camino a ver a nuestros hijos. Yo lo leí en voz alta, mientras Germán prestaba atención tanto al camino como a mi voz. El libro trata sobre la atención. Constanza Michelson, en su libro Hacer la noche, señaló que, según un estudio de Microsoft en 2015, en la última década habríamos perdido cuatro segundos en nuestra capacidad de concentrarnos. Ocho segundos es el tiempo promedio que un ser humano mantiene la atención antes de distraerse con otra cosa, un segundo menos que un pez dorado.

 

Constanza se une a la ola de autores críticos con respecto a la cuestión del déficit de atención en una sociedad hiperconectada, hipersaturada y plagada de procrastinadores. Son críticos en el sentido de que plantean la pregunta sobre dónde se encuentra la atención en el presente, desde la lógica de la economía libidinal.

 

Hace algunos años, participé en un panel junto a uno de los neurólogos infantiles más destacados de la Universidad de Chile. Fue en un torneo de ajedrez; a mí me invitaron para hablar sobre el juego, mientras a él le correspondía abordar el tema de la atención. Recuerdo claramente sus palabras: afirmó que la única posibilidad de crear algo nuevo residía en desconcentrarse. Mencionó que la aspiración de dominar la atención de un niño era más bien una necesidad del mundo adulto, alimentada por la creencia de que los niños aprenden al mirar fijamente algo. Pero, sobre todo, resaltó que esta aspiración era impulsada por la necesidad de los adultos de que esas señales de vitalidad propias de las cosas vivas desaparecieran, al menos por un rato. Puede ser que estas reflexiones finales las haya imaginado, tal vez el neurocientífico no las expresó de esa manera, pero lo que quise entender de su conferencia resultó ser un alivio significativo.

 

Nunca he logrado concentrarme en una sola cosa.

 

Mi hijo mayor, en el último año, ha desarrollado un interés inesperado por el fútbol. Ante mi desconcierto, le pregunté cómo llegó a acumular tanta información en su cabeza: futbolistas, ligas, campeonatos, goles, mujeres de futbolistas e incluso rutinas deportivas de cada personaje. Su respuesta fue reveladora: “Mira, saqué todo lo que aprendí en el colegio y ahí coloqué toda esta otra información”.

 

Comprendí que los seres humanos prestan atención por amor y necesidad de compañía más que por cualquier otro imperativo institucional, incluso el materno. La necesidad de pertenecer parece ser el foco central de la atención. Aunque esta información no me resultaba del todo ajena, dado mi rol como psicoanalista y mi estudio previo sobre el tema, pero no todo lo que un psicoanalista estudia o escribe lo sabe realmente. En parte, leer este libro se asemeja a la idea de Simone Weil, quien plantea que solo aprende aquel que se deja “humillar” por lo que desconoce.

 

Es importante destacar que El eclipse de la atención no es un libro de neurociencia, aunque se la mencione, ni es un libro de psicoanálisis, aunque también se lo mencione. En esencia, se trata de un libro de filosofía política. La reflexión sobre la atención se lleva a cabo a través de una conversación que construye una genealogía sobre la atención como acontecimiento, analizando con cada interlocutor las consecuencias de poner en movimiento dicho concepto al interior de sus respectivos pensamientos.

 

El tema central de este libro es la atención, que interroga la presencia. La presencia, entendida como el estar aquí, se convierte en una señal inequívoca de un espacio intersubjetivo. Aunque pareciera simple, estar presente no siempre es fácil; a veces resulta imposible, y de hecho, en ocasiones, para escuchar es necesario estar ausente. Estar presente para otro implica la necesidad de vaciarse de contenidos para escuchar, una paradoja de la presencia cuyo registro evanescente escapa a lógicas cronológicas o físicas. A menudo, sabemos que estuvimos presentes a posteriori, en sueños, chistes, lapsus, desamores y nostalgia.

 

“Atender es, en primer lugar, dejar de atender a lo que supuestamente debemos atender: detener radicalmente la atención codificada, programada, automatizada y guionizada por la búsqueda de logros, objetivos o rendimiento. Si la situación está llena, saturada, nada puede atravesarla; no corre el aire, no hay atención ni deseo”, nos dice Amador en este libro.

 

Este enfoque se relaciona con la idea freudiana de interpretar un sueño, entendido como interpretar cualquier cosa para un psicoanalista. El soñante es el mejor interpretador, y la tarea del analista es seguir la pista a los detalles nimios, aquellos que pasan rápidamente y aparentemente carecen de sentido. Relanzar esos detalles mediante una interrogación puede abrir vías de asociaciones que revelan retoños inconscientes, los cuales, al vestirse con ropas preconscientes, han logrado acceder y ser parte de algo que necesita ser hablado debido a que ya están dichos.

 

Amador afirma que atender es aprender a esperar, una cierta pasividad, pero de forma activa, estando al acecho. Esto contrasta con los impulsos dominantes en la actualidad: impaciencia, necesidad compulsiva de opinar, mostrar y defender una identidad, falta de generosidad y apertura hacia la palabra del otro, intolerancia a la duda, googleo y respuesta automática, cliché. El embotamiento actual de la atención se relaciona con estas formas de saturación. Se trata pues de una definición precisa de atención flotante y de abstinencia analítica. Porque la abstinencia análitica no es quedarse callado a todo evento, sino aprender a leer y hablar de otro modo.

 

No obstante, este modo de atención en el trabajo del psicoanalista puede no ser necesario ni replicable en otros espacios. Las formas de habla en la vida social cumplen diferentes funciones. ¿Qué nos dice la impaciencia de la señora de la escuela palestina que no quería detener el habla de mi amigo Rodrigo Karmy para ajustar la presentación del ppt por Zoom para los que estaban conectados en línea? ¿Cómo se responde a la necesidad compulsiva de opinar, de mostrar y defender una identidad? ¿Qué es la intolerancia a la duda en el espacio social? ¿O la necesidad de confirmación y certeza que en este mundo incierto solo Google nos puede entregar? ¿Cuánto dinero exacto se robó Kathy Barriga? ¿Cuánta mermelada se comió la amante de Piqué? ¿Quién es Peso Pluma? Se habla por hablar, se escucha a medias, se hace por hacer, y en eso hay algo hermoso de los humanos también.

 

Este libro es maravilloso porque contiene la energía de una conversación en la que no siempre estamos de acuerdo, no siempre nos escuchamos ni leemos entre nosotros.

 

Ives Citton plantea que la crisis de la atención no es algo novedoso y que esta no es generada por los medios, sino por el capitalismo, el contexto socioeconómico que ejerce presión sobre el uso de los medios. La crisis de la atención es un problema colectivo, y asumir que estar atento está bien y estar distraído está mal es problemático. Citton argumenta que hay que distraerse del algoritmo, ya que todo lo que llega a través de las pantallas ha sido manipulado a partir de lo que nos gusta o queremos.

 

Rebelarse, dentro de este marco, es estar distraído.

 

Todos coincidimos en que si hay un problema con la atención, es porque tenemos un problema con el capitalismo. Esa es la esencia del asunto. Al final, la espera atenta es como poner un freno a la voracidad capitalista que lo absorve todo. Transformar todo en mercancía es, de alguna manera, convertirlo en algo masticable, tragable, destruible. No todo es mercancía, y lo que amamos debe ser salvado de la necrología del ya. Por eso es importante que existan espacios de “entrada liberada” que operen bajo lógicas de don y deuda filiativa. No toda deuda es negativa, y querer pagar por todo puede ser una forma de rechazar el lazo. Nunca hay ni habra proporción entre lo que damos y recibimos, en ese extra está el enigma del lazo social.

 

Estoy de acuerdo con Bifo Berardi en la forma en que añade al problema de la atención no solo la cuestión de la presencia, sino también la del tiempo. Bifo afirma que el capitalismo es un sistema de deseo sin placer y que para sostenerlo es necesario acelerar el tiempo, manteniéndonos siempre cansados. Vivimos a una velocidad de escuchar audios 2x en todo, incluso en nuestra lucha contra el capitalismo. Hoy es por Palestina, mañana por el apruebo, pasado contra SQM y el sábado contra Milei, y por la tarde, quién sabe. Nadie reflexiona entre medio. Solo reaccionamos desde el afecto y la indignación.

 

Pero el capitalismo nos ha convencido tan profundamente de esto que prácticamente nadie defiende el placer. En una conversación reciente con una amiga, hablamos del tiempo y me descubrí diciendo algo que creo que nunca había compartido con nadie: para el sexo se necesita tiempo. La fantasía de que todo debe ser rápido, como en las propuestas cinematográficas, las series, el porno, incluso si son imágenes deseables, no se puede alinear con el placer. Además, no entiendo por qué tendríamos que tener sexo apurado e incómodo. El sexo para los humanos está en el registro del placer, no de las necesidades vitales. Podemos esperar a tener tiempo para querernos. Eso pienso.

 

Es lindo que Bifo diga entonces que “la afectividad es una dimensión que no puede acelerarse más allá de un cierto punto” y que la relacione con el pensamiento crítico: “la facultad crítica, no es una facultad natural. En el mundo antiguo, en el mundo que llamamos primitivo o salvaje, el pensamiento crítico no era posible porque no existía el instrumento que permitía el tiempo lento del análisis textual. Es la escritura la que introduce el pensamiento humano en la posibilidad de la crítica”.

 

Bifo propone que para resolver el problema de la atención y la aceleración del tiempo es necesario recuperar la conciencia sensible, no como moral normativa, sino como ética de la sensibilidad. La sensibilidad proviene de la percepción del cuerpo del otro como propio, del sufrimiento del otro como propio sufrimiento, y es a partir de este sentimiento que podemos actuar éticamente. No hay ética sin empatía, y solo la empatía configura una ética que no sea policíaca ni obligatoria.

 

Sin embargo, discrepo en que esta empatía provenga del cuerpo de la madre. No creo que exista realmente un declive de la ley paterna, a pesar de que el psicoanálisis conservador sostenga esta idea. Prefiero adoptar la posición de Recalcati sobre la función del padre y universalizarla en la concepción ética que refugia nuestra política.

 

Recalcati propone que lo que salvaguarda la función tercera del padre en su declinación como función simbólico-normativa es la dimensión ética del testimonio. Esta respuesta del padre, como responsabilidad ética, radica en ofrecer una respuesta posible sobre cómo mantener unido el deseo a la ley, cómo sostener la alianza entre el deseo y la ley. Esta responsabilidad ética es lo que en última instancia queda del padre. La disolución del Edipo no implica la salida del padre de escena, sino la acentuación ética de su función, que ha dejado de ser trascendental. El padre encarna la división ética que significa que no todo es devorable. No habla, ni pedagogiza con ella, la transmite cuando se lo ve desfallecer, cuando sufre, cuando lo que hace no alcanza. Ese no es el padre del autoritarismo. Es la ética de quien se sabe vulnerable.

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