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Cómo narrar la muerte

¿Cómo narrar la muerte? Quizás debiéramos decir “cómo leer la muerte”. Esa muerte que se asoma con guantes quirúrgicos, la profilaxis, los fármacos. Lo antiestético. Porque la muerte es cotidiana, poco glamurosa. Y los significantes de la muerte conviven en esta existencia tribal y atávica: significantes que en “Atisbos” migran. 

 

No hablo de metaforizar la muerte, sino desplazarla: convertirla en minga. En hacer con sus diversas voces el cambio de escenario. Trasladarla de un lado al otro, pasarla de manos, hacerla gregaria. Y así leemos la muerte en Atisbos de Nicolás Poblete. La leemos polifónica, incómoda, grotesca, culpógena, saturada de referencias. El autor no le pide permiso a las palabras para corporeizar la muerte. La muerte es muerte como el san se acabó. Un vine, vi y vencí pese a los esfuerzos. 

 

Atisbo es sospecha. La intuición atada a las tripas. Otro enunciado para barrunto, donde me unto en el barro. Es saber dónde queda el Servicio Médico Legal aunque nadie nos haya citado allí. Creemos ostentar el poder de modificar el caos que precede a la muerte cuando no somos más que intersticios repletos de un vacío ignoto. Porque nunca NUNCA sabremos del otro. El espejo se rompe. No somos el otro. 

 

La impertinencia en este plano se dibuja con total certeza cuando leo: (p. 123)

 

¿Qué viste mientras caías?

Al vacío:

Una laguna de tinta china.

Un túnel lleno de puertas cerradas.

Manillas, botones dorados.

Solo destellos en el hoyo negro.

Las estrellas que se ven en los ojos con un golpe fuerte.

O peces ígneos en el fondo del mar.

En el fondo más profundo, donde no llega jamás la luz…

 

Es el ascensor en caída libre. No: en libre caída. 

¿Listo? ¡Por aquí! Acompáñeme por el pasillo, por favor. Sígame. Hágame el favor. 

 

¿Cómo leer la muerte? Como quien sobrevive, deshojando los minutos del día como desmigando un pan. 

 

¿Cómo escribir la muerte? Con total desprecio por la siutiquería. No me des la mano, no me tengas lástima. No, no necesito nada, mañana te llamo. Sí, estoy mejor pero ya se me pasará y voy a escribir con rabia y asco y con el reloj en contra y me van a leer y todo va a volver, porque la Parca se pasea dando respiros en las nucas. 

 

Nicolás Poblete Pardo reinaugura el tópico de lo exánime con una gracia difícil de adjetivar, pero aquí vayan algunos intentos: de manera grácil, antropofágica, tremendista. Cada verso nos fagocita y quedamos huesos. Somos huesos. De la materia de la que están hechas las explosiones siderales. Las estrellas. Todos terminamos por estrellarnos. 

 

Lo raro es vivir.

 



 




















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