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Corazones verticales


El trabajo de Macarena Jofré descubre su origen en una escena autobiográfica. Cuando estaba en el colegio, le pidieron llevar un corazón de animal para estudiar su estructura y funcionamiento. Su madre fue a un matadero y consiguió un corazón de vaca recién extraído. Era un órgano húmedo y tibio, aún palpitante, que le entregó a su hija en las manos, como si se tratara de un amuleto o de una ofrenda sacrificial.


Macarena recuerda este momento como un estímulo de gran intensidad donde se mezcla el asombro, el pudor y la fascinación. Desde entonces, la imagen del corazón quedó grabada en la poética de su escultura: un objeto orgánico que transita entre lo muerto y lo vivo, lo arcaico y lo emergente.


La obra que ha realizado la artista está amarrada a esta memoria. La palabra recordar viene del latín “recordari”, que significa “volver a pasar por el corazón”, pues es en este órgano donde, en la antigüedad, se ubicaba la sede de la memoria. Curiosamente, en los últimos años, la neurociencia ha vuelto a considerar esta función pensante del corazón. Se ha comprobado que este órgano posee miles de neuronas que intercambian información con el cerebro.

 

La obra de Macarena Jofré consiste en un conjunto de esculturas que dejan ver fallas y grietas por las que se asoma la materialidad interna de la obra. Estas presencias se prolongan en especies de antenas neuronales que comunican el suelo con el cielo, evocando la posibilidad de transitar entre distintos niveles perceptivos.


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La exhibición tuvo lugar en la Galería NAC




                                                                                    






 

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