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Cuando el sonido del mar se detuvo

Foto del escritor: Victoria AbaroaVictoria Abaroa


MUSEO DE LA SOLIDARIDAD SALVADOR ALLENDE
MSSA SANTIAGO
HASTA 27 de ABRIL

Aunque fuera por solo unos segundos, temí que el mar se la tragara por completo. El pensamiento era irracional, pues había visto a la artista viva tan solo unos minutos antes de ingresar a la sala de exposiciones del Museo de la Solidaridad Salvador Allende. Sin embargo, nuestro instinto suele imponerse a la razón, y el mío, visceral, se antepuso a la lógica. La figura de Gabriela Carmona lucía extremadamente delicada en aquella inmensa pantalla, cual cuerpo desfalleciente en el océano Pacífico.


La pieza había sido creada a partir de una docena de ropajes recolectados mediante una convocatoria pública.  Estos fueron donados por varias mujeres como una respuesta a una reflexión de Ana Gonzáles, mujer activista por los Derechos Humanos que se opuso a la dictadura en Chile. En un documental de 1996, denunciando la desaparición forzada de su marido e hijos, declaró que sentía que quería llorar mares, pero que solo se permitiría hacerlo cuando encontrara a sus familiares.


Hasta el día de hoy, cientos de chilenos perduran en situaciones como la de González, inseguros acerca del lugar de descanso de sus seres queridos. Sin siquiera tener la certeza de que aquel lugar exista, pues sus familiares podrían seguir sufriendo, o bien sus cuerpos podrían haber sucumbido a la destrucción ambiental. Esta cruda realidad continúa pesando sobre los hombros de los ciudadanos chilenos, incluso entre aquellos lo suficientemente afortunados– como Gabriela Carmona y yo— que no perdieron a nadie a causa de la violencia.


A diferencia de mi, algunas personas optan por responder ante esta realidad a través de su sensibilidad artística y profundo entendimiento. Esa es la razón por la que admiro el inquebrantable coraje de Carmona al enfrentarse ante la brutalidad del océano. Siendo capaz de reconocer su propio sufrimiento en el de otras personas, la artista se comprometió a salvaguardar su creación colectiva, trabajando los fragmentos textiles como torniquetes empapados del dolor. Ella se embarcó en un ritual para purificar aquellos vendajes en el océano, reusándose a soltar el manto hasta que la limpieza estuviera completa.


Considerando que cientos de cuerpos fueron arrojados al océano para hacerlos desaparecer durante la llamada operación “retiro de televisores”, la performance de la artista carga con un doble significado. Por un lado, permite que el agua limpie las vendas textiles, espejando un bautismo, reconociendo, a su vez, la fuerza de la naturaleza que había sido usada en su contra. Al hacerlo, la artista le devuelve al océano aquella inocencia que representó para ella durante su infancia, mucho antes de que se transformara en un símbolo de violencia.


Habiendo vivido junto al mar durante gran parte de su juventud, la artista tuvo suficientes años como para reflexionar en torno a su majestuosa presencia. ¿Cómo podríamos nosotros, tan pequeños y frágiles, entrar en contacto con una fuerza tan vastamente misteriosa? Tras un intenso cuestionamiento, ella optó por creer que se trataba de un alivio universal. Solo una fuerza tan enigmática y potente como el mar podría soportar el peso del sufrimiento humano.


El acto de Carmona llega a su final mientras ella se resiste al tironeo que el  mar ejerce en la manta, lo arrastra consigo y lo esparce a través de la arena. Las extensas tomas del manto descansando en la arena emergen en silencio, espejando los cuerpos arrastrados por el mar. Estos cuerpos flotantes imperfectamente sustituidos mediante textiles, denuncian una ausencia cuya herida no sutura.


Incluso aunque la decisión de la artista de no soltar la manta nunca estuvo en duda, ella jamás anticipó las repercusiones creativas originadas por su acción. Carmona no tenía idea de que años después, fragmentaría aquel gigantesco manto en un conjunto de vestuarios. Reconfigurados como dispositivos estéticos que llamó Encarnapieles, siete cuerpos ausentes cuelgan del segundo piso del Museo de la Solidaridad Salvador Allende, emergiendo como testigos silenciosos que resisten el legado de las desapariciones forzadas.


Las piezas son exhibidas en una habitación ubicada frente a otra en cuya pared se proyecta el ritual en grandes dimensiones, estableciendo una conexión entre las múltiples fases del desarrollo del proyecto. En el espacio aperturado entre ambas habitaciones, dos de las prendas adquieren presencia corporal mediante solemnes fotografías. Estas se presentan como escenarios de para las foto performances de Carmona, imágenes en las que  sostiene firmemente su postura mientras mira directamente hacia la cámara. Es como si estuviera desafiando al olvido, prometiendo eternizar el dolor en la memoria colectiva.


A través de los retratos, un acto simple como sostener una postura adquiere potencia, mientras la artista permite que los minutos se conviertan en testigos del dolor incrustado en la vestimenta. En esta quietud, la presencia de Carmona se convierte en un acto de resistencia, reclamando espacio para honrar la ausencia de cientos de cuerpos. Un pedestal de madera eleva su estatura, presentándose como un altar. En una de las imágenes, ella se encuentra sobre la estructura pulida, con los ojos parcialmente cerrados, encarnando su devoción—rezando en un altar precario en el que se ve obligada a convertirse en su propia santidad.


En la otra imagen, una frase bordada sobre su pecho lee “por encima de mi cuerpo”, un mensaje que en este contexto remite a la idea de “por encima de/ sobre mi cadáver". Optando por vestirse como la mismísima muerte, Carmona se diluye en la inmortalidad comunitaria. Cubierta de pies a cabeza en sus encarnapieles la identidad de la artista se disuelve en la colectividad, convirtiéndose en testigo de la ausencia de adorados desconocidos.



Cuando el sonido del mar se detuvo.  Fotografía: Jorge Brantmayer
Cuando el sonido del mar se detuvo. Fotografía: Jorge Brantmayer

MIRAR ETERNAMENTE POR ÚLTIMA VEZ


La artista no sería capaz de explicar exactamente cómo supo que su hermano estaba apunto de morir. Ella simplemente intuyó que sus siguientes inhalaciones y exhalaciones serían las últimas. Alzando su voz, pronunció el nombre de su madre, causando que esta se apresurara a la habitación. Sus precipitados pasos la guiaron a cruzar el umbral justo cuando el corazón de su hijo dejó de latir. Sus ojos azul verdoso se cerraron por unos segundos antes de abrirse una última vez, dejando su mirada perdida en el vacío. Fue en ese preciso instante cuando la melodía del océano se detuvo, marcándola con una imagen que la acompañaría de por vida.


Para su sorpresa, la artista no experimentó la muerte de su hermano como una vicisitud, para su gran extrañamiento, ella la experimentó como un descanso. Aunque el joven luchó constantemente por mantenerse con vida hasta el último momento, su entrega a la muerte fue absoluta, quizá porque sabía en compañía de sus seres queridos. Posiblemente, esa misma conciencia de proximidad fue lo que le permitió a la artista atesorar un destello de libertad en el instante en que su hermano partió: poder contemplar su alma abandonando el cuerpo, emprendiendo el vuelo.


A pesar de la paz con la que la recuerda, la muerte de su hermano sigue marcando su vida, cargando con ella un dolor que perdurará por décadas. Consciente de la magnitud de su propio sufrimiento, Carmona se considera incapaz de imaginar la experiencia de su madre. Perder a un hijo es como sobrevivir a una muerte perpetua. Además, aunque reconoce el dolor como una experiencia compartida, no puede comprender del todo la pena de las madres que perdieron a sus hijos durante la dictadura chilena, privadas de la paz que les podrían traer sus restos.


​​En la sala contigua a la que alberga la videoperformance—esa dimensión paralela en la que el sonido del mar nunca se detiene—Gabriela Carmona honra a cientos de madres en duelo, sumergiendo su pesar en el océano. Allí, frente a la naturaleza dinámica de la pantalla, yace un riel de acero plano, un arma vacía incapaz de ocultar su propia culpa. Su rigidez inmóvil contrasta con el movimiento perpetuo del mar, apareciendo como el cadáver de una ausencia pesada—silenciosa, inmutable y cargada de historia.


A través del cuerpo del riel, las palabras no volverás nunca más se añaden al peso simbólico del objeto. La frase convierte el sonido en escritura, tomada de un verso de un poema de ausencia que la artista lee en el video. tomada de un verso de un poema de ausencia leído por la artista en el video. En el poema, el viento susurra que su hermano no iba a regresar—una posibilidad que aún deja espacio para la duda. Pero una vez que las palabras aparecen grabadas en ácido, esa incertidumbre desaparece; la frase se convierte en una declaración definitiva. Esta conciencia une a la artista con las madres en duelo, cuyo dolor, como el ácido sobre el metal, caló una huella en sus corazones.

RAYUELA


“Yo ya no quiero hacer el amor con nadie”. La declaración esté escrita en la mitad de un sketch de Encarnapieles, escritas en la esquina inferior izquierda de uno de las 15 páginas de cuaderno que cubren las paredes de la habitación. Cada hoja presenta un ligero dobles en la mitad, separando la imagen de una frase que grafica la que se encuentra dentro de la figura. El boceto ilustra lo que se convertiría en uno de los primeros encarnapieles que creó en 2022, creada para una performance que reflexionaba en torno a la violencia contra las mujeres. En esa performance, la artista creó una serie de atuendos como los que exhibe actualmente en el Museo de la Solidaridad. Sin embargo, en aquel entonces  las piezas eran negras en lugar de rojas, simbolizando la siempre presente ausencia de un ser querido.


No quiero volver a hacer el amor con nadie." Esta declaración está escrita en el centro de un boceto de Encarnapieles, dibujado en la esquina inferior izquierda de una de las 15 hojas de cuaderno que cubren las paredes de una sala del museo. Cada hoja está ligeramente doblada por la mitad, separando la imagen de la frase que acompaña cada uno de los dibujos. Este boceto muestra el contorno de lo que se convirtió en una de las primeras prendas de 2022, creada para una performance que reflexionaba sobre la violencia contra las mujeres. En esa performance, la artista confeccionó una serie de vestuarios similares a los que ahora se exhiben en el Museo de la Solidaridad. Sin embargo, en ese entonces, las piezas eran negras en lugar de rojas, simbolizando la ausencia siempre presente de un ser querido.

La frase abarca múltiples alcances de la libertad, adaptándose a una diversidad de situaciones. En el caso de la participante del taller, la declaración se refería a una relación abusiva, pero también podría expresar simplemente la idea de que no se necesita a nadie para ser amado. Esta noción de independencia fascinó a la artista, quien había crecido con la enseñanza de que su valor dependía únicamente del amor que los hombres le brindaran.

La ambigüedad de la frase de la participante se extiende a los otros papeles en la sala, que presentan enunciados sin contexto. Mis ojos recorren las paredes, completando frases a medio escribir y relacionando su significado con los dibujos cercanos. Formas orgánicas se entrelazan con micropoemas en verso libre que, por sí mismos, desafían la lógica convencional. A pesar de su aparente aleatoriedad, las páginas que los rodean ofrecen nuevas interpretaciones cuando se observan con mayor detenimiento.


Un papel lee Te recuerdo antes del día y de la noche, otro dice Eres un pájaro marino que se escapa. Un tercero reza A su alma salvaje y oculta, una cuarta La misma que me acompaña. Mi mente se detiene en cada pensamiento, evocando imágenes que se podrían alinear con el sentir de la artista.


Los poemas en verso libre que surgen de mi lectura transmiten profundo sufrimiento, y el hecho de que pueda hacer conexiones entre mi vida y las obras de Carmona tangibiliza esa experiencia. Esta es precisamente la operación que la artista practica en sus piezas, que se experimentan como un

reconocimiento del dolor colectivo a través del aparente anonimato.


"Encontrar algún pasado debajo del agua" se lee en una de las frases de los bocetos en el cuaderno. La frase resuena con la acción que realizan los visitantes al explorar la escena proyectada en una pequeña pantalla en una de las esquinas de la sala en la que cuelgan los encarnapieles. El video prolonga el ritual de purificación presentado en la sala contigua, trasladando a los visitantes a una narrativa colectiva entrelazada a través del océano Pacífico. La pieza opera como un ritual más pequeño e íntimo, acercándonos al latido de un corazón anónimo, suavemente acariciado por las olas del mar.

Ante nuestra mirada desolada, Carmona nos ofrece un poderoso instante de libertad: un espacio para llorar las lágrimas que solo brotarían cuando la verdad saliera a la luz.



Fotografía: Jorge Brantmayer
Fotografía: Jorge Brantmayer

Fotoperformance. Serie Encarnapieles 2024. Fotografía Croma
Fotoperformance. Serie Encarnapieles 2024. Fotografía Croma




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