Daniela Castillo: La difuminación de uno mismo
Ochenta y nueve mil sesenta y dos. Esa era la cantidad de posibilidades de que una simple letra A tenía en un cuaderno encontrado por la actriz Daniela Castillo Toro. La vocal era la primera letra de una palabra que nunca llegó a escribirse por completo por su madre, Ximena Toro Vega, terapeuta ocupacional y académica de la Universidad de Chile, diagnosticada años antes con Alzheimer. Amor, ayer, antaño, admitir, azul, acepto… ¿Cuál de todos los vocablos habría elegido su mamá? ¿Qué hace una hija ante el silencio, ante un misterio no resuelto?
Esa idea es una de las premisas del biodrama “Mi madre nada”, una idea original de la actriz y de su colega Nicolás Lange Chamorro cuyo texto se basa en los diarios de Ximena y las memorias de su hija.
Presentada durante el mes de julio en el Teatro La Memoria, la obra juega con el concepto de arqueología (otra palabra con A) de la memoria, una excavación de una hija de 37 años que busca entender a su madre 61 y cómo en la escritura esta se sintió libre. Es, también, la historia de miles de familias que tuvieron que exiliarse y que retornaron a Chile, a este país que olvida sin necesariamente tener Alzheimer. A un país que –parafraseando una de las frases del espectáculo– pareciera que tiene polvo en el cerebro.
Cuando alguien tiene algún trastorno se tiende a hablar de lo que cambia en la persona o en los vínculos. Me gustaría ponerlo desde otro lugar: ¿qué es lo que se mantiene?
Me acuerdo que a un amigo que también tiene a su mamá con Alzheimer le habían aconsejado que nunca perdieran la relación madre-hijo, que ella nunca dejara de sentir que es una madre. Hasta hoy lo trato de hacer así. Obviamente ella tiene capacidades limitadas, pero sigue siendo mi mamá. A veces pasa que yo me pongo a discutir con mi papá, empiezo a perder la paciencia y mi mamá hace un gesto como si me retara todavía. Y lo que cambió… ahora yo le cuento muchas cosas, ahora ella no habla, y ahí empecé yo a hablar. Creo que empezó una relación entre nosotras mucho más de amigas.
En la película Siempre Alice, una de las hijas de la protagonista actúa y le pregunta a la mamá qué siente cuando lo hace. Vi a tu mamá en la primera fila en el estreno de Mi madre nada y me pregunto: ¿pudo expresar su opinión de alguna forma?
La verdad es que no dijo nada, excepto que me preguntó mi nombre, y eso es algo que no había hecho. Me dijo “¿cómo te llamas tú?”, y yo le dije “soy la Dani”. Eso fue después de la función, cuando estábamos con mi familia en el escenario. La fonoaudióloga que lleva el caso de mi mamá me decía que a veces creemos que las palabras son todo lo que nos sirve para comunicarnos, pero en realidad en estas enfermedades los gestos, las miradas, las acciones son otro sistema de comunicación tan válido o importante como las palabras. Entonces, en ese sentido, lo que me dijo de la obra es que estaba muy contenta. Ella estaba feliz, estaba feliz.
Hablas mucho de las palabras y los silencios en la obra y está esa gran duda de qué pudo ser esa “A”. ¿Qué palabras te imaginas que podrían haber sido?
Pienso que quizás quería decir “antes”, por el pasado; amor; Adolfo, que es el nombre de mi papá; Alzheimer, Alois Alzheimer; Auguste Deter, la primera paciente que estudian...
¿Alguna palabra que te hubiese gustado particularmente?
Ahora.
En la obra comentas que en tu familia tienen un respeto muy grande por la intimidad. ¿Cómo ha sido para ti explorar la intimidad de la familia públicamente y también –como hija– hacer ese trabajo de arqueóloga de ir excavando y leyendo diarios de tu mamá que deberían ser privados?
Ha sido algo nuevo para mí, nunca había hecho teatro poniéndome en el centro de la obra. Es bien raro, es un salto muy al vacío esta obra. Además, siempre me da pena actuarla. Ya la he hecho mucho, puedo hacerla y no derrumbarme haciéndola, pero igual es un tema súper personal. Mis hermanos todavía no leen el diario porque cuando yo lo encontré lo leí y lo cerré: me puse brava, lo leía y lloraba. Era muy heavy porque dice cosas muy tristes y otras muy bonitas, es como escucharla y eso me emociona bastante, es nostálgico. Ahora yo lo quiero fotocopiar a mis hermanos que aún no lo leen, porque yo lo he guardado desde que lo encontré, porque es muy valioso.
¿Sientes que la lectura del diario y esa búsqueda que haces en la obra es, en algún sentido, una forma de seguir extendiendo la existencia de esa madre, de cuidarla y cuidar la memoria de quien ella fue?
Sí, para mí es como tratar de hacerla aparecer imaginariamente porque el teatro nos da la posibilidad de inventar y eso que está ahí no es verdad, es mi invención con Nicolás (Lange Chamorro), lo que hicimos para traerla. Es una suerte de oda a mi madre, una palabra que me enseñaron en quinto básico: una oda tiene algo poético, eleva desde una belleza algo. Y en realidad es eso: la levanto con toda la admiración, el cariño y las ganas de que todos puedan ver un poquito de ella en la obra.
Dices que en la escritura tu madre se sintió libre, ¿crees que en el teatro te sientes libre de lidiar con su Alzheimer?
El teatro sí me brinda ese espacio de libertad. Además, yo me he equivocado, me he ido a blanco durante la obra. Se me cruzaron como seiscientos cables, pero la gente me ha dicho “da lo mismo”. Esta no es una obra donde yo quiero mostrar mis virtudes, lo importante es estar ahí haciendo el ejercicio de contar una historia de amor entre una madre y una hija, incluyendo todo lo difícil que eso es. Es una obra que acepta todo.
Hemos hablado de las palabras. Pero, ¿qué lugar tienen los silencios?
En el fondo es lindo quedarse callada. Tiene algo muy bonito, sobre todo si hay una persona en el escenario. La obra está empezando, la gente está mirando, nadie va a decir “qué pasa”, no, la gente va a esperar.
Viendo la obra, pareciera que la vida de tu mamá fue más de silencios que de palabras. ¿Has aprendido a reconocer eso y a valorarlo más?
Sí, al menos estoy en ese camino. Mi mamá nunca fue tan habladora, eso es importante porque hay otros desarrollos de Alzheimer donde la gente habla un montón aunque después no se entiende nada, pero la persona sigue hablando.Yo pensaba, cuando hice esta obra, que ella siempre fue una gran oyente y por eso era tan querida. Era una gran consejera y para ser una gran consejera tienes que saber escuchar muy bien. Hasta ahora siempre que le quieres contar algo importante para ti ella va a escuchar. Si le dices “mamá, te quiero contar algo”, ella cambia su atención, pone su máximo oído, su percepción y su atención lo más agudizada posible. Por eso la obra es un monólogo de hablar, es como lo que nos pasa con ella: yo le hablo, lo que hago con ella es hablar, es un gran monólogo.
Annie Ernaux también tuvo una mamá con Alzheimer y escribió un diario con la frase “la prefiero loca que muerta”. ¿Qué te produce eso?
Me leí ese libro y es estresante porque eran los escritos de cuando llegaba de verla. Es muy parecido a la idea de “me perdí a mi misma” o “estoy aquí y en todas partes, aquí y ahora”: esas son frases que dijo Auguste Deter cuando le hacían estudios y preguntas sobre el Alzheimer. Son frases hasta poéticas.
Hagamos ese juego: ¿Alzheimer es…?
Es la difuminación de uno mismo. Es como si te empezaran a borrar, como cuando uno dibuja con lápiz grafito y alguien comienza a borrar. Se empieza a ver una mancha gris, pero a pesar de eso sabemos que ahí había un dibujo.
Finalmente, ¿mi madre es..?
Lo mejor que hay.