David Rieff contra la memoria
Cronista, corresponsal de guerra y ensayista, el hijo de Susan Sontag publicó Elogio del olvido hace cinco años. Sospechoso del concepto de memoria colectiva —”no creo que recordar sea necesariamente mejor que olvidar”, dice—, se considera un malpensante y, a diferencia suya, recuerda a su madre como una optimista. “No creo que el siglo XXI sea uno de progreso”.
por Cristóbal Bley
“Donde hay paz no habrá verdad”, dice un maquiavélico refrán que bien pudo haber sido el epígrafe de Elogio del olvido, el último ensayo de David Rieff (Boston, 1952). Lanzado hace cinco años, sintetiza lo que observó como reportero en Bosnia, Ruanda, Liberia, Sierra Leona o Kosovo, territorios donde la memoria fue usada como arma de guerra: bandos obsesionados con ver la realidad solo en el marco de sus propios recuerdos, capaces de cometer atroces crímenes justificados por su versión del pasado.
Con abundancia de ejemplos —como el de ciertos colonos de Israel, que ocupan territorios fuera de su estado (como el asentamiento de Givat Assaf en Cisjordania) empujados por el recuerdo de que “en este lugar exacto, hace 3.800 años, la tierra de Israel fue prometida al pueblo hebreo”—, Rieff no reniega de la importancia de la memoria colectiva pero sí desconfía del imperativo revisionista que hoy predomina, donde todo lo dicho o hecho, sin importar si ha pasado una década, medio siglo o 3 mil años, pareciera merecer o una reivindicación violenta o bien una ciega cancelación.
“La conmemoración puede ser aliada de la justicia, pero no es una amiga fiable de la paz, y el olvido sí puede serlo”, escribe. “Un ejemplo de ello es el llamado pacto del olvido en España entre la derecha y la izquierda que, si bien nunca se formalizó, resultó esencial para el acuerdo político que restauró la democracia tras la dictadura de Franco”.
Frases como “un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro” o “sin perdón ni olvido” le causan escozor. Más bien se queda con unos versos de la nobel polaca Wislawa Szymborska, testigo tanto del horror nazi como del estalinismo en su país, quien escibió: “La realidad exige / que también se diga: la vida sigue. / Sigue en Cannas y en Borodino / y en Kosovo Polje y en Guernica”. En una entrevista por Skype realizada el 2017, Rieff contestó estas preguntas que hasta ahora no habían sido publicadas.
El concepto de memoria colectiva está instalado casi como un dogma para muchas naciones que vivieron un pasado trágico. ¿Cómo llega usted, con su libro Elogio del olvido, a esta reflexión opuesta?
Para empezar yo soy ateo, y por lo tanto tengo un gran escepticismo a cualquier dogma. Tanto de izquierda como de derecha. Y más que un biempensante yo soy un malpensante. Y quiero escribir preguntándome cuestiones difíciles. Normalmente, las personas buenas piensan siguiendo los pasos de Santayana, quien decía que recordar es en esencia un acto moral y olvidar un acto inmoral. Pero yo no estoy de acuerdo con esto. Creo que depende de las circunstancias. Es posible que en Chile ustedes tengan que seguir con la memoria algunos años más. Pero insisto en que todos, nosotros, nuestros países y nuestras sociedades seremos olvidados en el largo contexto de la historia. Entonces hablar de la memoria como un dogma me parece muy curioso, porque la realidad es otra. Para hablar más específicamente de mi propio camino, he visto los peligros, o más exactamente los daños de la memoria en los Balcanes. Trabajé como corresponsal durante las guerras de Croacia, Bosnia y Kosovo, y creo que ahí al menos la memoria sirvió a la guerra y no a la paz, ayudó a la injusticia y no a la justicia. Yo diría lo mismo en el caso de Israel y Palestina, donde un poco de olvido sería una buena cosa. En Irlanda también. He pasado mucho tiempo ahí y creo que la memoria ha servido para facilitar la continuación de la guerra. Pero no trato de presentar el revés de la propuesta de Santayana, no digo que siempre es mejor olvidar que recordar. Digo que depende de la situación. Tengo una visión menos ideológica y más pragmática del olvido y del recuerdo.
Su planteamiento, entonces, será muy polémico en Chile, porque desde la izquierda se critica mucho el proceso de transición tras la dictadura de Pinochet. Se le reprocha a la Concertación haber intercambiado paz por justicia.
Lo imagino. Y de alguna forma, estoy de acuerdo con ellos. Es decir, la paz y la transición fueron injustas. Pero al mismo tiempo estoy en desacuerdo con ellos porque prefiero eso que otro Golpe de Estado. Por ejemplo, una vez Ricardo Lagos, que no es un amigo pero coincidimos en algún evento, me contó, junto a otras personas en una cena, que en Chile hubo amenazas de golpes durante la transición. Que el ejército chileno seguía comandado por Pinochet y que la mitad de la población apoyaba la dictadura. Entonces, pensar que existía la posibilidad de una transición más justa, yo no la creo. Pero fue injusta, absolutamente. En eso estoy de acuerdo con esa izquierda, pero finalmente tienes que medir el nivel de riesgo que estás preparado para aceptar.
¿A eso se refería cuando, en otra entrevista, decía que sus amigos chilenos se enfadarían con esta tesis?
Tengo muchos amigos en Argentina, y ellos, como muchas personas en España, utilizarían la frase que dijo Blake sobre Milton: que pertenezco al partido del diablo sin saberlo. Creo que en Chile, como ha pasado en otros países, la gente dice —y sin equivocarse totalmente— que mi libro da un cierto poder a las personas malas, potenciándoles su argumento de que olvidar es bueno. Eso puede ser verdad. ¿Pero qué puedo hacer? Hay momentos en los cuales tienes que elegir entre la paz y la justicia. Para el movimiento de los derechos humanos, todas las cosas buenas van juntas hacia el paraíso, y para ellos no es posible la paz sin la justicia. ¡Pero eso no es verdad! Si pensamos en Bosnia, la paz que existió después de la Guerra de los Balcanes fue muy injusta, pero para mí es una paz y prefiero eso que la guerra. O hablemos de Colombia. Yo creo que el acuerdo entre las FARC y el Gobierno no era tan justo, y quienes lo criticaron hablaron mucho de impunidad. Pero entre una paz injusta, que no es la ideal ni la de nuestros sueños, y la continuación de una guerra muy brutal, prefiero la paz injusta.
Ha dicho que hemos llegado al punto maximal de la democracia, considerando que hoy en día, y en varios países, esta ha retrocedido más que avanzado. ¿Tocamos techo en términos democráticos?
No creo que el siglo XXI sea un siglo de progreso. Si llegamos a proteger algunos de los logros conseguidos durante el XX, pienso que vamos a poder felicitarnos. Con ejemplos como el fenómeno de Trump, como Duterte (en Filipinas), como los evangélicos en Brasil, la anarquía en América Central o los conflictos en el Medio Oriente, no veo un futuro lindo para la democracia.
¿Eso fue todo? ¿Hasta ahí nomás llegamos?
Seguramente hay lugares en los cuales veremos más logros democráticos, pero hay otros en los cuales creo que vamos a ver la ruina de la democracia. Hay aspectos democráticos, pero creo que el sistema está pasando por momentos muy difíciles aquí, en Europa Occidental y para qué hablar del imperio de Putin en Rusia o de Xi en China. Tenemos allí un modelo de capitalismo muy exitoso pero también muy autoritario, para describirlo de manera bastante moderada. Tampoco diría que los Estados Unidos son un país democrático en este momento. Y no hablo sólo por Trump, sino de la influencia del dinero en la política. Creo que hoy Estados Unidos se parece más a Brasil que a Dinamarca. Este es un momento muy difícil en mi país, un momento oligárquico.
Hace no mucho tiempo entrevistamos a Richard Sennett, y para él la única esperanza era que el sistema colapsara, se desmantelara y comenzara de nuevo.
Él es mucho más optimista que yo. Yo creo que el resultado de la ruina del sistema será un nuevo Hitler. Pero bueno, es mi pesimismo, está en mi ADN.
Pero Susan Sontag, su madre, era una optimista.
Mucho más optimista que yo, aunque creo que un poco menos que su reputación. Ella hubiera simpatizado con la famosa frase de Gramsci: "soy un pesimista debido a mi inteligencia, pero un optimista debido a mi voluntad". Intelectualmente creo que ella también fue pesimista, pero creo que tuvo más esperanza que yo. Ella murió a los setenta pero quería llegar hasta los cien. Me contó una vez que quería vivir treinta años más para ver hasta dónde podía llegar nuestro nivel de estupidez. Me parece una frase muy optimista.
¿Qué le parece la vigencia de su legado intelectual? Al menos en español se han publicado varios libros sobre ella en los últimos años.
No me sorprende, porque creo que mi madre siempre tuvo un público bastante grande en el mundo hispano. En España, en México, en Argentina, y creo que en Chile también. Pero no me ocupo mucho de biografías o de ensayos escritos sobre ella; me ocupo de su obra póstuma. Revisar sus traducciones al castellano y también de la publicación de los libros. Pero no soy adivinador y cuando la gente me pregunta qué hubiera pensado tu madre de esto, les digo: ¡no sé! ¡Cómo podría saberlo, imposible! No quiero jugar a interpretar su obra para el nuevo siglo. Creo que hay muchas personas que leen sus libros y ensayos, y veo que ella existe para mucha gente. Que nunca la conocieron, que empezaron sus vidas adultas después de su muerte. Pero no trato de influir en ese fenómeno.
David Rieff