Diplomacia musical: la red que conecta a China y los Andes
China hoy es nuestro mayor socio comercial. Pero durante décadas esta unión ha significado mucho más que cerezas de temporada o tecnologías de telecomunicaciones y transporte. En general, cuando decimos China, pensamos en el vasto mundo de diferencias culturales entre ambos países. Nos hemos acostumbrado a la caricatura del artista occidental ataviado en ropajes chinos como una forma de cooperación internacional.
Matsu 媽祖 Experimentación Sonora
La cultura chilena sigue la ruta del comercio chileno, que hacen el vino o las cerezas un interés exótico y distinto. Pero esta diplomacia de la diferencia tiene sus límites. Hoy más que nunca, necesitamos una diplomacia cultural de la similitud, y retomar el flujo cultural de intelectuales, y artistas que desde los años cincuenta crearon una relación de amistad y cooperación con China. Esta diplomacia cultural de las similitudes no solo acompaña el proyecto comercial, sino que nos guía al momento de crear nuevos enlaces. Quisiera compartirles desde mi experiencia un potencial inexplorado para pensar este tipo de diplomacia: la práctica común de las artes folklóricas. Durante mis quince años de trabajo con China como investigadora, músico y folklorista en delegaciones diplomáticas, descubrí de manera más o menos espontánea, cómo el folklore, y particularmente la música, tienen una inmensa capacidad para unir culturas a ambos lados del pacífico.
El año 2008, un grupo de folkloristas chilenos nos detuvimos en la Plaza Tiān'ānmén antes de entrar a la Ciudad Prohibida. Allí nos encontramos con un pequeño ensamble de música china. El encuentro fue un breve descanso en medio de una intensa misión diplomática del gobierno chileno a Beijing. Improvisadamente, los músicos chinos comenzaron a tocar piezas tradicionales. Allí descubrí la fuerza de nuestras similitudes. Los músicos ejecutaron una melodía con el paixiao, una flauta de pan construida a base de bambú. Su forma se me hizo extrañamente familiar. El instrumento agrupaba tubos de diversas longitudes que el músico soplaba directamente por uno de sus extremos. Entonces, me di cuenta que el paixiao era extremadamente parecido a la zampoña o siku, construido a base de colihue que la delegación de folkloristas chilenos llevábamos para tocar el repertorio del norte de Chile. Esta flauta traía a Tiān'ānmén un sonido desde el otro lado del océano.
Desde ese momento, no pude evitar preguntarme ¿por qué dos culturas a tanta distancia habían producido instrumentos prácticamente idénticos? El primer asombro fue musical. El músico chino y yo tocamos en el gran lenguaje común que une a estos dos mundos musicales: el uso de la escala pentáfona, es decir, la consecución de cinco tonos que configuran una escala musical y que podemos encontrar en la música tradicional y popular a lo largo de la historia en múltiples formas y culturas.
Poco a poco, comencé a encontrar un mundo más complejo de similitudes. Ambas tradiciones musicales se originaron en cordones montañosos, desde las montañas de Sichuan hasta los Andes. Además, los materiales que usaban para la construcción de sus instrumentos venían de especies tan similares que a primera vista hasta podrían confundirse; me refiero al bambú chino y el colihue andino. Un universo común de sonoridades, pero también especies naturales, geografías y oficios, resonaba en los soplidos de esa flauta. Es así como esta misión diplomática, me mostró el potencial de la música folklórica para visibilizar una enorme red de conexión cultural transpacífica entre los Andes y China.
Más de una década después de este hallazgo, pude dar forma musical a esta intuición que seguí indagando en cada misión diplomática a la que asistí en la República Popular. El año 2021, el Consulado de Chile en Shanghái me invitó a realizar una instalación sonora en el marco de una exhibición sobre la poesía de Gabriela Mistral, durante la semana de promoción comercial más relevante realizada por Chile en China llamada, Chileweek. La solicitud fue producir una obra que celebrara la fraternidad entre ambas naciones. Entonces, retorné a mi archivo de recopilaciones de música tradicional china y andina. Me concentré en las similitudes. Al momento de estrenar la obra en Asia, la audiencia reconocía esta pieza como una composición china y a su vez, cuando se estrenó en América Latina, el público reconoció en ella una pieza musical andina. En ambos casos, la aparición de la confusión sonora se disipaba cuando aparecía la voz cantada en español o en chino mandarín. Pero mientras persistía, por un momento, los oyentes chinos escuchaban los soplidos de una quena o una zampoña como si fuera un instrumento chino. En otras palabras, por unos instantes, la música andina resonó con la familiaridad de su propia casa para los oyentes chinos.
Gracias a esta pieza híbrida, la música operó como una forma de la diplomacia, permitiendo generar un entendimiento entre culturas separadas por el océano más grande del mundo. La fuerza de la similitud se vio incluso aumentada por la crisis de salud mundial. El COVID impidió que pudiera asistir a mi propio concierto de la primera pieza estrenada por Matsu 媽祖 Experimentación Sonora, del género al cual decidí bautizar como Sino – Andino. Pero gracias a la tecnología pude estrenar esta forma de diplomacia musical en Shanghái.
Hoy tenemos la oportunidad de ir más allá de la lógica puramente comercial entre China y Chile, y establecer un intercambio fructífero donde la economía y la cultura puedan trabajar juntas. Contamos con un recurso muy eficaz en la diplomacia de la similitud que emerge de la música folklórica, que permite que en China se oigan con afecto las melodías de una zampoña y que entre chilenos podamos encontrarnos entre las hojas de un bosque de bambú.
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