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El archipiélago anterior: +Edouard Glissant. El pensamiento de la créolisation errante



Este libro es una biografía intelectual, publicado en la colección “Rostros de la filosofía iberoamericana y el caribe” de Herder. La autora, Angélica Montes Montoya, doctora en filosofía, académica y ensayista, posee una vasta trayectoria en la temática, lo que se plasma en la precisión y en la claridad con que entrega los elementos primordiales que conforman el pensamiento del filósofo, poeta y escritor Edouard Glissant (Martinica, 1928- París, 2011).

 

Se trata, por cierto, de una tradición intelectual extensa pero que, al menos en Chile, no ha hegemonizado los espacios académicos. Sin embargo, alude a una tradición múltiple compartida y forjada junto a otras figuras relevantes como Aimé Cesaire y Frantz Fanon, y en los que la historia de la colonización, la esclavitud y su consecuente ordenamiento del mundo no pueden omitirse.

 

Es oportuno indicar que es la misma categoría de “archipiélago” ‒nota distintiva de la geografía caribeña‒ la que favorece una imagen de este pensamiento insular, fragmentario, errante y móvil. El archipiélago alude a una multiplicidad de islas que responden a un accidente geológico común. Así también, el pensamiento de Glissant es parte de una relación rizomática con otras figuras intelectuales, pero también con un abanico de formas de pensar que entremezclan la historia, la poesía, la literatura, la filosofía. De este modo, el pensamiento de Glissant emerge en un paisaje de adiciones y relevos: “Un mundo de archipiélagos en relación (o anudamientos)”, dice Montes.

 

Esta constelación de componentes vitales, conceptuales, geográficos, identitarios, históricos y estéticos ‒en un movimiento que los anuda sin descomponer su singularidad‒, permite el asomo de aquella noción que pone en forma la algarabía del pensar de Glissant: la créolisation.  Deliberadamente intraducible, necesariamente indómita a las cesuras rígidas de la modernidad disciplinaria, la créolisation permite seguir el movimiento de la errancia sin aferrarse a la nostalgia de la identidad o el origen perdido: “El mundo créole significa que es un pueblo o sociedad compuesto e inextricable. El mundo créole es un mundo que no reclama la unidad, sino que aspira a la diversidad como un fin en sí mismo; un mundo habitado por lo inesperado”. La créolisation resulta entonces en una categoría de vocación tanto ontológica como epistemológica; persigue asumir el mundo en su confusión e interferencia. La créolisation no señala únicamente una condición hibrida del encuentro sino más bien la disipación de los contornos nítidos en favor del dinamismo de su desvanecimiento y la imposibilidad de declarar su unidad e indivisión.

 

Para arribar a este contrato de sentido, Angélica Montes se detiene en algunas otras nociones clave que están desde luego implicadas. La relación comunica las conexiones y modificaciones recíprocas que acompañan la errancia y el desplazamiento ‒aun cuando este ha sido fruto de un desalojo violento y de un desarraigo doloroso‒, y que dibujan un espacio de encuentros compartidos y transformaciones necesarias. Sin desconocer las atrocidades de la historia, Glissant pone el acento en el continuo que se abre a partir de esa misma experiencia de desarraigo: la potencia de una vida que resiste y se recompone en los recovecos de la crudeza. La relación es entonces una mirada hacia la ocasión imprevista de lo que deja la vida en su mismo devenir, “incluso en medio de la agonía y la perdición emerge la oportunidad”. En el caso específico de la historia de las Antillas, la violencia de la esclavitud sobre las poblaciones transbordadas permite la sacudida de la universalidad: ya no es posible seguir pensando de la misma manera cuando se constatan jerarquías y privilegios en su condición de artefacto de dominio.

 

Por su parte, la categoría de Todo-Mundo viene a confirmar lo inacabado del mundo como pretensión de sistema perfecto de sentido. Lejos del mundo como algo uno e indiviso y de las clasificaciones ordenadoras acabadas, el Todo-Mundo acusa lo imprevisible y la incompletitud en la médula de la realidad. De esta manera, el Todo-Mundo incorpora sin inquietud el distrito de lo caótico sin pretender gobernarlo ni reducirlo (Caos-Mundo). Con acierto, Angélica Montes se permite poner en diálogo estas categorías con algunos de los debates actuales en torno a la identidad, la decolonialidad y otros temas. Este gesto permite calibrar y recuperar la consistencia del pensamiento de Glissant para proyectarlo más allá de sus propios alcances.

 

Se puede comprender más claramente entonces cómo la créolisation es la categoría que corona esta suerte de abalizamiento conceptual que entrega Glissant y que organiza decursivamente la autora. Sin embargo, una aproximación a la créolisation como noción, puesta en forma y ejercicio, implica una tarea de distinciones que Angélica Montes lleva a cabo con minuciosidad. Ante todo, la créolisation no alude exclusivamente a la conformación de una comunidad lingüística y una cultura asociadas a un proceso historiográficamente anclado a los procesos de colonización. El creol no sería entonces, sin más, un recurso para enfrentar la dominación blanca y europea. La créolisatión, por el contrario, constata cómo la interferencia de las diferencias es anterior a la idea de las identidades indivisas y que estas últimas no son más que la resultante de un tejido caótico en el que se despliega históricamente la vida.

 

Lo anterior no implica ni despolitizar ni restar lugar a los conflictos que arremeten en la realidad. Para la autora es imprescindible distinguir analíticamente la créolisation: 1) del mestizaje: en el que dos identidades dan lugar a una tercera; 2) de la hibridación: en que esas identidades definidas cohabitan; 3) del “crisol de razas” que conduce a un multiculturalismo apaciguado en sus litigios; y 4) de la mundialización global cuyos énfasis destacan la circulación de mercancías, capitales e información en desmedro de lo humano. Nada de esto es lo que Glissant está pensando. En efecto, la créolisation apunta a un nivel que da lugar y valor a lo compuesto como condición de base para circular por un mundo hecho de relaciones y encuentros.

 

Resulta claro entonces que estas interferencias tomen forma en distintas expresiones de lo humano que superan el distrito de conceptual aunque participen de él: las lenguas, la religión, el arte, la literatura, la música y la pintura son algunos de los horizontes que “orientan las expectativas” y que alimentan los imaginarios de los pueblos. Así, las lenguas criollas traen noticias de su pasado y de sus disputas; así también nuestros ritmos y melodías advierten de la riqueza de otros tiempos y de su vínculo con el mundo. La créolisation vive en esas huellas sin clausurar su coeficiente de futuro e inventiva poética, es decir, creadora.

 

En tiempos en que, razonablemente, los diagnóstico sombríos se multiplican y parecen confirmarse, el recorrido que nos propone Angélica Montes Montoya por el pensamiento de Edouard Glissant invita a desviar la mirada hacia lo que ha permanecido vital y creador a pesar de la historia misma, y ver en ello un gesto de apertura ante horizontes que parecen clausurados.




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