El cenáculo [sobre el debate de la crisis de la crítica literaria]
El arte del crítico consiste en crear
consignas sin traicionar por ello las ideas.
Las consignas de una crítica deficiente
malvenden el pensamiento en aras de la moda
WALTER BENJAMIN
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Habría que partir haciendo una aclaración: hay un tipo de crítica literaria que sí goza de buena salud, que posee estrado para hablar y prestigio para imponer sus términos. Es un tipo de crítica que, de un tiempo a esta parte, se ha mostrado incapaz de generar debate público, pues quienes la ejercen se aproximan a los textos con ideas ya preconcebidas, y al parecer sus integrantes se sienten cómodos así. Estoy hablando de la crítica literaria académica. Revistas indexadas, investigaciones, becas al extranjero, posdoctorados, post posdoctorados; nadie podría decir que no hay lugar allí. Que su robusta producción tenga poca —por no decir nula— incidencia en el debate público es otro asunto, pero nadie que habite ese lugar podría decir que no se está escribiendo. Se escribe, ¡y mucho!.
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La rigurosidad intelectual no debería ser patrimonio exclusivo de la academia; antes bien, cualquier crítica debería ejecutarse con el mayor profesionalismo posible. La empresa en la que se han embarcado algunas personas que busca desprestigiar la rigurosidad intelectual en favor de un populismo ramplón propicia, como bien señala Lorena Amaro, el fascismo, lo reaccionario. Es un discurso que suele aparecer en los círculos literarios en forma de declaración de principios pero que, si nos detenemos bien, suena más a parche antes de la herida: frente a la propia incapacidad de escribir con profesionalismo, sin incurrir en una pretendida oscuridad del lenguaje, se opta por abandonar ambas tareas. Resultado: textos deficientes, comerciales, que no hacen más que repetir una y otra vez las mismas ideas y hasta las mismas palabras: "texto urgente", "texto necesario", "novela de una sinceridad impresionante", "interesante", "híbrido", etcétera. No está demás decir que, como cualquier otro ejercicio de escritura de alta intensidad, la crítica literaria se mueve en medio de dos aguas: en el de las consignas y en el de las ideas. Una crítica literaria que apueste a cumplir un papel relevante en la opinión pública debe saber transitar con pericia en esta cornisa. O bien, juntar las aguas y hacerlas una sola. Si no me creen a mí, vayan al inicio y lean nuevamente la cita de Benjamin. Luego vuelvan, convencidos, a este mismo punto.
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Sigo con Benjamin: “Al público nunca hay que darle la razón, pero, aun así, tiene que sentirse representado por el crítico”.
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La incapacidad de la crítica literaria de crear consignas —es decir, posiciones que merecen ser defendidas aquí y donde sea— y, al mismo tiempo, de no traicionar la densidad de las ideas es, a mí parecer, una de las razones de la actual crisis de la crítica. Las consecuencias se pueden observar a la luz del día: la crítica como parásitos de las grandes casas editoriales, la crítica como una forma de escritura inocua; la crítica como una forma de catapultar nombres y apellidos, la crítica como un club de amigos y compadrazgos. No soslayo la responsabilidad que me apremia: digo aquí y ahora que todas estas formas de escritura son, en efecto, crítica; como ocurre en otras discusiones, la manera más fácil de no hacerse cargo de algo es decir que eso no tiene que ver con uno. Sí, esas escrituras son crítica, y es de ese fuego abrazador del que hay que salvar a la misma crítica.
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La proliferación de las editoriales denominadas “independientes” ha comportado sin lugar a duda beneficios incalculables para la literatura chilena y latinoamericana. Sin ellas, probablemente, los lectores no hubiésemos contado hoy con textos como Hermano ciervo de Juan Pablo Roncone, Hienas de Eduardo Plaza, Paisajes (No habrá muerte. Aquí termina el cuento) de Macarena Araya Lira, Retrovisor de Mónica Drouilly, Motel Ciudad Negra de Cristóbal Gaete, Los multipatópodos de Yosa Vidal, Historial de navegación de Carlos Araya Díaz, Mientras dormías, cantabas de Nayareth Pino Luna, Ropa de Diego Armijo, Piñen de Daniela Catrileo, Iluminación artificial de Cristofer Vargas Cayul, Diario de Koro de Gastón Carrasco, Jeidi de Isabel M. Bustos, La filial de Matías Celedón, La posta restante de Cynthia Rimsky, entre muchos otros que engrosan la lista. Sin la aparición de estas editoriales, que hasta hace un tiempo representaban proyectos receptivos a otro tipo de escrituras, la literatura chilena no sería la misma. Sin embargo, en los últimos años, me atrevería a decir incluso en los últimos dos o tres años, ha ocurrido un fenómeno paradojal: las editoriales denominadas independientes han ido perdiendo, a mi juicio —no todas, por cierto— esa apertura a las escrituras arriesgadas, a escrituras otras. En paralelo, ha sucedido que una primera novela o incluso una primera obra de gran calidad han sido publicadas por editoriales grandes. Dos ejemplos de esto: El vasto territorio de Simón López Trujillo y No reinas de Bernardita Bravo Pelizzola (autora que publicó su primer libro de cuentos en una de las editoriales denominadas independientes). Una posible explicación de este fenómeno diría que, ante la calidad de sus trabajos, ha existido un natural traspaso de autores que han suscitado la atención de las grandes casas editoriales. Es una razón plausible, pero me parece que no basta, no explica la totalidad del fenómeno. Creo que una de las grandes razones guarda relación con algo que ya hemos hablado anteriormente: la camaradería de la crítica, los escritores y los editores. Hubo un tiempo en el que parecía que algunas de las editoriales denominadas independientes estaban más preocupadas de impulsar la imagen autoral que la obra. Importaba más aspectos de la vida persona del o la escritora que la factura del texto. Y como cada editorial o grupo de editoriales tenían a sus críticos comerciales favoritos, éstos oficiaban de catapulta para la imagen autoral de la nueva adquisición. En ese escenario, cualquier crítica a un texto era vista como una forma de romper esa camaradería que se juzgaba necesaria entre las editoriales independientes. ¡Cómo nos vamos a criticar, si nos necesitamos para sobrevivir! Hoy en día, como consecuencia, podemos decir que estas editoriales no tienen ni por cerca el monopolio de las apuestas más arriesgadas de lo que se publica hoy, y si la razón de ser de las editoriales independientes ha sido proponer escrituras que habitan en los bordes de lo oficial, ¿cuál será su razón de existir hoy?
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Por cierto: la pregunta anterior es una provocación. Las editoriales denominadas independientes son necesarias, y aún publican textos arriesgados —sin ir más lejos, textos como Autor material de Matías Celedón demuestra esa vigencia— pero sin duda que ya no son las únicas que han puesto sus ojos en las escrituras otras. La crítica literaria en los años de apogeo de las editoriales independientes bailó muchas veces la música del mercado, qué duda cabe. La música del mercado y los amiguismos. Y según el caso, aún lo sigue haciendo. Parte de la agonía de la crítica literaria chilena de hoy se explica por este fenómeno: una especie de miedo a romper con la camaradería de las editoriales y sus agentes.
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Volvamos a Benjamin. Varios de sus textos nos llevan a pensar que el mejor momento para observar un fenómeno es cuando está en crisis. Walter Benjamin es, en estricto rigor, un crítico que hace de ese “instante de peligro” una oportunidad. Si hoy la crítica literaria está en crisis, tal vez es momento de mirar hacia otros lugares. Estoy en gran parte de acuerdo con lo que sostienen Careaga, Amaro, Chiuminatto, Pino Luna, Castillo, G. Soto y Leiva Quilabrán. Matices más matices menos, existe un análisis base compartido al que adhiero. Sin embargo, creo que, y no a propósito, algunos d estos textos han omitido olímpicamente el hecho de que existen otros lugares desde donde se está escribiendo crítica literaria. Lugares que, lejos de rehuir el debate, lo afrontan, se hacen cargo, crean debate. Puedo nombrar alguno de estos: Oropel, Carcaj, Barbarie.Lat, La antorcha magazín, Plataforma crítica. En más de alguna de estas revistas, quienes acusan el silencio inusitado de la crítica encontrarán textos destinados a obras como Limpia, Literatura Infantil o Falla humana. Y no sólo a estas obras, sino también a otras escrituras que no han llamado la atención de los dos o tres críticos que escriben periódicamente en los medios de comunicación de masa. ¿De quién es la responsabilidad de desconocer —en el caso de que se desconozca y no que se omita voluntariamente— esos otros lugares de escritura crítica y otras voces, cuando esos lugares y voces existen? Pareciera ser que, en cenáculo de agentes literarios, editores, escritores y académicos, ya nadie quiere blandir sus armas con algún otro para debatir; una paz burguesa reina en los pasillos. Yo les diría, salgan y escuchen: allá lejos, los ruidos de las armas llevan tiempo espantando bandadas de pájaros.
Literary Criticism, caricature of literary critics removing passages from books that displease them
Charles Joseph Travies de Villiers c.1830