El no especialista: un recuerdo de Pablo Chiuminatto
- Pedro Donoso
- hace 4 días
- 7 Min. de lectura
“Marzo se presentó con un temporal”.
Modern Nature, Derek Jarman
Su muerte generó reacciones. Nadie permaneció indiferente al suceso. Los complementos y adjetivos llovieron. Instagram se llenó de esquelas e in memoriams. Aparecieron los viejos conocidos, los amigos y parientes lejanos, los cercanos, los desconocidos. Así nos encontramos reunidos alrededor del féretro, incómodos ante la evidencia de lo que se había extinguido de manera fulminante. La tarde calurosa del último sábado del verano 2025, en las aguas de una piscina, un rayo y poco más. No pudimos sacar conclusiones pero, como corresponde, se le perdonaron todos los errores al finado, se celebraron todos sus aciertos, se agrandaron todas sus proezas y, por un momento breve, en esa mínima parte del mundo académico y familiar nos detuvimos desconcertados a las puertas de la muerte inexplicable. Hoy ha pasado un mes y me queda la sensación de que algo no ha sido dicho. Tal vez lo puedo intentar aquí.
Conocí a Pablo Chiuminatto al entrar a estudiar el Doctorado en literatura, hace cinco años, en un evento de bienvenida organizado por la facultad para los nuevos alumnos. Italiano genérico, gesticulaba rodeado de algunos estudiantes en el patio de San Joaquín. Nada de circunspecto y bueno para levantar una ceja y la sonrisa a la vez, me transmitió la acogida de una persona con sana curiosidad por mis temas, que mezclaban algo de arte con literatura. En ese momento, cuando me lo presentaron bajo un aroma persistente a chorizo a la parrilla, a mí no me quedó claro si era un especialista en estética. Eso sí, me habían confirmado que venía del mundo del arte.
Hubo de pasar un año para llegar a tener clases online con él (tuve la fortuna y la desgracia de ser parte de los estudiantes pandémicos de zoom), pero la duda sobre su posición en el campo de las artes y las letras no terminaba de quedar totalmente despejada. Para ese curso, recuerdo que uno de los primeros textos que nos entregó para comentar era un ensayo oscuro de Walter Benjamin (acaso todos sus ensayos lo son): “Sobre la pintura, o: el signo y la mancha”. Ese lugar borroso y pictórico era para mí una reconfirmación de la asociación de Pablo con la pintura: porque, más que artista, Pablo era un pintor. En esa clase por pantalla, fuimos armando nuestros argumentos y me acuerdo haber planteado alguna conexión con el test de Rorschach como instancia de revelación a partir del borroneo. No recuerdo mucho más, excepto la capacidad del profesor para armar conexiones a partir de un amplio repertorio de textos que sacaban a la mancha del lugar del error para convertirla en un cúmulo potencial de creación. Algo de eso, supongo, sería la figura del pintor y académico que él estaba ayudando a formar. En general, Pablo no era un hombre de conceptos irrenunciables, sino más bien, un discutidor capaz de evolucionar y comenzar a ver otras dimensiones en lo que teníamos delante. La mancha era entonces el origen más plausible.
Algo que sí puedo afirmar es que Pablo Chiuminatto había leído muy extensamente. Decir un genuino lector, en su caso, se parece a alguien que lee como buscando piedras a la orilla de un lago para armar una colección totalmente personal. Recogía así citas que después sacaba como un par de guijarros o piedritas que guardan un brillo especial, un lugar de origen, una anécdota. Había cierto grado de incredulidad en esa operación tentativa. Lo más entretenido es que nunca sabíamos bien por dónde iba a continuar, aunque era recurrente que nos trajera referencias de la literatura más variada, para armar puentes que cruzaban a lugares que todavía había que pensar. Lugares borrosos, para que se entienda. A veces todo podía ser tan frágil, nada de ideas consolidadas o monumentales, sino más bien un jardín de plantas raras. Pablo no tenía ningún problema con acercarnos a la aporía. Entre audaz y comedido, en algún lugar, un profesor preparado para no acomodarse en los laureles.
Sus evaluaciones, diría, eran laxas. Estaba mínimamente interesado en perseguir a ninguno de los que tomamos parte en el curso. Si alguien quería desesperarse, tenía que ser por la libertad otorgada. En algún punto, y coincido plenamente con su postura, su misión docente era apoyar con toda amabilidad a que diéramos otro paso hacia el vacío. Se avanza tanteando, a oscuras, con una intranquilidad difusa. Porque Pablo era alguien que te daba ánimos incluso si podías llegar a tropezar. Que cada cual saque sus conclusiones sobre el hecho pedagógico.
Supongo que él mismo tuvo muchos tropiezos. De su vida pasada como pintor yo solo conocí fotos. Después me contaron que tuvo otras vidas, otros amores, otros horizontes. ¿Quién no los tiene? Tal vez, más arrojo tuvo para ser una persona que no se conformó con una única posición. Y en esa forma tan variable, en todos los cambios, en las posibilidades de estar a ambos lados de la cancha, se forjó también su forma de pensar. O de instalarse en el foro académico: Pablo no era el defensor de una escuela o una postura, más bien lo contrario. Era un profesor de pensar disconforme: un inconformista, como en la película de Bernardo Bertolucci, que lucha sin bajar los brazos para entender que, tal vez, no existe un lugar donde encajar.
En una de las últimas oportunidades que nos vimos el verano pasado, nos prodigamos en una larga conversación sobre desinformación, redes y realidades líquidas del mundo contemporáneo. Se nos unió otro profesor de teoría de la comunicación política y con él armamos un andamio de palabras, ideas y copas de vino. Yo comenzaba a estar ebrio, él totalmente sobrio porque hacía años que no bebía. Pero en esas circunstancias, entendí que la cualidad de Pablo Chiuminatto, pintor y profesor de diversas materias, desde juegos de realidad virtual hasta elucubraciones sobre la herencia cartesiana, era esencialmente la de un articulador. Manejaba una gigantesca cantidad de información de tal manera que le permitía guiar una simple conversación hasta los lugares más remotos. A través de senderos y nuevas posibilidades, unas más pasajeras, otras más trascendentes, la conversación se convertía en un ejercicio de deriva ilustrada. Cuando lo pienso, había algo de la figura contraria al especialista, aquella persona que ha desechado todo interés que no se relacione con su trabajo directo. Como académico, puedo decir, Pablo era un no especialista.
El día 31 de enero de 2025 nos encontramos en el matrimonio de un compañero del doctorado que también estaba bajo su tutela en asuntos de tesis. Fue justamente con mi amigo, que conocía a Pablo desde hace años, con quien pude comentar mi sensación del articulador interminable. Caminando por el Cajón del Maipo en las horas de más calor, mi compañero, que lo había conocido desde temprana edad, me contó que lo había visto recorrer las distintas aceras durante los últimos 20 años y pudo corroborar que Pablo Chiuminatto era, fue, un versado articulador, un ilustre creador de conversaciones, un artista desde el pincel a la palabra. Puede parecer un descubrimiento insignificante o una forma de desvelar una relación personal de amistad. No lo sé. Para mí también significó, en ese momento, corroborar otra forma de entender el pensamiento como una relación en desarrollo: pensar no es llegar a una conclusión, sino más bien avanzar, moverse en la inquietud en busca de un lugar pese a la desorientación y a la certeza consumada de que ese lugar no es nunca un refugio duradero. Entre el nomadismo y el riesgo de perderse, este modo inseguro de pensamiento implica sostener la incertidumbre como modo operativo. No muchos están dispuestos a esa transitoriedad irredimible en el mundo académico.
El día viernes 14 de marzo quedamos de encontrarnos para la entrega de las correcciones de mi tesis, que le había pasado a finales de enero para cargarle el verano con una lectura que no supe nunca si le resultó especialmente satisfactoria. Fue elegante, como siempre lo era, para expresarse sobre el escrito que le había pasado. Ese día nos encontramos en el Flaubert, un restaurante donde me dijo que había probado todos y cada uno de los platos de la carta porque hacía años que solía ir.
-“Esta vez me permitirá que lo invite, profesor”, fue lo primero que me dijo.
Y en realidad, creo que siempre me había invitado él porque era generoso.
Ese viernes comimos y conversamos de todo. Hablamos de los padecimientos del tráfico en un auto recalentado, de los paisajes precordilleranos de las Sierras de Bellavista, donde había pasado unos días de vacaciones con su familia, de ciertas alocuciones en francés que se parecen al castellano pero guardan otro significado. El pidió una pasta al pesto, yo pedí un pescado con papas fritas. De pronto, ya cuando estábamos por terminar me entregó el manuscrito apuntado y me hizo sus comentarios. Hoy tengo aquí sobre mi escritorio esas hojas impresas y apuntadas encima. Entre sus indicaciones, me dijo que era necesario mejorar la vinculación entre las partes y, como recomendación final, me sugirió un libro de Derek Jarman, Modern Nature, el diario que el cineasta y artista escribe en sus últimos años.
Relegado en Dungenes, al sur de Inglaterra, Jarman ya sabe que tiene sida y se dedica a levantar un jardín en un lugar remoto y arenoso a cuyas espaldas se recorta la silueta de una planta nuclear. La recomendación del jardín como método para sembrar un texto con distintas ideas, vino a ser su última sugerencia. No fue la última vez que nos vimos porque esa misma tarde nos divisamos en el lanzamiento de un libro de ensayos que, supongo fue su última aparición en escena. Había mucha gente, nos vimos a lo lejos y nos saludamos con un gesto sin apuro: total, ya habíamos conversado al mediodía con toda calma. Ya habría otra oportunidad. Nada hacía predecir que ese guiño a la distancia, entre personas apuradas en conversar y participar del contacto social, iba a ser su despedida. Ya no sé cómo decirlo, pero fue una buena manera de dejar las cosas en el aire.
En la primera página del manuscrito que ya he empezado a corregir, se lee de su puño y letra: “pensar vasos comunicantes”. En eso estamos.
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OBRAS DE PABLO CHIUMINATTO IMÁGENES Karina Paz Fuenzalida



