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Foto del escritorBradley McDonald

Entrevista a William E. Connolly



*Esta entrevista fue realizada por Bradley MacDonald y publicada como posludio en el libro Frente a lo planetario. Humanismo entrelazado y política del enjambre (Interferencias, 2023).

Fragmento:


BJM: Me gustaría empezar por el concepto de Antropoceno, que es un elemento importante del compromiso político y teórico de su trabajo actual. ¿Qué podemos hacer para intentar dar marcha atrás y corregir esta aventura del Antropoceno? ¿Cómo podemos ser eco-igualitarios sin ser sociocéntricos?


BC: Estamos en una situación complicada, como si un tigre nos tuviera de la cola a nosotros; estamos dando vueltas en el lugar, sin reconocer el verdadero carácter del Antropoceno. Por Antropoceno me refiero a los entre doscientos y cuatrocientos años durante los que el extractivismo capitalista modificó significativamente los niveles atmosféricos de CO2, amplificados radicalmente por la “Gran Aceleración”, que empezó en la década del cincuenta y sigue a un ritmo rápido todavía hoy. No hay ninguna garantía de que tengamos éxito si no enfrentamos finalmente este hecho. La urgencia del tiempo. Esta es, sin dudas, una de las fuentes subliminales del negacionismo de segundo grado que también existe hoy. El negacionismo de primer grado lo vemos en los muchos evangélicos y neoliberales que insisten en que el tema no es tan grave como creen los científicos del clima y los activistas que marchan en muchas ciudades alrededor del mundo. El negacionismo de segundo grado consiste en admitir que el cambio climático es un problema, pero seguir estudiándolo y actuando sobre él en el marco de viejas categorías sociocéntricas. Necesitamos enfrentarnos a estas dos formas de negacionismo. Mi enfoque está alineado al de otros pensadores, como Latour, Whitehead, Deleuze, Bennett, Barad, Nietzsche y otros más. Es un enfoque que no promete ninguna garantía. Tampoco pretende alcanzar un régimen puro de libertad, comunalismo o individualismo de mercado; pretende, en cambio, unir búsquedas ecológicas e igualitarias. Un enfoque que subraya las imbricaciones entre capitalismo y fuerzas planetarias diluye cualquier noción de pureza.

Criticar el sociocentrismo no significa negar la agencia colectiva del ser humano. Significa prestar más atención a cómo un conjunto de campos de fuerzas no humanas y activas interactúa con versiones moderno-tardías de la agencia humana en la era del capitalismo, la socialdemocracia, el cristianismo, y demás; debemos considerar estos campos para unir fuerzas para ajustar nuestra conducta a estas realidades volátiles. Si el comunismo todavía estuviera en el poder, habría que agregarlo a esta lista. Criticar el sociocentrismo también implica prestar atención a cómo la agencia de los microbios (entre otros actores no humanos) ayuda a constituir, dar forma y limitar los modos de agencia humana. No se trata, simplemente, de fuerzas sin agencia. Son microagentes que nos ayudan a constituirnos. Sin ellos, no tendríamos agencia. Entrelazamientos entre lo humano y lo no humano.

Mi argumento en el capítulo 4 de mi libro Capitalism and Christianity, American Style era que podrían adoptarse muchas políticas provisorias que serían un primer paso hacia el eco-igualitarismo bajo estas condiciones. Hay que empezar por movimientos políticos para cambiar radicalmente la infraestructura y el ethos del consumo. Después, estos cambios deben conectarse a otras estrategias, como los subsidios estatales a las corporaciones en cada dominio de la producción que reduzca la brecha entre los salarios de los empleados que más ganan y los que menos ganan. El éxito de algunas corporaciones, entonces, podría ser la base para las obligaciones que otras corporaciones deberían cumplir por ley. Hay otros ejemplos en ese sentido. Hace poco, en mi libro The Contemporary Condition, agregué otra discusión sobre cómo construir una universidad eco-igualitaria que sirva de ejemplo a otras instituciones. Por supuesto, pocas universidades aceptarán, hoy, un plan como este. La mayoría se encuentran bajo el control de presidentes y consejos de dirección neoliberales. Sin embargo, durante la próxima primavera (2015) habrá un encuentro para discutir este plan en la American Association of University Professors. Estas proyecciones ofrecen un ideal regulativo frente a la hegemonía del neoliberalismo en las universidades.

Además, es importante poner en escena y amplificar las formas en que estamos conectados con un mundo más amplio, incluso con sus volatilidades. Ese es el tema del primer interludio en mi libro The Fragility of Things; también me ocupé del tema en otras ocasiones. Muchos teóricos evitan este tipo de pensamiento, cargado afectivamente, porque temen que entregarse a él parezca ingenuo y débil. Pero como ya lo demostró Nietzsche mejor que nadie, es muy posible unir un mayor amor por este mundo con un compromiso con acciones positivas y una concepción trágica de las posibilidades. Esta es, exactamente, la combinación que busco.

Estos son algunos elementos preliminares. Pero su pregunta apunta sobre todo a cómo movilizar estrategias políticas apropiadas para enfrentar el Antropoceno una vez que estos elementos están en juego. Buen punto. Propongo lo que llamo una aproximación de enjambre, que puede verse mejor expresada en el capítulo 1 y el epílogo a mi libro The Fragility of Things y en un ensayo que presenté en una conferencia de APSA, bajo el título “The Anthropocene and the General Strike” [El Antropoceno y la huelga general]. La idea estratégica es avanzar a través de la acentuación del apego a la dulzura de la vida en un mundo caótico, hacia una serie de experimentos de roles que marquen, por sí mismos, una diferencia acumulativa con el Antropoceno, hacia una participación más activa en movimientos sociales, hacia una mayor presión sobre la política electoralista, hacia una huelga general internacional que plantee una serie de demandas transitorias pero exigentes a los Estados, las corporaciones, las iglesias, las universidades, los organismos internacionales, los bancos, los consumidores y así sucesivamente. Cada uno de estos modos de actividad, una vez en marcha, se retroalimentan entre sí, amplificándose. Una máquina de resonancia en pleno proceso de formación. Por eso soy impaciente con las personas que dicen (sin evidencia textual) que a los teóricos como yo solo nos interesa la “micropolítica”. Más bien estamos interesados en parte en la eficacia de las prácticas micropolíticas, en parte en cómo ayudan a profundizar distintas creencias y conexiones, a medida que crecen, y en parte en cómo pueden relacionarse con una serie de macro-movimientos, que son su corolario.

En un ensayo temprano sobre la micropolítica, Deleuze y Guattari exploraron por primera vez su oscuro rol en la formación del nazismo en Alemania. Prestaron atención a los movimientos que se daban entre la micropolítica y la macropolítica. Los que no advirtieron la dinámica de interacción entre las dos esferas que Deleuze y Guattari exploraron en ese ensayo ahora responden, apenas, a su propia sorpresa por la inclusión de la micropolítica como parte de una matriz mayor. La emergencia en distintos estados de la máquina de resonancia evangélica-neoliberal, que estudié en Capitalism and Christianity, introdujo una variedad impresionante de prácticas micropolíticas en las iglesias, municipalidades, consejos escolares, programas de televisión religiosos, elecciones locales, casos judiciales, consejos universitarios, think tanks y directorios de empresas. Estas prácticas pujantes contribuyeron a su éxito en el campo de la macropolítica. La emergencia de esta máquina de resonancia tomó por sorpresa a muchas personas de izquierda y a otras que votan al progresismo porque ignoraron el rol de la micropolítica. También yo me sorprendí. Pero se ha convertido, entre otras cosas, en una máquina extremadamente poderosa de racismo, violencia hacia las mujeres, desigualdad de clase y negacionismo climático.

Al pensar en una máquina de contra-resonancia, no me enfoco primero en la probabilidad de que realmente exista, en el futuro. Me concentro, en cambio, en la urgencia de la necesidad contemporánea en relación con posibilidades de acción contemporáneas. Es fácil ser una especie de realista chiflado, como C. Wright Mills llamaba a los realistas que en su época trabajaban en las ciencias sociales militares y del Estado. Lo que resulta imperioso es considerar la severidad de los problemas más importantes, la dimensión temporal en la que se dan, y la posibilidad de un movimiento nuevo de enjambre. Mills escribió un ensayo sobre los orígenes de la Nueva Izquierda en 1961, antes de que ese fenómeno fuera claramente visible. Ese es el tipo de pensamiento y de acción que necesitamos hoy, más que un tipo de pensamiento probabilístico, que solo considere los parámetros de acción que existen en el presente. Es verdad que dudo de que la condición contemporánea del capitalismo financiero, de extrema desigualdad y pluralismo multidimensional sea compatible con el modelo clásico de la revolución proletaria, pero se abre un espacio enorme entre esa imagen y las convenciones prestablecidas de la política electoralista.

Su pregunta también cuestiona, creo, qué grupos sociales podrían enfrentarse a estos problemas. Este es un problema crítico y muy difícil, sobre el que apenas tengo pensamientos exploratorios. No pienso en términos de un movimiento centralizado, gobernado por un grupo o un partido clave, rodeado de otros grupos satélites. Ese modelo tal vez funcionara mejor para la época del fordismo. Hoy necesitamos construir un ensamblaje militante pluralista, compuesto por grupos con posiciones subjetivas múltiples. No todos estos grupos tendrán origen en la misma clase social ni compartirán los mismos credos ontológicos. Se unirán en base a su preocupación cada vez mayor por la fragilidad de las cosas, el cuidado de las próximas generaciones y el apego a un mundo más grande que la humanidad. Identificarán, en otras palabras, afinidades espirituales entre sí, más allá de sus diferencias de credo, ubicación regional y posición social, incluso si reelaboran sus creencias y sus prioridades a la luz de nuevas circunstancias. Los secularistas, por ejemplo, a menudo ignoran los cruces promisorios que pueden darse entre ellos y los que practican tal o cual religión.

No se trata de que los practicantes de todas las religiones y las personas de cualquier posición social sean potenciales participantes de este ensamblaje, pero hay un potencial diferencial en esta pluralidad de credos y posiciones sociales, incluyendo gente de distintas clases sociales y diversas regiones. Si pensamos en los Estados Unidos, por ejemplo, estos grupos incluyen obreros que buscan trabajo en industrias verdes, burócratas asociados a iglesias progresistas, emprendedores ecologistas, minorías que ven cómo la vida urbana es amenazada por el cambio climático y distintos tipos de negligencia ecológica, consumidores de clase media preocupados por sus nietos, entre otros. Hay que recordar que personas con distintas posiciones teológicas estuvieron presentes en la última marcha por el clima. Puedo imaginarme, incluso, que el Papa Francisco apoye en el futuro este movimiento, aunque no lo hicieran sus predecesores [otoño de 2014]. Las posibilidades a perseguir pueden llevarse a cabo en parte porque la religión y la espiritualidad están interconectadas pero no son equivalentes, y en parte porque los modos de espiritualidad que circulan dentro de cada posición social también son múltiples. Si surge un movimiento social multifacético, muchos de sus agitadores vendrán de contingentes energéticos, creativos y jóvenes de cada posición subjetiva. De esta manera, este pluralismo multidimensional, más que un impedimento, es una condición de posibilidad para un movimiento de enjambre. Es clave despertar a más personas a través de blogs, cursos, marchas, libros, ensayos, películas. Como sucedió en el pasado, también habrá nuevos cantantes, bandas de música, comediantes y bailarines que ayudarán a energizar esta constelación.

Si se consolidan estos movimientos de enjambre, con distintos pilares, podremos movilizar entonces una huelga general internacional, pacífica, impulsada por los problemas que presenta el Antropoceno. Uno de los modelos de inspiración serán los movimientos gays y lésbicos de los últimos cuarenta años, más o menos, que, contra todo pronóstico, fueron ganando fuerza de a poco, en múltiples frentes, y después alcanzaron puntos culminantes encantadores. También podemos aprender algunas lecciones de la Primavera Árabe, las manifestaciones de Occupy Wall Street y la rebelión de Hong Kong, a pesar de que se hayan enfrentado a una oposición tenaz, e incluso a pesar de sus derrotas.

Ciertamente, podría ser que esta constelación, tan necesaria, no se forme, o que se forme demasiado tarde como para evitar que los efectos del Antropoceno generen nuevas guerras civiles y regionales. Por otro lado, si se logra amplificar estos movimientos de enjambre, puede darse un nuevo acontecimiento, que active otros. Tal vez un grupo parapolicial ataque a activistas climáticos. Tal vez alguna capa de hielo se derrita mucho antes de lo esperado. Tal vez los militantes de países pobres organicen protestas y boicots masivos contra los países ricos por producir la mayor parte del daño ecológico, sin sufrir tanto por él, y sin hacer nada por él. Uno o más de estos acontecimientos podría promover el apoyo a una huelga general internacional, sobre todo si los activistas la publicitan lo suficiente. Esas son algunas de las cosas que debemos considerar una vez que nuestra visión de los acontecimientos incluye y al mismo tiempo excede los presupuestos del sociocentrismo.

Desde ya, criticar el sociocentrismo no implica negar la agencia humana ni rehusarse a recurrir a las ideas de sus representantes. Enseño las ideas de muchos de estos pensadores en mis clases y aprendo de ellos. En cambio, mi crítica apunta al hecho de que el sociocentrismo es insuficiente para el mundo de hoy; apunta al hecho de que debemos reformular nuestro entendimiento del mundo y nuestros ideales del pasado; debemos construir nuevos ensamblajes militantes; y debemos pensar nuevas estrategias que se inspiren en acciones innovadoras del pasado.

No tengo todas las respuestas para estas preguntas, en parte porque requieren experimentación. El Antropoceno nos toma de la cola y nos hace girar en círculos. Nos mareamos. Se vuelven implausibles las explicaciones acabadas y las estrategias inmaculadas. Este mareo permite, en cierta medida, la acción experimental en respuesta a las nuevas circunstancias. Ese es el estado de ánimo con el que debemos pensar y actuar hoy en día, mientras nos ayudamos entre nosotros a escuchar el llamado.


BJM: Como teórico político “militante” (que se alimenta de Nietzsche, Foucault, el Marx de sus obras “menores”, Deleuze, James y otros), usted parece estar continuamente pensando en las prácticas políticas necesarias para alcanzar metas importantes, como un pluralismo profundo, el eco-igualitarismo y formas más ricas de democracia. ¿Cuál cree que es el rol de la teoría en relación con estas metas tan importantes por las que usted lucha, y también en relación con las prácticas macropolíticas necesarias para establecer estos ideales?


BC: La teoría política –y las disciplinas a las que está aliada, como la antropología, algunas corrientes de la filosofía, los estudios globales, los programas interdisciplinarios de humanidades– está siendo atacada una vez más. Hay fuerzas dentro de la ciencia política que quieren marginalizarla, muchas universidades están reduciendo sus programas de grado y posgrado en humanidades, y los impulsos neoliberales en Estados Unidos son, en términos generales, muy poderosos. Con este contexto en mente, quizás convenga considerar qué es lo que mejor hacemos y cómo podemos trabajar para sostener la profundidad de nuestro proyecto intelectual. Tal vez podamos pensar en términos del trabajo que hacemos desde nuestras habilidades interconectadas como escritores, profesores, blogueros, panelistas, activistas intelectuales y ciudadanos. Podemos pensar cómo cada uno de estos roles existe por separado, pero pueden, también, dar forma y estimular a los otros.

He notado cómo en su libro Performing Marx: Contemporary Negotiations of a Living Tradition, usted conecta distintas corrientes del marxismo clásico con una serie de pensadores y problemas contemporáneos. Recuerdo vívidamente sus análisis de Ernesto Laclau, Antonio Negri y los situacionistas, entre otros. El objetivo de ese libro era sumergirse en una tradición teórica al mismo tiempo que la analizaba en relación con nuevos pensadores, activistas y problemas. De hecho, yo creo que Negri y los situacionistas son, ante todo, parte de la “tradición menor” a la que me refería antes. Se resisten a la “teoría de la realeza o del Estado”, representada, de distintas maneras, por Platón, Agustín, Kant y Hegel; se inspiran en tensiones subordinadas dentro de la obra de estos autores, trabajan con ellas y se preguntan qué tan apagado y formal se volvería su trabajo si desaparecieran estas tensiones. También reciben influencias de dicha teoría de la realeza.

Debemos trabajar sobre la universidad para sostener nuestra capacidad de sumergirnos lo máximo posible en tradiciones menores y mayores del pensamiento político, mostrándoles a los estudiantes cuán emocionante, estimulante, pertinente y vigorizante puede ser este trabajo. Cada tanto, el pensamiento político necesita de lo que podríamos llamar un pensamiento lento, mientras permitimos que las ramificaciones de un nuevo acontecimiento presionen sobre los presupuestos que han gobernado nuestro pensamiento hasta ahora. Las ideas nuevas surgen de este ida y vuelta entre teorías establecidas, situaciones nuevas y dudas reflexivas, suspendiendo el pensamiento consciente por un tiempo, para permitir que fermenten procesos subsidiarios de creatividad. Alguna vez comparé este período de duda con la vida de un vidente en el medio de las cosas. La teoría, entonces, es un proyecto multifacético que debemos proteger y alimentar en la academia. Esta protección implica participar, recurrente y desafortunadamente, en la micropolítica de la vida universitaria y de las asociaciones profesionales.

Dar clases todavía es una especie de ancla y una fuente de inspiración. Es el momento en que mostramos a los estudiantes distintas aproximaciones a problemas específicos, de importancia política o cultural. Este semestre me resulta muy satisfactorio ver cómo los estudiantes negocian las perspectivas opuestas de Hayek, Lazzarato y el ecologista Clive Hamilton. Están pensando en la lectura que Hayek hace del capitalismo en relación con Lazzarato y Hamilton. El próximo semestre voy a enseñar un curso sobre Sófocles y Kant, para hacer que un pensador “menor” de una época choque repetida y oblicuamente con el pensamiento de un pensador definitivamente “mayor”, cuyas ideas dan forma, todavía hoy, a los presupuestos de muchas ramas de la teoría política contemporánea. (Espero que quede claro que “menor” no significa “irrelevante”; implica una diferencia respecto a la teoría mayor, una teoría menos orientada a un sistema dominante y más atenta a una serie de encuentros caóticos con una pluralidad de fuerzas y tensiones dentro de un mundo más amplio, que, en última instancia, no está necesariamente hecho a nuestra medida). Ese curso es muy gratificante, en parte porque las conjunciones que se forjan entre dos autores distintos, separados por siglos, puede sacar a la luz tensiones menores en el pensamiento de Kant que, de otra forma, se pasarían por alto. A veces, Kant no exploró estas tensiones, y a veces las integró en su filosofía. Un ejemplo sería el trabajo increíble que empezó (pero no siguió) sobre los organismos no humanos como sistemas auto-organizados. Estas conjunciones textuales también pueden inspirarnos para pensar qué puede decirnos Sófocles sobre nuestra modernidad tardía.

Al mismo tiempo, la escritura y la enseñanza pueden vincularse con el trabajo que podamos hacer en blogs, con los asuntos académicos que trabajamos en público y con nuestras propias prácticas como ciudadanos. Para mí, el blog The Contemporary Condition fue clave en este sentido. Moderado por Jairus Grove, Steve Johnston, Tim Hanan y yo, el blog permite que una variedad de teóricos de izquierda hable de problemas contemporáneos y llegue a un público más amplio. Una de mis contribuciones más recientes, por ejemplo, titulada “Toward an Eco-Egalitarian University” [“Hacia una universidad eco-igualitaria”], identifica los impulsos neoliberales en la universidad al mismo tiempo que explora estrategias internas para desnudar estos impulsos y oponerse a ellos. La vergonzosa proliferación de profesores con contratos de trabajo precarios y el trato que reciben es uno de los temas en ese texto. Otro posteo, titulado “The Politics of the Event” [Las políticas del acontecimiento], habla de muchos de los temas que discutimos en esta entrevista. Bonnie Honig escribió un gran posteo donde explica por qué tantos intelectuales judíos norteamericanos sienten ahora que deben criticar a Israel. Los participantes del blog analizan una variedad de temas, conectando sus consideraciones teóricas con tal o cual tema urgente. Incluso Facebook es, a veces, un catalizador político. Hace poco, un grupo de teóricos académicos liderados por Corey Robin, John Protevi, Bonnie Honig y Bruce Robbins nos inspiraron a miles de nosotros a escribir una carta pública de protesta contra Phyllis Wise, la rectora de la Universidad de Illinois, después de que echara al profesor Steven Salaita de su trabajo por hacer comentarios irrespetuosos sobre el ataque israelí a Gaza. Perdimos esa batalla particular en nombre de la libertad académica, pero el esfuerzo igual tuvo algunos efectos saludables. Sirvió para demostrar que las universidades ahora son serviles a los donantes y administradores neoliberales, y cómo muchos de ellos restringen la libertad académica en nombre de la civilidad. El boicot académico a esa universidad se ha expandido, y también podría tener efectos sobre el tono y la calidad de la vida académica allí y en otras partes, aun cuando estas batallas todavía sean muy difíciles.

Podría decirse mucho más sobre este tema. Pero hay muchos caminos posibles para que aquellos de nosotros que vemos la teoría como un proyecto crítico podamos unir nuestro pensamiento al activismo. Escribir es una forma de activismo. Este giro en la teoría es una de las razones por las cuales está bajo amenaza otra vez.

Dicho todo esto, también es importante no someternos entre nosotros a estándares demasiado demandantes, en este sentido. Conviene apreciar lo que hacen los demás y convocarnos unos a otros, cada tanto, cuando la ocasión lo requiere. De otra manera, puede haber participantes promisorios en estas actividades que se alejen por tener la sensación de que nunca estarán a la altura de los estándares imposibles que otros les imponen. A Fox News le encanta insistir en que los críticos que no son perfectos en todos los aspectos de su vida son, simplemente, hipócritas. Su mensaje es: Solo puedes dejar de ser hipócrita si aceptas el orden dominante tal y como ellos quieren que sea. Pero eso significa que casi cualquier crítica es hipócrita. Entendemos cómo funciona esta amenaza cuando reconocemos que somos parte de un mundo más amplio, que pretendemos impugnar en frentes específicos. La movilización gradual de un ensamblaje más amplio, interregional y crítico tal vez dependa de nuestra habilidad para magnificar las invitaciones internas, al mismo tiempo que reducimos la agudeza de las acusaciones internas.

Entré a la academia en una época en que las fuerzas internas y externas se habían unido para expulsar a la teoría crítica y exploratoria; se exigía que las ciencias sociales se integrasen a modelos utilitarios de existencia. El surgimiento de la Nueva Izquierda, en su versión más amplia, y del Caucus para una Nueva Ciencia Política, muy específicamente, ayudaron a desafiar esas presiones. Bueno, ahora estas viejas presiones han regresado bajo nuevas formas.

Algunos teóricos se vuelven faros cuando intentamos pensar cómo permitir que cada una de nuestras capacidades alimente las otras. Desde muy temprano, Sheldon Wolin fue una fuente de inspiración para mí y muchos otros; nos mostró cómo salvar el proyecto de la teoría en circunstancias difíciles, y nos ayudó a apreciar, más profundamente, cuán crucial era este proyecto para animar nuestras vidas. Hannah Arendt tuvo un rol similar para otros. Más tarde, Michel Foucault inspiró y energizó a muchas personas, mientras veíamos cómo oscilaba entre trabajos teóricos creativos, entrevistas estimulantes donde expresaba sus compromisos políticos más directamente, y su participación en movimientos sociales tan distintos como la reforma psiquiátrica, la reforma carcelaria, la diversidad sexual y los esfuerzos internacionales para dar respuestas a los refugiados de la década del ochenta. Hay otros faros admirables, como el trabajo de Judith Butler sobre género y sexualidad, y, más recientemente, sobre la ocupación israelí. Cada una de estas figuras nos recuerda cómo, cada tanto, la posición subjetiva específica que ocupamos nos interpela frente a un nuevo acontecimiento, o frente a una norma fija y destructiva. Lo que más me interpela hoy surge de las peligrosas interacciones entre el capitalismo neoliberal y una serie de campos de fuerzas no humanas con capacidades propias de auto-organización.


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