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Foto del escritorThomas Harris

Escribir con tinta roja


–¿No conoce su propia condena?

–No –repitió el oficial, y después se quedó callado un instante como reclamando del explorador una detallada fundamentación de su pregunta, y entonces dijo:

–No tendría sentido anunciárselo. Lo experimentará en su cuerpo.


En la colonia penitenciaria, Franz Kafka



Ramón Gómez de la Serna escribía con tinta roja para "ver circular la sangre de las ideas". Gerard de Nerval escribió con tinta roja "El desdichado". Serguéi Esenin escribió con la tinta roja de sus venas en la Navidad de 1925, en un espejo del Hotel Angleterre de Leningrado, "Hasta pronto amigo mío, sin gestos ni palabras/ no te entristezcas ni frunzas el ceño./ En esta vida el morir no es nuevo/ y el vivir, por supuesto, no lo es". (Paradójicamente ambos se enamoraron de sendas bailarinas: Isidora Duncan, Esenin, de la menos glamorosa Jenny Colon, Nerval, la Aurelia del Príncipe de Aquitania). Rodrigo Lira, poeta chileno de la generación de los 80, trazó un “poema concreto” en el agua de su bañera, con la tinta roja de sus venas en su navidad número 32 víctima de la melancolía e imagino de los tiempos infaustos que corrían. No dejó un epitafio: tal vez sus Obras completamente incompletas lo sean. Más paradojas: los poetas suelen enamorarse perdidamente de bailarinas y suicidarse en Navidad. Navidades, bailarinas, tinta roja. Antes se solía corregir con tinta roja.


Ahora, en la llamada posmodernidad o capitalismo tardío, como se quiera, no sé si habrá poetas que escriban con la tinta roja de sus venas. Y quizá ni siquiera con tinta. Las letras virtuales del computador titilan negras sobre un fondo glauco, artificial, dañino para las córneas que enrojecen. Alberto Fuguet, un notable escritor, excéntrico e indispensable de los años 90, escribió un libro titulado Tinta roja: un thriller notable, porque además del policial, maneja los códigos cinematográficos como pocos narradores chilenos.


Jean Paul Marat también bañó su tina de baño con rojo, tras ser apuñalado por Charlotte Corday, considerada por el régimen que sacó del poder a Roberpierre, que mucho de su historia se escribió con tinta roja o, simplemente sangre (Simple Blood), como en la película de los hermanos Coen. En la pintura La Mort de Marat , homenaje de su amigo, pintor de la revolución, Jaques-Loius David, vemos a Marat tumbado al borde de una bañadera, hacia el costado izquierdo, desde donde miramos la escena, una herida punzante poco más debajo de su esternón, en su torso desnudo, y sobre un paño blanco en el mismo ángulo, una fuente de sangre o, para ser más precisos, de óleo color rojo, que se desliza y seca por el paño, y en su mano, que descansa tras la muerte sobre un escritorio o cajón de madera que servía para esos efectos, o sea escribir –también junto la mano de Marat, hay una pluma con la punta ensangrentada-, y una hoja de papel también manchada con sangre. Pero, por lo que se sabe, en este papel escrito con tinta azul, pero como lacrado –sellado- por una mancha de sangre –o de pintura roja- Marat no escribía su epitafio, sino una lista donde se anunciaban los nombres de todos aquellos que serían condenados a la guillotina. En el cajón que servía de fatal escritorio a Marat junto a la bañera de tablas, una dedicatoria del pintor proclive a la Revolución Francesa: A MARAT / DAVID. El poeta romántico Alphonse de Lamartine narra de esta manera el episodio:


Charlotte evitó detener su mirada sobre él, por miedo a traicionar el horror que le provocaba a su alma este asunto. De pie, bajando los ojos, las manos pendientes ante la bañera, esperó a que Marat la interrogase sobre la situación en Normandía. Ella respondió brevemente, dando a sus respuestas el sentido y el color susceptibles de halagar las presuntas disposiciones del demagogo. Él le pidió a continuación los nombres de los diputados refugiados en Caen. Ella se los dictó. Él los escribió. Luego, cuando había terminado de escribir esos nombres: "¡Está bien!" dicho con el tono de un hombre seguro de su venganza, "¡en menos de ocho días irán todos a la guillotina!".


Marat solía llevar un turbante empapado en vinagre –con el que se le ve en la pintura de David- y tomar baños fríos para suavizar los violentos ardores de una enfermedad de la piel que había contraído un par de años antes, cuando se vio forzado a esconderse de sus enemigos en las cloacas de París y su única escapatoria fue esconderse allí. Sobre la bañera improvisaba un pupitre para escribir sus listas de nombres de gente que debía ser ejecutada por crímenes contra el Estado.


David era amigo íntimo de Marat, como un firme partidario de Robespierre y los jacobinos. El pintor estuvo siempre abrumado por la capacidad natural de Marat para convencer a las masas con sus discursos, algo que él todavía no había logrado a través de la pintura (por no mencionar sus dificultades a la hora de hablar, debido a una deformidad facial causada por una herida durante un duelo). Determinado a conmemorar a su amigo calvo, David no solo le organizó un espléndido funeral, sino que pintó su retrato poco después. La muerte de Marat, quizá la pintura más famosa de David, ha sido llamada la Pietà de la Revolución.


De Charlotte Corday se cuentan contradictorias y disímiles versiones, que era girondina por convicción y también por despecho, que se había ganado la confianza de Marat, que de alguna manera había una pulsión erótica entre su odio a los jacobinos y el propio Marat; pero el asunto es que Charlotte fue guillotinada y su cabeza, según también, se dice, fue abofeteada por el verdugo: el castigo y la violencia más innecesaria, post mortem, cuando el cuerpo de la ajusticiada ya no puede sentir, y la ofensa no puede ser más obscena. Un doble castigo: el del revolucionario que había llevado hasta el límite (la línea roja) su utopía de libertad, igualdad y fraternidad, y de la heroína que por querer rescatar de Marat y los revolucionarios la lista negra –roja- pero que al verse sorprendida por Marat –o por una pulsión de amante sorprendida en doble falta, nada está claro en este episodio, casi erótico y pasional más que político- no duda en clavarle una puñalada bajo el esternón, en pleno corazón, estando el héroe de la Revolución desnudo –la mayor indefensión y en una bañera-. Dos castigos por dos condenas o pecados de hibrys, de desmesura de toda revolución o su contrarrevolución.


Hay otras pinturas que nos muestra la el asesinato o la muerte de Charlotte: Charlotte Corday después del asesinato de Marat, 1861 de Paul Jacques Aimé Baudry. Una Charllote sin culpa, como una asesina fría, limpiando el cuchillo con un rostro frío, después de cumplir con su propósito.


O la pintura de Arturo Michelena (1889): la vemos hierática rumbo al cadalso. El pintor, a la derecha, también como un fotógrafo de la escena. Una pintura casi naturalista de lo que ocurre y ocurrirá y su testigo. Donde una luz lateral la ilumina no sabemos si cómplice o santificada a Charlotte.


También Munch pintó el episodio, de una manera expresionista, muy sexuada, se cambia el cadáver de Marat desde una bañera a una cama, ya no es agua sino sábanas las teñidas de rojo, en las versiones de las pinturas de Munch. Sangre o su representación: cual haya sido el episodio, está manchado de sangre, de color sangre, de pintura roja, de escritura o pintura salpicadas de sangre. Sacrificio o sexualidad: bañadera o cama.


La tinta roja es la tinta de la corrección. Corregimos con rojo. Y el rojo es el color que simboliza el peligro como también el error y el castigo. Algo así como la letra con sangre entra: la primera metáfora, la más evidente de "La colonia penitenciaria" de Kafka (a veces la lectura primera, la más denotativa, suele ser la más tremenda y prístina en Kafka, el más "interpretado" quizá de los escritores occidentales del siglo XX): pero donde a veces sus lecturas denotativas suelen ser las más feroces, porque parecen connotativas o metafóricas y su a la lettre nos conturban con mayor rigor literario y existencial.


En “La colonia penitenciaria” tenemos una máquina para escribir con tinta roja, con la tinta roja de las venas del condenado el motivo de la condena. Y la escritura, es decir la grafía de la condena no puede ser, para el verdugo –o para Kafka-, una grafía simple, una escritura clara, porque "no puede matar enseguida": la escritura de la condena, es, también el texto de la ejecución, la letra que con sangre desangra y mata, debe ser una grafía laboriosa y barroca, lenta y lacerante. El cuerpo, como página en blanco donde se grabará la condena, debe sufrir en cada letra, en cada sílaba, en cada frase, o, a la inversa, en cada partícula lingüística significativa, sea esta un morfema o un rasgo diferencial de un fonema, ese dolor, esa culpa, tu culpa, morosamente. Hasta que el escribano de la tortura se transforma en un niño torpe, que derrama la tinta roja sobre el cuaderno (el cuerpo) asaz impoluto y lo transforma en un cuaderno manchado, una página del cuerpo manchada de rojo, donde, finalmente, el lector (el explorador en el relato kafkiano) exclama desesperado: "No puedo" (leer). A lo que el oficial, el escribano del castigo, el torturador, a fin de cuentas, aclara: "No es caligrafía para chicos de primaria. Hay que leer largamente en él. Con seguridad Ud. también lo interpretaría. Naturalmente no puede ser una escritura simple; es que no debe matar enseguida, sino término medio, en un lapso de doce horas; el momento crítico está calculado para la hora sexta; por lo tanto, la escritura en sí debe estar rodeada de muchos, muchos adornos; la verdadera escritura cubre el cuerpo sólo en una pequeña faja; el resto del cuerpo se destina a ornamentaciones".


Escrito sobre un cuerpo se titula el un libro de Severo Sarduy sobre el barroco: la letra con sangre entra, es un gesto barroco, parece. Cuando chicos nos corregían las tareas mal hechas con tinta roja. En los cuentos de hadas el rojo es el color y el olor del deseo. Y ese deseo también es castigado. Ahí aparece el lobo con sus fauces tintas en rojo. Es mal visto parece firmar un documento legal con tinta roja. Mal vista la tinta roja. Escribir con rojo. Evoca la menstruación. No se debe hacer el amor cuando menstrúas. ¿Dónde está escrito ese mandamiento? ¿No gozar con, sino a pesar de ese fluido vital y tibio, amargo y dulce a la vez como lo gustaba el conde Drácula según Bram Stoker en la novela homónima? También los letreros de neón en los prostíbulos eran de color rojo, cuando los prostíbulos existían como tal y no como casas de masaje o cafés camuflados en el centro del centro de Santiago de Chile a pocas cuadras de la Biblioteca Nacional.


Los letreros EXIT en los escapes de los cines de antaño. Las revoluciones también, como dijimos, también suelen ser rojas simbólicamente y la sangre que derramaban (derraman) las revoluciones. Pero ya no hay bailarinas con zapatillas rojas, condenadas a bailar hasta que le corten los pies, ni heroínas revolucionarias que valgan su utopía en rojo, ni, creo, que poetas que escriban con tinta roja. Los poetas ahora suelen suicidarse con excesos de alcohol, como el Garcín de Darío, que tenía un pájaro azul en la jaula de su cabeza que clamaba por su libertad; o, simplemente, por excesos de escritura, de noches pasadas en vano para dar con el poema que premiaría el Consejo del libro y la lectura. Blake escribió: The road of excess leads to the palace of wisdom. ¿Se disolvió también en el aire, Marx mío, la tinta roja? Queda el recuerdo de los semáforos, después de la medianoche, cuando te detenían por sospecha, o según las nuevas leyes te detendrán, ahora, en 2023, en Santiago de Chile, también por sospecha.

¿Por qué tanta sospecha, vigilancia y castigo?: ¿de tirar a rojo? ¿De tirar con rojo? Y en las calles hoy mismo, esta noche, quedan los semáforos dando sólo una luz, hasta la madrugada, como cíclopes parpadeando sobre el asfalto, cuando los poetas malditos, ya tan pasados de moda como sus versos, regresan a su hogar, tan jóvenes, si es que tienen un hogar, o podían regresar a algo así como un hogar, después del toque de queda, a las 2 P.M., después de la Hora del Lobo. Del lobo y sus fauces rojas de tinta prohibida. En los remotos 70 y en los tan actuales y crispados 2022 a 2023, cuando se nos vino después de una pandemia y una revuelta social fallida, y la evidencia del clima que enloquece, y desuella los arrecifes de coral, que se trasparentan desde la superficie azul del mar en ese rojo de los cuerpos sin piel y dos guerras inmisericordes y un horizonte sin palabras, quizá con un abrupto y post apocalíptico THE END o como en el himno de The Doors este sí con letras rojas simulando sangre fresca, como en las películas de vampiros de la Hammer Films: THE END…


1 y 2 EDWARD MUNCH - Der tod des Marat 1907
3 ARTURO MICHELENA - Charlotte Corday camino al cadalso 1889
4 JACQUES-LOUIS DAVID - La mort de Marat 1793










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