“Eso fue lo que pasó”. Natalia Ginzburg y algo de una clínica actual.
Se lee en internet que el libro de Natalia Ginzburg narra la historia de “un amor desesperado”. No soy yo quién dirá si eso está o no en él. Pero si me parece que no es la única lectura posible y nos puede iluminar, tristemente, una realidad actual que se hace necesario pensar.
En el libro “Y eso fue lo que pasó” se cuenta la historia de un crimen. El texto parte de manera potente con el siguiente texto:“Y yo le dije
-Dime la verdad.
Y él me contestó:
-¿Qué verdad?
Dibujó algo a toda prisa en su cuaderno y me lo enseñó: un tren largo muy largo con una gran nube de humo negro y él asomándose por la ventanilla y saludando con un pañuelo.
Le pegué un tiro entre los ojos.”
Ginzburg nos cuenta sin tapujos lo que pudiera ser el problema más vistoso desde la misma entrada. El crimen de una mujer contra su esposo. Es muy interesante leer esta novela a la luz de su momento histórico de publicación, 1946, lo que nos da para pensar sobre la recepción y la crítica de la época como un punto de sumo interés. No obstante, de su lectura misma, puede desprenderse una pequeña línea que nos permite hoy releer un problema clínico y social de relevancia.
En un encuentro entre colegas del campo psi, hace unos días, surgió el tema de “la muerte en las juventudes como un suicidio”. Lo que se intentaba pensar era cómo la violencia a la están expuestos cientos de jóvenes muertos entre una que otra balacera no pudiera ser pensado como una forma de exposición a la muerte y por tanto -conclusión no necesaria- un suicidio.
El encuentro no desarrolló en profundidad las ideas que planteamos y llegamos más bien a la conclusión de que necesitábamos reunirnos a propósito de encontrarnos últimamente inmersos en una clínica con juventudes marcadas por la violencia, la muerte, las auto agresiones y el suicidio en contexto de múltiples vulneraciones. Y eso, por más que se trabaje en un contexto ya conocido “pega” a quienes allí estamos.
En esta misma reunión hablamos sobre la caída o la resistencia del patriarcado; la sensación de soledad de los cuidadores en la crianza y la falta de padres para los jóvenes o padres abusivos (¿será que no salimos nunca de ser “Madres y Huachos” como nombra Sonia Montecinos?), la falta de comunidad, el individualismo y principalmente la falta de coordenadas para construir un futuro. Y en eso algo del libro de Ginzburg, que leí hace ya unos meses, me resonó como una manera de poner unas palabras a esta sensación compartida de estar trabajando en un contexto, hoy, marcado por la muerte.En libro “Y eso fue lo que pasó” la autora muestra no sólo la historia en la que se desarrolla ese “tiro entre los ojos”, punto sobre la que se desarrollará la novela, sino una serie de situaciones que dan cuenta de cómo la protagonista se enfrenta reiterada e insistentemente a una sensación de incertidumbre muy angustiante por parte del esposo. Pudiera considerarse, en un nivel, que la maternidad de la protagonista -de la cual se da cuenta en el libro- viene a coagular algún sentido para ella y organizarla psíquicamente frente a la angustia, no obstante este encuentro no logra apaciguar su sufrimiento. Es así que, pudiera leerse, el crimen viene a constituir un punto necesario y quizás único de certeza en el desarrollo de la historia. ¿No es la maternidad y la paternidad, en el avance del desarrollo y la independencia del hijo, más bien la puerta al devenir mismo de la vida, con sus sorpresas, faltas de cálculo y novedades cotidianas? La muerte, en su oposición, opera como una única y necesaria certeza frente a un mundo, para la protagonista, abrumador por la incertidumbre que ofrece su esposo.
¿Y si la muerte hoy, de un otro o del sí mismo, fuera el punto de certeza subjetiva frente a tanta angustia y falta de certidumbre ofrecida por la época actual en contexto de alta vulneración social? No hay garantía de salud, de educación, de vejez, de futuro, y un sector de la política insiste en retroceder en los mínimos necesarios para tener una sociedad y no un mall de consumidores. Y qué decir de que todo esto va acompañado en la ecuación por el bombardeo incesante de la violencia y la delincuencia que parece efervecer en un sistema comunicacional que responde más bien al sensacionalismo que a la construcción de una noticia.
Quizás, el estruendo de un disparo o el cuerpo frente al mismo sea una forma de poner un pare a ese exceso de faltas. A veces un ruido fuerte nos despierta de ese estado de adormecimiento en el que no se está ni dormido ni espabilado. La pregunta es qué sucede que tanto ruido fuerte parecen hoy no sacarnos de la somnolencia y parece más bien que todo insiste a seguir un poco igual por un buen tiempo. Se puede encontrar en la red la noticia de adolescentes acribillados al lado de una receta para la juventud como si todo fuera parte de lo mismo y esa misma fuera lo suficientemente “nada” como para que ya no nos espantemos.
No tengo más que la aproximación tangencial a una idea que me permite pensar de cierta manera el presente frente a jóvenes en la consulta que padecen altos montos de angustia y no cuentan con las coordenadas subjetivas para poder darles contenido ni contenedor a sus preocupaciones y sufrimientos. Peor aún, que están o son parte del fuego cruzado. Muchas veces, pareciera, que frente a la época no queda más que sus propios cuerpos mutilados o sus vidas expuestas al exceso. Levanto la cabeza y entre el calentamiento global acelerado, catástrofes, pobreza, inmigración forzada, falta de respuestas por parte del sistema social, me pregunto cómo será ser joven hoy y tener “todo un futuro por delante”.
Si este es el panorama de la época, y sea necesario estar a la altura de la misma no respondiendo en el mismo único nivel en el que los discursos actuales nos intentan dejar (“más seguridad, más policías, más armas, más violencia”) cabe formular la pregunta: qué lugar ocupar, como profesionales del campos “psi”, dentro del espacio psíquico y social en el que nos movemos para que “un tiro entre los ojos” no sea la única y necesaria certeza útil que permita habitar la realidad de esta población que muchas veces nos toca atender.