Falta de ignorancia
Para entender ciertas torpezas o ineptitudes humanas, don José Santos González Vera solía proponer una de las explicaciones más paradójicas que yo haya escuchado. Si alguien decía “recepcionar” por “recibir”, o “entrada liberada” por “entrada gratis”, lo hacía, según el escritor, “por falta de ignorancia”.
Don José Santos, además de sutil e irónico, era un hombre inclinado a dejar pasar los defectos de los demás sin castigo o desaprobación. Cultivaba un sentido del humor tan delicado e indirecto, que a menudo resultaba difícil distinguirlo de una seriedad sin matices. ¿Cómo podía faltarle a nadie la ignorancia? Lo que hay que echar de menos siempre y en todas partes, pensamos sin pensarlo, es el conocimiento, debido a que nunca se ha aprendido todo lo que es preciso saber.
Con la creciente complicación de la cultura, la educación de los miembros de ciertos grupos sociales se alarga y se van cargando de grandes cantidades de información especializada. El proceso de aprender llega a convertirse, como ocurre hoy entre nosotros, en una constante que hay que retomar muchas veces a lo largo de la vida para mantenerse al tanto y al día. Es obvio que esta disponibilidad de la inteligencia para llenarse ininterrumpidamente de nuevos contenidos científicos y técnicos le imprime cierto carácter tanto a las personas sujetas a tal obligación como a su facultad de pensar y de comprender. Comparados tales especialistas con personas que se las arreglan en el mundo confiando en el sentido común, en la intuición y en las dotes naturales que crecen con la experiencia de la vida ordinaria, fácilmente descubriremos las diferencias entre ellos. Y veremos que la comparación no siempre favorece al especialista y a las personas más entrenadas en los saberes complejos. Es un prejuicio de intelectuales pensar que el especialista moderno conserva inalteradas sus aptitudes naturales después de haber alimentado su inteligencia con el fardo de información que necesita para funcionar en las circunstancias alteradas de una civilización que se apartó hace muchísimo tiempo de la naturaleza.
Releyendo a Cervantes, tengo la impresión de que él anticipó y encarnó en Don Quijote de la Mancha el fenómeno de la inteligencia especializada. En muchas situaciones de la novela el protagonista resulta menos capaz y atinado que Sancho Panza, a quien sin embargo él tiene por torpe, estúpido e ignorante. No es que esté, en esto, tan equivocado; lo está solo de modo parcial pero típico. Pues lo único que se le ocurre al caballero es también lo peor que se le podría ocurrir, esto es, medir a Sancho, que está sano, con su metro demente. Sancho no sabe leer y el pobre Don Quijote no sabe otra cosa que leer. Con razón Sancho lo considera loco, pues el mundo es demasiado complicado para que la infatuación con una sola forma de entender no precipite al especialista en situaciones en las que se comportará estúpidamente. La locura del caballero es lo de menos; anda tan perdido y desajustado que, como se hace con los niños pequeños, hay que adaptarse a su idioma, el de las caballerías andantes, para que se haga cargo de las cosas más simples. Verdaderamente, Don Quijote y otros especialistas como él padecen de falta de ignorancia, como decía González Vera.
Carla Cordua
*Este ensayo es parte de Imaginación y verdad (Ediciones UDP), libro que reúne escritos de Carla Cordua sobre literatura hispanoamericana.