Guerra
Palantiri son las siete piedras o esferas mágicas que en el Señor de los anillos permiten ver el futuro o escenas que ocurren en lugares lejanos o tiempos remotos. También comunicarse con quien tiene alguna de ellas en su poder. En la saga, parte de las piedras están en manos de las fuerzas del mal y, en consecuencia, las utilizan para ese propósito.
Después volvemos sobre las Palantiri. Ahora el tráfico y los semáforos obligan a prestar atención. Los últimos días del verano austral son soleados y calurosos. Es la hora del almuerzo y las calles se ven más concurridas. En esas rutinas las ciudades se parecen. Aunque no son iguales. Incluso pasado un tiempo cada ciudad deja de parecerse a sí misma. Sigo el flujo impuesto en las intersecciones. Nadie mira a nadie, pero casi todos los peatones respetamos las reglas, el código que determina cuándo avanzar y cuándo detenerse. Nada extraordinario. En el caos urbano no se observa ninguna anomalía. Todo en su sitio, nada que indique algo fuera de lo común.
Lo llamativo es que el año se inició con la palabra guerra infiltrándose en el relato mediático. Guerra más allá de Ucrania, del Sahel o Gaza, guerra como conflicto total, en el sentido amplio del término. Tiempo antes el concepto ya estaba presente en foros especializados de geopolítica y asuntos militares. También comenzó a aparecer en programas de análisis económico y financiero. Esto último es quizá la señal más alarmante. Igual seguimos como siempre, como quien oye llover.
El 17 y 18 de enero la cúpula militar de la OTAN y los jefes de defensa aliados realizaron una cumbre en la sede de Bruselas para conversar sobre asuntos estratégicos, de seguridad global y sobre Steadfast Defender 24, los ejercicios que la organización ejecutará entre enero y mayo, los mayores que realizan desde la Guerra Fría. Durante la cumbre, tres de los principales comandantes de la cúpula militar participaron en una conferencia de prensa. Rob Bauer, Presidente del Comité Militar emitió entre otras, estas declaraciones:
"Necesitamos que actores públicos y privados cambien su mentalidad de una era en la que todo era previsible, planificable, controlable y centrado en la eficiencia a una era en la que puede ocurrir cualquier cosa en cualquier momento. Una era en la que necesitamos esperar lo inesperado. [...] Tenemos que darnos cuenta de que no es un hecho que estemos en paz. [...] La gran diferencia con un año atrás, es que hay muchas cosas que han sucedido en las fuerzas armadas y en las organizaciones de defensa. Lo que aún no ha sucedido en nuestras sociedades es entender que es más que el ejército el que opera en un conflicto o en una guerra, es toda la sociedad la que se verá involucrada, nos guste o no”.
Curiosamente en la sala de prensa se ven pocos periodistas, muchos asientos vacíos. Quizá eran los únicos medios acreditados, o tal vez a la mayoría el asunto no les interesa.
El 3 de marzo, la portada del diario El País exhibió este titular de cabecera:
Ningún conocido me hizo llegar un comentario. Puede ser que no lo leyeran, o que tengo pocos conocidos. En cualquier caso tampoco yo envié nada.
Cómo vivía la gente los años y meses previos a la Primera y Segunda Guerra Mundial. Qué pensaban y leían. Qué soñaban. Qué análisis certeros o titulares sensacionalistas encontraban en los periódicos o escuchaban en los programas de radio. ¿Sería la gente de a pie consciente de lo que sucedía a su alrededor y más allá de sus fronteras, cambiaba en algo su vida cotidiana, sentían angustia o miedo? ¿Puede intuirse la guerra y si se puede, es posible imaginar lo que queda más allá de las ruinas? ¿Se puede inferir de los acontecimientos aparentemente inconexos que suceden en distintos puntos del planeta el germen de un conflicto como el que se vivió en aquellas tragedias mundiales? Estuvieran o no en los campos de batalla, neutrales o alineados a alguno de los ejes, ningún país salió indemne de la catástrofe.
La década de 1930 fue compleja. Comenzó con el desastre económico al que arrastró la Gran Depresión del 29. Se sucedieron conflictos sangrientos como la ocupación japonesa de China y la guerra civil española. El imperio británico colapsaba y el nacionalismo se esparcía con rapidez por Europa y algunos países americanos. Italia incursionaba en África con ferocidad. Estados Unidos se atrincheraba en una neutralidad imposible tratando de salir de la depresión construyendo carreteras para reactivar la economía y el empleo. Alemania invadió Austria y Checoslovaquia sin que por ello hubiera reacciones o consecuencias relevantes. El mundo miraba para otro lado ante los avances del fascismo y las purgas comunistas. Stefan Zweig observó con desconfianza el ascenso del nazismo y anticipó de algún modo ese Anschluss que obligó a su país a integrarse por la fuerza en el Tercer Reich. En 1934 Zweig inició su exilio y comenzó a escribir El mundo de ayer, obra centrada en las dos primeras décadas del siglo XX, en las devastadoras consecuencias de la primera gran guerra y en parte de su experiencia personal. El libro termina con el inicio de la segunda guerra y debió ser esa melancolía ante la visión de un mundo que agonizaba en la violencia y caía a pedazos a su alrededor la que en 1942 le llevó al suicidio junto a su mujer Lotte Altmann en Brasil, un día después de que enviaran por correo el manuscrito a la editorial Bermann-Fischer Verlag.
La Historia no se repite, pero los motivos y las fuerzas subterráneas que conducen al conflicto no se diferencian demasiado. La historia de la humanidad es la historia del comercio y de la lucha por el control de los recursos. Enmascarada bajo consignas nacionalistas, religiosas o ideológicas para movilizar a las masas, la guerra germina por causas similares y apunta a los mismos objetivos. Destruimos para reconstruir, para apropiarnos de un palmo más de tierra o mar que algo tiene de valor, para que la maquinaria y los negocios continúen funcionando. Sustituimos a fuerza de trauma modelos agotados. Ante la evidencia del factor económico que a lo largo de nuestra historia ha provocado el conflicto desorganizado primero y la guerra organizada después, podemos continuar engañándonos y atrincherarnos en la creencia de motivaciones en ocasiones utópicas y en otras delirantes o idealistas, pero si atendemos a lógicas más objetivas, sin pudor podríamos modificar el verso y decir: L'économie avant tout chose [...] et tout le reste est littérature. Cambian los hegemones y los polos de poder pero las razones y el modus operandi se mantienen casi intactos.
¿De verdad debemos prepararnos y pensar que se acabó esta especie de Pax Romana o las consignas de militares y medios masivos de este y del otro lado son faroles que persiguen otros fines, retórica y arengas discursivas dirigidas a electorados que deben participar en las numerosas elecciones que tienen lugar en 2024? Bauer habló de prepararse para una guerra total que tendrá lugar en algún momento en los próximos veinte años. Podría suceder en quince, siete o dos. El general no tiene una Palantir y quizá por eso se extiende tanto, o tal vez la tiene y sabe más de lo que cuenta.
Es difícil no caer en el escepticismo. Los discursos de la propaganda mediática y la realidad a menudo no coinciden. Basta buscar algunos ejemplos. A pesar de las sanciones económicas tanto la Unión Europea como otros países occidentales continúan comprando petróleo ruso. Para que la impostura no sea tan evidente el crudo ha debido tener algún tipo de refinado en otro país distinto al de origen. El viejo continente ha jugado mal sus cartas, su malla energética es dependiente casi en su totalidad del exterior, está quebrada y su industria se hunde. Ante la súbita declaración de la controversial energía nuclear como energía limpia y la reactivación de las centrales de carbón en Alemania, el discurso flower power europeo hacia la transición verde y ecológica ya no se sostiene. Con toda la complejidad que tiene el conflicto, no se puede olvidar que frente a la costa de Gaza hay grandes yacimientos de gas muy interesantes para todos los involucrados. Si tenemos un problema con el suministro de petróleo y gas de Rusia nos amigamos con Maduro, la riqueza de Venezuela merece aguantarle las arengas soporíferas. Por su lado Maduro se deja querer, ya que el gran hermano ruso hace mucho tiempo que tiene la cabeza y sus intereses en otra parte. Según el estado de tensión, Israel compra petróleo a gran escala y discretamente a Irán, y este por supuesto, también discretamente, se lo vende triangulando vía Europa. En Estados Unidos la polarización está generando una fractura social que puede amenazar la institucionalidad y la democracia. Ante los posibles resultados de las próximas elecciones, desde la militancia de ambos partidos se han escuchado posturas que podrían promover acciones totalitarias de consecuencias inesperadas. China espera su momento sin descuidar imponer sus reglas en su zona de influencia, ya sea construyendo presas en el Mekong para controlar los flujos de agua y asegurar la producción de electricidad o extendiendo siempre un poco más allá sus pretensiones sobre el rico Mar del Sur de China. Corea del Norte va por libre jugando sola su Call of Duty particular en esa especie de Disney delirante que atisbamos en lo poco que sabemos y podemos ver del país. A África se la deja desangrarse en sus conflictos tribales y a merced de sus muchos dirigentes de opereta, de esa forma es más fácil que todos aprovechen a precio de saldo lo mucho que tiene para ofrecer.
Los jugadores del llamado otro lado no son mejores que los de este, cada cual tiene su propia agenda. Nos quedan más lejos y nos resultan más herméticos, pero sería ingenuo pensar en una bipolaridad o multilateralidad segmentada en malvados y bienhechores altruistas. Como táctica de propagación del sectarismo, cada uno moldea a sus adversarios para exacerbar contra ellos el odio y la desconfianza. Monstruos arquetípicos simples de entender contra los que la opinión pública y los ciudadanos de a pie podamos dirigir fácilmente animadversión y miedo. Realpolitik. Detrás de los choques de civilizaciones, de las guerras santas o los conflictos ideológicos o culturales, están los recursos que alimentan los patrones industriales y energéticos de nuestro momento histórico: petróleo, gas y las tierras raras y minerales que necesita la industria tecnológica. También los que a lo largo del tiempo fueron siempre objeto de disputa: agua, recursos agrarios y control de las rutas de transporte y del comercio.
Al contrario de lo que puede parecer, la amenaza nuclear ha servido para evitar la explosión de conflictos convencionales a gran escala que hubieran podido activarse con más facilidad de no haber mediado ese peligro. El juego de provocaciones veladas o directas sobre la posibilidad de un conflicto nuclear en numerosas ocasiones se ha puesto sobre la mesa como elemento de contención. Podremos confiar en ese juego de envites hasta que algún líder o gobernanza lo suficientemente desequilibrada imponga y arrastre a la humanidad a su particular visión de la Historia.
Cualquiera que fuera la intención, no se puede ignorar que Bauer fue transparente. Habló de guerra a gran escala e incluso le puso plazo. A finales de febrero, la presidenta de la Comisión Europea instó a los socios a un rearme y a un "despertar urgente en materia de defensa”. Pocos días después, el comisario europeo de Industria, Thierry Breton, advirtió que “necesitamos cambiar el paradigma y pasar al modo de economía de guerra”. Pronto repararemos en que dichas inversiones supondrán recortes en los programas y presupuestos de las políticas públicas sociales. La declaración del estado de guerra o de entrar en economía de guerra, permite al Estado varias acciones de control que para cualquiera de los poderes políticos son interesantes en momentos de decadencia y crisis: planificación de la industria y de la economía, confiscación o expropiación de recursos, patrimonio o bienes y censura, control o recorte de libertades y derechos ciudadanos. La intención de infiltrar el concepto de conflicto a gran escala e instalarlo en el imaginario público de occidente es explícita. Sea por motivos electorales o por darle una salida lucrativa como la industria de las armas a una economía débil y maltrecha, será necesario y prudente estar atentos a las próximas consignas, a sus posibles intenciones y a lo que pueden querer decir de forma directa o entrelíneas. La guerra es también el quiebre traumático por el que se transita para sustituir modelos agotados. Nos encontramos en transición hacia la quinta revolución industrial. La presencia de las máquinas y de la inteligencia artificial va a modificar como nunca antes aspectos fundamentales de nuestra organización colectiva. No creo que se trate de la distopía en la que las máquinas y la IA alcanzan la singularidad, nos superan y nos esclavizan o extinguen. Lo que sí puede pensarse como horizonte posible es que su integración a los procesos industriales y de producción y su penetración en todos los órdenes de las dinámicas sociales humanas van a suponer un quiebre radical en aspectos fundamentales que, nos gusten o no, son intrínsecos e inherentes a nuestra civilización. En ese nuevo contexto, conceptos como la finalidad y el significado del trabajo, la propiedad, la gestión del ocio, la distribución de la riqueza, la estructura institucional, la privacidad o la autonomía pueden verse extremadamente modificados y con ellos, la forma en la que vamos a vivir.
No tenemos una Palantir para ver si esa transición será gradual o llegará tras eventos traumáticos y disruptivos que ya han sido o están siendo planificados. Además de una piedra de videncia, en el mundo real y contingente, Palantir es una empresa de software y servicios especializada en análisis de big data muy vinculada a agencias de inteligencia y de gobierno. Su director ejecutivo ha dicho públicamente que ”la empresa es responsable de la mayor parte de la focalización de objetivos en Ucrania”. De igual forma, Rusia tendrá sus propios desarrollos. Ucrania está siendo un laboratorio de pruebas para las nuevas tecnologías y la aplicación de la inteligencia artificial a armamento y tácticas de guerra. En la edición del 26 de febrero, la frase Primera Guerra IA titula la portada de la revista Time.
Termina marzo con Lituania y Polonia hablando abiertamente de Tercera Guerra Mundial si Rusia vence en Ucrania. Alguna vez le escuché a un historiador decir que en Europa han tenido lugar más de quinientas guerras en los últimos siete siglos. Un cómputo trágico y violento que le confiere al continente un estatus codiciado y preferente en el tablero de Risk. Hace unos días descubrieron que la guerra organizada y prolongada es más antigua de lo que pensábamos. Tal vez tenga sus raíces en aquel primer proto humano que descubrió lo efectivo que era herir o matar a un semejante golpeándolo con una piedra. Quizá confiamos demasiado en la inteligencia y la cultura, pero no debemos olvidar la biología, porque solo teniéndola presente y conociéndola podremos entenderla y controlarla mejor.
En este hemisferio los días comienzan a ser más cortos. De algún modo consuela pensar que estamos muy lejos, si es que la lejanía puede ser un seguro físico y emocional en estos escenarios. Mientras espero para cruzar, leo en uno de los pocos diarios libres de suscripción que a partir de los datos de un estudio estadístico realizado en los últimos meses, por primera vez los jóvenes manifiestan sentirse menos felices que las generaciones de más edad que ellos. También llegan al teléfono las primeras notificaciones sobre un terrible y sangriento atentado en Moscú. Sus consecuencias pueden ser graves e impredecibles. En el caos urbano no se observa ninguna anomalía, nada que indique algo fuera de lo común. Nada extraordinario. Pero los datos de esa encuesta y el brutal atentado son ambos muy mala señal. Busco en Google y registro que el 3 de septiembre de 1939, con apenas algunas horas de diferencia, Gran Bretaña y Francia declararon la guerra a Alemania. En la pantalla aparecen recortes como estos entre las imágenes que rescata el buscador:
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Ojalá no nos toque leer los mismos titulares en los diarios digitales que seguimos en nuestros teléfonos.
Cuando doy el primer paso para atravesar la calle, percibo que la consigna a la que atiendo automáticamente para moverme no parte del semáforo si no de una luz verde rectangular que está a mis pies incrustada en la acera. Las ciudades terminan por no parecerse a sí mismas. Nosotros tampoco.