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Foto del escritorSilvia Veloso

Happy Birthday

Pensando en este primer aniversario de barbarie.lat, recordé la que con certeza debe ser la interpretación más famosa de la canción Feliz Cumpleaños de la que tenemos registro. Vayamos al contexto. Es el 19 de mayo de 1962. En el Madison Square Garden de Nueva York quince mil personas asisten a un evento cuyo objetivo es recaudar fondos para el Partido Demócrata. La entrada cuesta 1.000 dólares por cabeza, hablamos de 1962…


Para darle brillo mediático y sacudir los bolsillos de los simpatizantes demócratas, la gala está llena de estrellas y celebridades. Un star-studded event en toda regla. Como broche final, los organizadores deciden incluir en la agenda un homenaje de cumpleaños al presidente Kennedy. Aún faltan diez días, su aniversario es el 29 de mayo, pero no importa, la ocasión es perfecta para cerrar apoteósicamente la velada con un golpe de efecto espectacular e inesperado. A lo largo del evento, desde el micrófono del escenario los presentadores llaman a la diva varias veces, pero Marilyn no se presenta. El público bromea y suelta carcajadas cada vez que su nombre es anunciado de nuevo por megafonía, piensan que se trata de un chiste que forma parte del guion de los anfitriones. Hasta que la rubia por fin aparece.


La escena que sigue la conocemos todos, es un ícono de la cultura pop de los últimos sesenta años. Marilyn entra en un escenario que para recibirla queda en total oscuridad. Un único y potente foco la sigue y la ilumina. El Madison Square Garden al completo aplaude y contiene la respiración. Es ella finalmente. Lleva una estola y un vestido ceñido como una segunda piel al cuerpo. Tan ceñido que para cerrarlo tuvieron que coserlo por la espalda una vez puesto. Tan ajustado que no permitía usar ropa interior. Marilyn canta en susurros, se contonea y termina el homenaje presentando la entrada de una torta imposible de dimensiones absurdas que aparece en el escenario portada a hombros por dos cocineros sobre un palanquín mientras invita a las quince mil personas que llenan el Madison Square Garden a desearle feliz cumpleaños al presidente.


Happy Birthday, Mr. President. Marilyn cantó como cantó, con el hilo de voz frágil de quienes no tienen voz, como podemos verla y escucharla en la famosa cinta que recoge el momento, quizá la interpretación más nerviosa, intensa y sincera de su vida. Tras la dedicatoria, Kennedy aparece en el escenario, muestra una sonrisa pícara y saluda al público con esta frase: después de que me han cantado el feliz cumpleaños de una manera tan dulce y estimulante, ahora puedo retirarme de la política”.


Jackie no estaba en la gala, no solía acompañar a Kennedy en actos del partido. Se dice que se enfureció con su cuñado Robert por ser el ideólogo de la pantomima del Madison Square Garden. También se dice que cuando se enteró del asunto le comentó a su hermana: ‘la vida es demasiado corta para preocuparse por Marilyn Monroe´.


Tres meses después Marilyn estaba muerta. En noviembre del año siguiente, Kennedy es asesinado en Dallas. En esa ocasión sí estaba Jackie acompañándolo.


Se ha dicho que solo Marilyn podía haber hecho algo sexy con una canción tan ñoña como el Feliz Cumpleaños. Y ese es quizá el sentido profundo y el espíritu del espectáculo. El poder mistificador y la capacidad hipnótica de la puesta en escena tal como mucho tiempo atrás también lo entendieron romanos y egipcios. La piedra angular del pan y circo como mecanismo capaz de entretener incitando el fervor, las pulsiones y la sangre. Una catarsis hipnótica colectiva que a su vez solo se experimenta de forma anónima, individual y esencialmente subjetiva.


Según la tercera acepción de la RAE, espectáculo se define como “cosa que se ofrece a la vista o a la contemplación intelectual y es capaz de atraer la atención y mover el ánimo infundiéndole deleite, asombro, dolor u otros afectos más o menos vivos o nobles”.

En cuanto al origen etimológico de la palabra, esta refiere a “actividades en las que, normalmente, el observador (espectador) no participa de manera activa, sino que se limita a presenciar la escena. El vocablo espectáculo viene del latín spectaculum, apelativo nominal del verbo spectare ‘mirar’, ‘contemplar’, ‘observar atentamente’. El verbo latino se derivó de la raíz indoeuropea spek-, a partir de la cual se formó por metátesis el vocablo griego skep, del cual provienen también escéptico y escopo. De la misma raíz indoeuropea se derivaron otras palabras castellanas, tales como espía, espectro, espejo y especular”.


Todas estas palabras de origen común también tienen en común ser sugerentes, equívocas y oscuras. Es el ‘sentido’ de espectáculo y no el análisis teórico de Debord sobre la sociedad del espectáculo en la que “todo lo que una vez fue vivido directamente se ha convertido en una mera representación” lo que de esta escena ya legendaria quisiera resaltar. Quizá la fascinación que sobre nosotros ejerce el espectáculo, en el que no participamos física o activamente, pero con el que nos sentimos profundamente involucrados cuando es capaz de conmovernos, tenga que ver con la pulsión voyeur (la inocua y no la patológica) que caracteriza a nuestra especie. Según varias teorías psicoanalíticas, el ser humano nace con la necesidad de mirar, de subjetivar su contexto e integrarse en él a través de la mirada. Se descubre en el otro y en la abstracción de lo que observa como escena. Esa llamada pulsión escópica o estadio del espejo muy relacionada con lo imaginario, aparece cuando la persona adquiere la capacidad de percibir imágenes y de auto percibirse como una unidad. En ese sentido, los humanos seríamos seres escópicos: tenemos la necesidad innata de mirar (y mirarnos) y disfrutamos y gozamos con ello.


La actuación de Marilyn Monroe en la velada del 19 de mayo de 1962 es una joya del ‘sentido´ de espectáculo que de forma magistral combina en escena ante el espectador (voyeur ávido de asombro), sexo, política, poder, escenografía artificial e intencionalmente exagerada, chismes y seducción, una composición de realidad especulativa y mímica en la que no es fácil establecer el límite entre lo real y lo actuado. Todavía hoy, con todos sus protagonistas muertos y fuera del contexto de su tiempo histórico, genera morbo. Kennedy fue el primer presidente en utilizar eficazmente el nuevo medio de la televisión para dirigirse y hablar directamente al pueblo estadounidense. Ningún otro presidente había realizado conferencias de prensa televisadas en vivo sin edición previa. Monroe tenía aspiraciones intelectuales y soñaba con interpretar obras de Chejov y O’Neill, pero para Hollywood era otro tipo de mercancía y aplicó toda su maquinaria en convertirla en el primer gran ícono sexual de fama planetaria. Los rumores de que Marilyn mantenía relaciones con los dos hermanos Kennedy a la vez alimentaban los chismes de la época. La puesta en escena del Madison Square Garden tiene lugar en uno de los momentos más intensos de la guerra fría, aún pesaba el desastre de Bahía Cochinos y son los meses en los que se está incubando la crisis de los misiles. Es probable que nada de aquella escenificación fuera casual. Desde esa perspectiva, se ajusta con precisión a la idea de Debord de sociedad-espectáculo como representación infinita.


En sus múltiples formatos, canales y medios de difusión masiva, el espectáculo es una poderosa arma de propaganda ideológica, pero no opera como la propaganda. El poder blando que ejerce el espectáculo trabaja en corrientes profundas sobre las emociones y el placer (sea este noble o no). Moldea, impone y expande un imaginario y corpus cultural determinado estimulando y actuando sobre el individuo anónimo y sobre los colectivos con propuestas abiertas. La propaganda es rígida, se auto propone con rayado de cancha previo y pretende que el sujeto se sume sin cuestionar las reglas. El espectáculo elabora en y con los límites del sistema, puede crear propuestas y espacios anti sistémicos, contraculturales, en apariencia de origen ajeno a su naturaleza y matriz, capaces de construir y alimentar sus propios enemigos y monstruos y confundir o engañar a la percepción del sujeto receptor con el mensaje o al propio autor con la aparente subersividad de su obra. Se juega en la provocación apelando a las emociones y colocando al ‘voyeur’ ante la exigencia de tomar un posicionamiento y emitir un juicio crítico, ético, estético o emocional -aunque este haya sido previsto e intencionalmente provocado de antemano. La propaganda ordena, por lo general es obvia y pomposa, solemne, comunica utilizando relatos retóricos, lenguaje ampuloso y entonación grandilocuente y afectada. El espectáculo, como entretenimiento, seduce y explora el lenguaje y los soportes del arte, aunque no siempre consiga crear arte. La propaganda busca adhesión incondicional, el espectáculo, entretener y conmover hasta los tuétanos. Como vehículos de adoctrinamiento ideológico ambos pretenden lo mismo, pero sus dinámicas y estéticas no convergen.


Durante los últimos cien años, desde que la tecnología fue introduciendo en la cotidianeidad diferentes medios y canales de comunicación masiva, no es arriesgado decir que los norteamericanos han sido quienes más se han despegado de la propaganda tradicional y más lejos han llevado y mejor han entendido el sentido de espectáculo como maquinaría de poder, de influencia y adoctrinamiento cultural e ideológico.


Para que cada quien decida, quedan aquí algunos homenajes y registros de personajes poderosos de la política y el Happy Birthday sexy de una chica triste convertida en el ícono sexual que quizá nunca quiso ser y a la que nunca se le dio oportunidad de mostrar si era algo más que una rubia tonta y una actriz mediocre. Hace mucho tiempo que está muerta pero su leyenda sigue viva y el show debe continuar, aunque es probable que por toda la eternidad deteste el altar que la historia ha reservado para la animita de su iconografía y las subastas de fetiches.



HAPPY BIRTHDAY, MR. PRESIDENT | Marilyn Monroe - Madison Square Garden, New York 1962

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