INS-TI-TU-CIO-NA-LI-ZA-CIÓN: la octosílaba del abandono
Notas sobre una investigación de la niñez en el Sename. Parte 3.
No mucho tiempo después, volvieron a quedarse sin pan en casa y Hänsel y Gretel oyeron cómo llegada la noche la madre le decía al padre: «Aquel día los niños encontraron el camino de vuelta a casa y yo lo dejé pasar por una vez, pero de nuevo estamos sin nada, ya solo nos queda media hogaza, así que mañana tienes que llevarlos a una parte más profunda del bosque de manera que no puedan volver, de lo contrario estamos perdidos.
Hänsel y Gretel. Versión de los hermanos Grimm de 1812
El cambio fue rotundo.
Nadie olvidó el día en que ingresaron en una residencia. Vuelve a pasar al contarlo. La vida dejó de ser lo que era y se convirtió en una nueva manera de experimentar la niñez: “El cambio fue rotundo, fue como una bofetada un poco, de tener que defenderse solo, o sea todo dependía de mí, de mi comportamiento” (Jorge). Para algunos todo empeoró, para otros se puso mejor, vieron en estos lugares una “salvación”, una oportunidad que decidieron aprovechar, de alguna manera, se sintieron parte de un privilegio, unos seleccionados.
“Había una cierta selección, porque no podía entrar un niño que tuviera tendencia de delincuencia para entrar a Ciudad del Niño. Era difícil, los seleccionaban.
Entonces para los niños de Ciudad del Niño les era difícil poder entrar a no ser que hubiera un estudio previo de la familia y de los niños para que pudieran entrar.
Yo después del tercer año me di cuenta de que era algo magnífico para ayudar a las personas con problemas económicos y no solamente que no tuvieran mamá y papá. La Ciudad del Niño fue una salvación para muchos niños,una tabla de salvación gigante”. (Jorge).
Pero otros muchos no pudieron ver así las cosas, dolió demasiado el abandono o la separación de los hermanos y hermanas o el miedo o el enojo. Sí, porque también estaban, y muchos aún están, enojados.
“Me dejan aquí y yo patalié en el suelo llorando. Vi a mi papá desaparecer con su cagá’ de citroneta, entre medio del polvo, lloré. El paco me tomó en brazos y me llevó al internado y ya al segundo, tercer día, decidí comer”. (Gabriel).
Al final, de lo que se trataba era de ingresar a un espacio en el que hay personas desconocidas, adultos/as y niños/as, que pronto se sentirán familiares aunque no sean familia, ni próximos.
La separación y el trauma.
Separarse es siempre traumático. Freud en 1926 en su trabajo principal sobre la angustia establece una equivalencia entre la angustia de castración y la angustia de muerte, agrega que dicha angustia aparece como resultado de la posibilidad de verse abandonado por el superyó protector. El yo se pondría sobre aviso de la castración a través de las repetidas pérdidas de objeto.
La primera vivencia de angustia en el ser humano sería la del nacimiento. Objetivamente se trata de la primera separación de la madre, sin embargo, no puede ser vivida como tal pues la madre no es un objeto para un psiquismo en el que aún no han aparecido los objetos. Por lo tanto, es una separación que no puede inscribirse en ninguna parte, solo sentirse como un desgarro en el cuerpo, como algo que duele, la luz duele, el frio duele, el hambre duele, el sueño duele y mamar cansa. Así empieza la vida psíquica de un ser humano. Esa experiencia de separación primera como registro excesivo e in-encadenable, dará fuerza al dolor con el que se enfrenta cada separación prematura y a su vez consistencia a la amenaza de castración que permitirá el naufragio del complejo de Edipo y la instalación de una instancia moral cuya función es, entre otras cosas, evitarnos el abandono y la perdida: el superyó.
Yo me doy vuelta y digo “¿y mi mamá?”
Al ingresar algunas mamás pudieron, de alguna manera, dar una explicación.
“Ella me dijo ‘te vas a quedar aquí porque aquí te van a cuidar un tiempo mientras yo trabajo, porque allá vas a estar sola, este es un hogar y vas a estar bien’, me lo explicó así y me dijo eso. ‘Y ahora’, me dijo, ‘tienes que irte con la tía…’. Y yo quedé así… (…) muerta de susto porque primera vez que salía de mi casa así, a otro lado, donde tuviera que estar… Y con el tiempo te vas dando cuenta que estás encerrada po’, que te fueron a dejar encerrada”. (Carola).
Otras se marcharon sin poder ofrecer un motivo, ni siquiera explicar lo que iba a pasar después. Debe haber sido muy difícil enfrentarse a la mirada triste o desesperada de ustedes y quizás solo quisieron escapar. No lo sabemos.
“Me llevaron también engañada. Mi mamá me dice ‘vamos a comprar dulces’, me deja con una tía, yo me doy vuelta y digo ‘¿y mi mamá?’. ‘No tranquila, viene el fin de semana’. Yo no sabía, ahora yo lo puedo comprender, porque mi mamá era una persona bastante ignorante. Hizo lo que creyó mejor dentro de su ignorancia, yo creo, que ella creyó que era mejor no decirme. Yo tenía noción que era mejor decirme (…) Yo me hubiese dicho”. (Elizabeth).
“El hecho es que ella me dejó (...). Me dice: ‘voy y vuelvo’ y ahí quedé pos. O sea, yo creo que eso es como lo más duro, cuando sabes que te dejan ahí y esa vuelta pasan horas, días y empieza a muy temprana edad, pese al -digamos- cariño que te van brindando las tías, las cocineras, pero está ese vacío: ¿Qué pasa, dónde está mi familia? Que es como el apego en donde uno puede llorar y sentir que te pueden abrazar; y ahí a muy temprana edad te das cuenta que las lágrimas -con el tiempo- no sirven de nada, porque es algo que va a ser permanente en hogares de menores”. (Luis).
Hansel y Gretel
Jack Zipes, el folklorista señala que el cuento surgió en la baja Edad Media en Alemania. La primera versión de los hermanos Grimm fue publicada en 1810 habían por entonces variantes ya escritas, incluso algunas que hablaban solo de partes de la historia, por ejemplo, el camino trazado con piedras y migas o la casa de hecha de dulces. Existen variaciones en la versión de los hermanos Grimm al parecer lo más insoportable de la historia es la descripción de la madre, una madre que no se saca el pan de la boca para darlo a sus hijos, muy por el contrario, insta a su marido a abandonarlos en el bosque a la muerte, una y otra vez. Una madre que se elige a si misma y no a su prole.
Según los historiadores de la infancia no fue sino hasta la segunda mitad del siglo XV que el niño fue reconocido en su especificidad psicológica y social, fue valorizado en su vida familiar y luego en su vida colectiva. También, idealizado por algunos aspectos de su “naturaleza” (la fragilidad, la ternura). Esta transformación prácticamente se instaló recién entre los sectores aristocráticos europeos y de la alta burguesía en el transcurso del siglo XVII. En el pueblo, por el contrario, las condiciones de vida de los niños cambiaron muy poco. Todavía, eran características las privaciones, la explotación, la violencia y el abandono.
El abandono de Hansel y Gretel se encuentra entonces entre los aspectos más oscurecidos de esta historia de sufrimiento. Solo las lecturas feministas como las de Élisabeth Badinter se han aproximado a este punto indicando que en Europa durante el siglo XIX aún las cifras de abandono de niños recién nacidos en hospitales y orfanatos eran importantes y no ocurrían solo en los sectores más empobrecidos de la sociedad, sino también en los sectores intelectuales y aristocráticos. Muchos de los cuales a veces no abandonaban explícitamente a sus hijos en hospitales sino que los entregaban a nodrizas quienes se hacían cargo de su alimentación y cuidado en todo momento. Uno de los casos más conocido es, paradojalmente, el del propio Rousseau, quien junto a su pareja abandonó a cada uno de sus cinco hijos al nacer.
Sin embargo, los hermanos Grimm no pudieron soportar la visión de esta madre tan poco mariana y para la versión de 1850 ya había cambiado el personaje por el de una madrastra dominante y egoísta y un padre que tenía poca fuerza de voluntad para oponérsele.
El prójimo no es familiar
Para algunos/as la bienvenida por parte de los niños y niñas que ya habitaban allí fue un cariño y consuelo, mientras que para otros una entrada a una nueva forma de hostilidad. Así, algunos tuvieron que llegar a pelear o que al despertar la primera mañana el largo pelo hasta más abajo de la cintura estuviese lleno de cola fría. A veces en las residencias funcionan como manadas y como los lobos hay que saber de entrada que lugar le toca a uno en la jerarquía.
En otros lugares menos salvajes, las mismas compañeras las consolaron y acompañaron su llanto nocturno durante un mes o más:
“Yo en la noche estuve como un mes que lloraba y lloraba en las noches, las mismas cabras a veces me consolaban; las otras, un poquito mayores, me decían ‘ya te internaron, ahora tenís que esperar que el juez te dé la orden o tus papás te retiren’, no sé pos”. (Magaly).
Hay quienes fueron recibidos por amigos, que los llevaron a conocer el lugar y así forjaron amistades que les duró toda una vida.
“Yo tuve buena recepción porque un amigo que me recibió, que él es trombonista de la banda también, me trató bien, me dijo ‘Hola, ¿cómo te llamas? ¿Eres nuevo?’. ‘Sí’. ‘¿Quieres conocer la Ciudad? Vamos, yo te llevo’. Y me llevó a varios hogares a conocer todo el recinto, caminando, después me dijo ‘¿vamos a tomar once?’. Así que llegamos y me sirvieron un pan con una leche, me acuerdo, y después a comer. Me empecé a sorprender de que lo que ellos tenían organizado era bastante bueno”. (Jorge).
Llegamos así, con lo puesto.
“Cuando nosotras llegamos, nos bañaron así como con agua muy muy caliente, nos pusieron ropa, pero yo no llevaba maletas o una muda nada. Llegamos así, con lo puesto. Y claro, no me acuerdo de haber tenido mis cosas, o útiles de aseo, toalla o algo, porque éramos muy niñas”. (Carolina).
El despojo de lo que sea que haya sido la vida anterior empezó en el baño del primer día, para algunos con la brocha de lindano, con el agua helada o muy muy caliente. Las vistieron, no con su ropa, sino con ropas ajenas que no eran de nadie y eran de todas al mismo tiempo. A muchas hasta el pelo les cortaron.
“Llegamos de noche, lo primero que nos hicieron fue meternos a la ducha, sacarnos todo, meternos a la ducha y con agua helada nos tiraban así con mansos chorros así, nos tiraban, a todas. (…) ahí nos pasaron una falda, que me acuerdo de que era bien floreada, como de color café floreada. Falda, una polera y unas como pantys, unas pantuflas que en esos años había y eso era todo, nada más (…) yo de hecho llegué con una bolsa con mi ropita, todos eso, nunca más la vi”. (Leila).
Debe haber sido difícil saber quién era uno después de tanta desinfección. Hay que acordarse de que en Chile la buena crianza se representa en la pobreza limpia y que para los adultos que los iban a cuidar, ustedes venían justamente del abandono, de una crianza que no pudo mantenerlos limpios. No era personal, quizás ese fue el problema.
Los directores, “papis”, “mamis”, “tíos”, “tías”, cuidadores en general, procuraron presentar “al nuevo”, mostrarle el lugar y darle las primeras pautas respecto a la rutina a la que insoslayablemente se iban a incorporar, mostrarle su habitación, asignarles una cama. Los más privilegiados tenían un casillero que permite guardar algo de lo propio, aunque el acceso fue casi siempre restringido. Después del despojo, para llegar a lo propio tuvieron siempre que pedir permiso.
Patricia Castillo