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Foto del escritorMarcelo Ortiz

Instantáneas



No es sólo lo que se observa en una fotografía, sino también lo que queda fuera del campo visible: sus condiciones de producción, la trama, la historia; todo aquello que se puede contar a partir o a pesar de ella. Este es uno de los temas principales de Lanallwe (2023), texto de carácter híbrido (la contraportada dice “ensayo autobiográfico”) de la investigadora y docente Ángeles Donoso Macaya. En sus páginas la autora da cuenta de sus intentos por reconstruir la memoria de la casa de sus abuelos. Una narración entreverada y difusa plagada de silencios, contradicciones, historia íntima y colectiva.


El texto arranca dando cuenta de la anatomía de la casa, de su composición y estructura. El gran disparador de los recuerdos son unas fotografías que la autora decide mostrar en el texto, imágenes donde aparece la abuela sentada frente al lago Lanallwe, la casa en el sur donde la escritora vacacionaba todos los veranos, entre varias otras. La historia se construye a partir de estas fotografías que son también instantáneas, un modo de producción de imágenes que, al decir de la autora, hacen que el presente se vuelva en el mismo momento pasado. Lo llamativo de este texto tiene que ver con esta forma de elaborar la historia: a partir de aquello que no necesariamente se ve en las fotografías, se va construyendo el texto. Lanallwe podría ser un libro glosa o un libro comentario, si tomamos en cuenta esta forma particular de componer el texto.


La evolución temática de este volumen va desde las dudas personales sobre la casa del sur a ciertos procesos de carácter social y político. Así, la historia personal y familiar comienza a ser invadida o contaminada de manera progresiva por las dudas de cómo la familia adquirió el terreno donde se construyó el inmueble. A poco andar, mediante diálogos con algunos familiares y consultando archivos del lugar, la autora empieza a despejar algunas interrogantes sobre el origen de ese terreno. Se encuentra con la historia del despojo de las tierras mapuches, la reforma agraria y el abuso de la aristocracia y las empresas madereras. Se da cuenta de que la historia de la casa de sus abuelos se imbrica allí, en esas grietas. Lo que en un inicio eran sólo sospechas, empieza a materializarse de a poco. Donoso Macaya narra un proceso de reconstrucción afectiva que, no sin dudas y pasajes oscuros, sugiere cuestionar su propia historia y la de su familia.


La construcción de la memoria personal en relación a la historia colectiva se alterna también con ciertos hallazgos que la autora realiza en función a otros intereses: la fotografía. Llegado a este punto, es necesario referirnos al mayor problema que encuentra este texto: la utilización de la segunda persona singular. Si volvemos a lo que dice la contratapa (“Lanallwe es un ensayo autobiográfico…”) podemos identificar rápidamente que existe desde ya un significante (“autobiográfico”) que ofrece —por no decir fuerza— una forma de leer este texto. Lo que propone es un pacto tácito de lectura, uno donde asumamos que quien escribe la obra se identifica con la narradora y a su vez con la protagonista. Es decir, que son la misma entidad. Si a esto le sumamos que el texto se trata también de un ensayo, un ensayo autobiográfico, es imposible escapar de la primera persona singular sin que la obra concesione su potencia referenciadora a lo que está afuera de sus páginas. El texto hace agua precisamente en las partes donde la narradora cuenta sus hallazgos con los materiales de investigación fotográfica. La experiencia es tan específica, tan singular, que hacerlo en segunda persona impide que el relato genere la correlación referencial entre autora, narradora y experiencia de la protagonista.


Elegir el punto de vista para contar una historia, ya sea que hablemos de un ensayo, una autobiografía, una autoficción o una auténtica ficción, no obedece a cuestiones aleatorias. Narrar en segunda persona del singular puede tener alguna razón de peso detrás, experimental si se quiere, pero si no logra al mismo tiempo la complicidad con el lector, si no busca interpelar, si no se juega todas sus cartas en función de establecer una identificación con quien lee (como ocurre magistralmente en Un hombre que duerme de Perec), entonces es mejor utilizar otro punto de vista. Las escenas demasiado específicas de investigación junto a otros pasajes de corte autobiográfico exigen la primera persona singular, pues ningún ardid que busque mitigar la referencialidad que asume el lector entre autor, narrador y protagonista podrá borrar esa expectativa. Con todo, Lanallwe es un texto que ofrece una mirada singular de leer el conflicto mapuche. Es original en ello. La conjunción de historia afectiva, familiar y social en relación a la fotografía hacen de este texto un volumen particular tanto en su composición estructural como en su manera de tematizar el conflicto político del despojo.


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