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La fábrica de hélices

Nada de lo que me dijeron era verdad, pero al final todo fue cierto. Se tarda mucho en aprender que hay futuros que no llegan nunca. Por más que se trabaje para levantarlos están condenados al embrionaje y al desapego reaccionario.


Imagino que mi fascinación por las construcciones empezó aquí:



Entre los hierros, cuando acompañaba a mi padre a visitar las obras. El Nadador siempre aplicó su talento y esfuerzo a empresas concretas:


Las grúas:



Las vigas y los puentes:



La fábrica de hélices:



Todo lo que se levanta se caerá. Y la memoria se acaba. La fábrica que tiene la misma edad que yo quedó en desuso. Los barcos siguen yendo hasta donde llega la furia, hasta donde los barcos llegan antes de regresar. Van y vienen con otras hélices, como antes de las hélices les bastaba el viento en las velas y el músculo y el sudor de los remeros.


Supe por Internet, como todo se sabe por Internet, que se demolió la fábrica. Construirán casas para las buenas gentes de la ciudad donde por casualidad nací por el azar de que a mi padre lo destinaran a hacer obras como esta.



Será otro ingeniero quien levantará los nuevos edificios. Los ingenieros pasan. Será otra memoria la que algún día recuerde al ingeniero que se empeñó en esas nuevas construcciones.

Qué distinto y lejano el blanco y negro de la foto de la fábrica en construcción frente al azul brillante y frío del mismo cielo en la imagen que registran los mapas digitales. Después escombros.


Hay cosas que en las familias no se dicen. Y otras que sí, por llenar el tiempo, como hablar del clima o de lo buenas que fueron aquellas lejanas vacaciones que tienen color de diapositiva y algún registro en súper ocho durmiendo durante décadas en el fondo del mismo armario. ¿Sabes lo poco que ocupa una vida?, te decían. Para el viajero cabe todo en una maleta y un par de cajas. Después te mueres y te terminas de morir cuando desapareces de la memoria de los otros. Así se enseñaba en casa, sin secretos, bastaba el no decir y los silencios para aprender que los niños y las flores del jardín crecen mejor si han sido abonados con estiércol. Un día cierras la puerta y no vuelves atrás. Hasta que no hay más tierra y el límite te obliga a detenerte. A mirar alrededor y reconocerle a la ironía lo sutil de la jugada, porque puedes ir hasta el fin del mundo y aún allí tendrás que dar explicaciones. La orfandad se vive como se puede entre las conjeturas y las hipótesis. Todavía no sé si es más fácil creer en que alguna vez existió la fábrica de hélices o en el abrazo del ingeniero que aparece y desaparece en las fotografías apiladas en las cajas.



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DEMOLICIÓN DE LA MEMORIA










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