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Foto del escritorLeo Marcazzolo

La niña del gueto

Algunas historias nos remiten a minúsculas crueldades. Muy cerca de nosotros, cerca de los buses que parten y arriban, desde y hacia Santiago, en Estación Central, se ubica un conjunto de construcciones gigantescas, que desde que nacieron se han dado en llamar, guetos verticales. Guetos porque son guetos y “verticales”, porque poseen una verticalidad tan alta, que roza el cielo. Los sucesos que allí ocurren dan de comer, casi diariamente, a todos los matinales y a la escasa prensa sensacionalista que aún resiste a la irrupción del reportero sin instrucción universitaria, es decir, del auto proclamado influencer. Los relatos de hacinamiento, delincuencia, fiestas clandestinas, prostitución chilena y extranjera, y todo tipo de pleitos, componen la flor y nata del lugar común del periodista aperrao. De ese que aún se compra el cuento del sabueso.


El sabueso es muy capaz de quedarse pernoctando por noches completas entre los pasillos fríos y estrechos del gueto, con el único propósito de preguntar leseras a cuanto ser viviente encuentre. No es difícil verlo, por ejemplo, consultando a una señora recién robada, si no considera una pesadilla haber sido recién robada. Y la pobre mujer, que hace menos de una hora sufrió el asaltó, no sabe qué decirle, y entonces se encoge de hombros y se larga a llorar con los labios entumecidos y apretados de frío, ¿y es que, qué podría responderle ella al sabueso, si ni siquiera tiene plata para cambiarse de casa?, y luego el mismo sabueso, con la misma intrepidez anterior, apunta está vez a otro flanco: escoge a otra señora, que además de haber sido asaltada, es dueña de un local y tiene mucha rabia. Ante el mismo interrogatorio, confiesa, que, “de seguir la cosa así, matará por una cebolla sin problemas”. Ya la han asaltado tantas veces, dice, que sería muy capaz de “ensartar al próximo que se le entre”.


Los guetos verticales tienen eso. Tienen la cara más pesada de los laberintos kafkianos de la urbe. Por allí abundan los Gregorios Samsa y los escarabajos. Pero en la casa de Katherine, no hay escarabajos. Katherine es Katherine. Cuando llueve suele observar el cese de la lluvia desde su ventana. Le gusta ver cómo las gotas van decantando, luego desapareciendo, para, por último, coronar como perlas transparentes los vidrios. Primero el golpeteo violento, luego la debilidad y por último la desaparición.


La cortina de Katherine es naranja y cosida a mano. De su balcón cuelgan un par de suculentas, que no riega porque se le olvida. Las tiene secas, pero según admite, no sufren porque son eternas. Incluso tienen hijos, comenta. Su cortina cubre, casi por completo, la pequeña ventanilla cuadriculada que la separa del exterior. En su torre hay más de cien ventanillas cuadriculadas- idénticas- que separan la vida humana del exterior. Pero la gran diferencia es que la acción en la casa de Katherine, se vive en modo mudo. La acción transcurre sin diálogo.


Dentro de su casa no hay peleas, ni música urbana que habla de sexo, ni armas hechizas construidas para ser usadas como machetes. Katherine vive con su abuela que hace aseo. También, con sus dos medias hermanas mellizas y un gato que se llama Pancho. Pero sus dos medias hermanas mellizas son “medias hoyudas”, según cuenta, porque le sacan la plata que se le queda en los bolsiilos de los pantalones, y eso a ella le cae como “patas en la guata”. El padre y la madre de Katherine, dejaron a sus tres niñas “botadas” antes de que aprendieran a hablar y caminar. Las dejaron “botadas como basura”, cuenta Katherine. Primero a Katherine y un par de años después a las mellizas. “El reto más grande de mi vida, ha sido ser algo más que la basura de mis papá.”


La dejaron en una canasta, sobre el choapino, frente a la puerta de la señora Marta. Su abuela se llama Marta. Su abuela tiene cincuenta y tres, y ella, quince. Su mamá la llevaba a Katherine en un moisés del Ratón Mickey cuando la dejó.

Esta tarde, a quince años del hecho, sentada frente a su ventana, advierte, que lo que quema deja cicatrices, y que como producto de la vida que le tocó desarrolló un carácter que no se amilana frente a ningún “gil”.

-Soy de carácter fuerte por la vida que me tocó. No soy pesada, soy de carácter fuerte. Me cuesta entender a la gente media gil o que le gusta hacerse la vístima, dice Katherine, quien la mayor parte del tiempo, no se saca los audífonos.


Le gusta vivir la vida como en un videoclip; con música Trap o Urbana que la recree. Usa ropa colorida y holgada. Odia las prendas apretadas porque detesta que cualquier elemento físico o psicológico la haga sentirse “presionada” como si tuviera una chaqueta de fuerza o algo así. “Yo me hago respetar. Nadie me obliga a hacer nada que yo no quiera.”


-Si tuviera que describir mi vida, lo haría de la siguiente forma. Sin hacerme la vístima, diría que soy una niña que nunca conoció a su mamá y tampoco a su papá, porque ellos la dejaron en una canasta. Y como me dejaron en una canasta, ellos tampoco supieron nunca lo que era tener hijos. A los días de haber nacido, esos seres humanos me vinieron a botar a la casa de mi abuela paterna. Así tal cual, me entregaron envuelta en una manta, dentro de una canasta.


-¿Y qué dijo tu abuela cuando te recibió?


-Según lo que me cuenta, se quedó congelada cuando vio a su hijo entregarme e irse en un auto y no volver a aparecer jamás. Solo supe lo que sintió mi abuela porque a los años, mis papás me hicieron lo mismo a mí.


-¿Qué te hicieron?


-Vinieron a dejar botadas a mis dos hermanas mellizas. Sin mentirte, no vi más de un minuto a mi papá cuando me las pasó, y me dijo que ellas eran mis hermanas y que tenía que cuidarlas. Luego me dijo que estaba apurado porque se le iba a hacer tarde y le iban a cerrar el banco. Ahí entendí lo que sintió mi abuela.


-¿Los buscaste después de eso?


-¿Y para qué?. No poh si ellos no querían saber nada de mí, yo tampoco quería saber nada de ellos. Es crudo, pero es la verdad, nunca me ha faltado nada con mi abuela, y a las mellizas, a pesar de que son bien hoyudas, tampoco les ha faltado nada conmigo.


-¿Y alguna vez han preguntado por sus papás?


-Les hemos explicado el tema bien, y dicen sentirse felices, así como están. Solas llegaron a la conclusión de no buscar al que no te quiere. Ahora que lo pienso igual es triste, pero es así no más. Cachai que la lluvia también es triste, pero no porque sea triste, uno tiene que andarla llorando, ¿cierto?


Leo Marcazzolo



Imagen Cristian Valenzuela

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