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La vida simple (¿?). Apunte para una clínica con los efectos de la violencia.


Quiero acercarme al punto en el que puedo rescatar algo que cruza mi práctica como psicólogo clínico y este libro. Un libro bello pero exigente, diría. Y no, no tiene que ver con los beneficios de tener que ir a un campamento a tener una “vida simple”. Nada de eso. De hecho no pude no pensar en el privilegio de nacer en Francia, poder largarse de la ciudad con un cúmulo de libros y buenos brebajes a tener una experiencia que intenta conectar con lo “profundo del ser”, como más de una vez lo expresa Sylvain, y en lo complicado para la humanidad que sería que todo el mundo viviera en esas condiciones. Esta es una tesis de Zizek digna de considerar, que tiene que ver que no hay nada más perjudicial para el planeta y la “madre naturaleza” que el hecho de que nos vayamos a vivir en ella. Lo mejor que podríamos hacer por él plantea, según él, sería vivir lo más juntos posible para dejar espacios libres de lo humano.


Pero no es el punto anterior el que me interpeló. Es el siguiente: Sylvain Tesson escribe un libro para hablar de la vida simple que de simple no tiene absolutamente nada. La vida que nos describe desde Siberia es distinta, sin duda, a nuestras experiencias cotidianas. Pero de simple nada. Hay tensiones con lo que deja en la ciudad, la familia, pareja, trabajo, lugareños, clima, amenazas, animales salvajes, etc., etc., etc. La vida no es simple ni en la ciudad ni al costado del Lago Baikal. Y no tiene por qué serlo. Pero pienso que hay que evitar en este libro esa lectura superficial de que lo simple está en otra vida. No hay vida simple (lo que no quiere decir que todas las vidas son igualmente complejas).


“Cada uno con cada uno” dice un dicho. Cada uno con sus infiernos y sus cielos, pudiera decirse. El título del libro invita a que al final de la lectura podamos más bien ponerle signos de interrogación a la afirmación del autor y quede entonces la pregunta: “¿la vida simple?”. Y quizás ello se pueda extrapolar a cada uno de nosotros, a las consideraciones desde las que leemos la propia vida: la vida compleja (¿?), la vida amarga (¿?), la vida (¿?), la vida cruda (¿?), la vida sencilla(¿?). Quizás con este ejercicio de signos de interrogación podamos escuchar de una otra manera lo que en una famosa canción sanciona Rosalía cuando dice “la vida es bonita pero traicionera”(¿?).



Hay una pequeña frase que es, para mí, la perla del libro y es con la que me quedo y es la que da sentido al título de este texto que escribo. En mi quehacer cotidiano, entre los pacientes que atiendo, no deja de insistir la pregunta de cuándo es que “la cosa”, la vida, vuelve a andar luego de sufrir un evento traumático que no deja de insistir en un presente coagulado. Hay que ir a Freud, hay que ir a Lacan, hay que ir a los grandes (no porque sean grandes sino por lo que dejaron para que pensemos), pero frente a la pregunta sobre qué sería después de una experiencia de violencia la vida, Sylvain Tesson me ayuda con una clave: “Vivir es continuar” (p. 184). Esto, de simple no tiene nada, pero es una dirección considerable. De todas maneras, qué significa para cada quien “continuar” no es una respuesta unívoca, pero algo nos puede orientar en la vida que cada quien, más o menos consciente e inconscientemente, puede elegir.



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