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La última clase del profesor Mark Fisher

En Deseo postcapitalista se recogen las clases de posgrado que el filósofo inglés dio para el año académico 2016-2017, y que su muerte interrumpió. La pregunta que guía el curso es: «¿existe realmente un deseo de algo más allá del capitalismo?». Si fuera cierto que el deseo llegó a identificarse con el capitalismo, ¿no implica eso que, en realidad, ya no hay deseo?



Mark Fischer, que se suicidó en 2017, dijo que en nuestro presente capitalista se niega la posibilidad de que una enfermedad mental tenga causas sociales. El dolor se individualiza y se reduce a cuestiones químicas y biológicas, o sea, se despolitiza. No se trata de negar que las enfermedades mentales tengan una dimensión neuronal; según el filósofo inglés, crítico del capitalismo y de la creencia que hace de él el único orden posible, el asunto es que eso no dice nada sobre la causa de esos trastornos: «Sí, es verdad que la depresión se constituye en el nivel neuroquímico por un bajo nivel de serotonina; lo que todavía necesita explicación es por qué un individuo particular tiene bajos niveles de serotonina. El caso requeriría, en efecto, una explicación social y política. La tarea de repolitizar el ámbito de la salud mental es urgente», escribió en su libro más importante, Realismo capitalista.

           

Fisher tenía depresión; este trastorno, según la Organización Mundial de la Salud, implica «un estado de ánimo deprimido o la pérdida del placer o el interés por actividades durante largos períodos de tiempo». Falta de deseo, podríamos decir, de ganas. En su último libro, o el más reciente en español, el autor habla del «deseo postcapitalista», que es como se llama el texto. Recoge las clases de posgrado que dio para el año académico 2016-2017, y que su muerte interrumpió. La pregunta que guía el curso es: «¿existe realmente un deseo de algo más allá del capitalismo?».

 

Otra manera de plantear el asunto es si a estas alturas el deseo, las ganas, el gusto es solo y no puede sino ser solo capitalista. ¿Queremos o no otra cosa? ¿Podemos o no querer otra cosa?

 

Sin embargo, si fuera cierto que el deseo llegó a identificarse con el capitalismo, siempre con lo mismo, ¿no implica eso que, en realidad, ya no hay deseo, que estamos entregados a una inercia sin desvío, sin novedad, sin imaginación, desganada?

 

Si así fuera, ¿por qué el deseo o las ganas de vivir no busca alternativas?, ¿por qué no nos damos el tiempo o no tenemos el tiempo de imaginar otros objetos, o mejor, otros mundos de deseo? ¿Por qué nos deprimimos? O incluso, ¿por qué andamos a bandazos entre manía y depresión?

 

El realismo capitalista, según lo definió Fischer, es la creencia o sentido común según el cual no hay alternativa al orden capitalista; ya ni siquiera se trata de que sea el mejor de los mundos posibles, es que simplemente no hay otro, o si lo hubiera sería peor. De ahí esa reflexión de Fredric Jameson, que rescata Fisher, según la cual es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Pero ¿el asunto no será más bien que creemos que el fin del capitalismo sería el fin del mundo? Digo, este orden es lo que conocemos, nuestro hábito, y no es raro, al contrario, es normal que mirar fuera de lo conocido nos provoque miedo y hasta nos abisme. Mejor malo conocido que bueno por conocer, decimos. Además, de la URSS en adelante, a algunos de los buenos los hemos conocido y resultaron harto malos.

 

Quizás la pregunta «¿existe realmente un deseo de algo más allá del capitalismo?» debería reformularse así: ¿existe todavía el deseo? O también: ¿el deseo lo inhibe el miedo, el miedo a algo más allá del capitalismo?

 

Ahora, así como es cierto que tememos a lo desconocido, al cambio, que nos tapamos los ojos para no ver al monstruo o al fantasma, también es verdad que —a la vez— separamos los dedos, con placer, con miedo-placer, para entrever esa extrañeza o esa cosa rara. Habría que profundizar en esa lógica del «me-asusta-pero-gusta». Si queremos responder a la pregunta por el deseo postcapitalista, o simplemente por el deseo, o incluso, si queremos que haya deseo, deseo de otra cosa, hay que indagar ese miedo y lo que da miedo, o sea, hay que entreabrir los dedos.

 

Quizás el deseo capitalista, tan libidinoso, frenético, delirante, celebratorio del cambio y la celeridad, que a veces parece o es adicción (al dinero, al consumo, al éxito), en realidad, o en su reverso, o tal vez en su raíz, es simplemente miedo al cambio, a un más allá, al comunismo, a los fantasmas, a los marcianos. ¿A la imaginación?

 

O puede que el capitalismo alimente y se alimente de ese miedo, puede que sea una dosis y capaz que sobredosis libidinal contra ese miedo, o mejor, una transfiguración del miedo en deseo o gusto frenético para no dar lugar a la tentación de mirar detrás de la puerta o debajo de la cama o entreabrir los dedos, o sea, para no dar lugar al deseo postcapitalista, a las ganas de algo más allá, de otra cosa o, simplemente, para no dar lugar a las ganas.

 

¿El deseo o antideseo capitalista, ese gusto, es o sería una represión del deseo, del gusto, del juicio, para dejar lugar, dar tiempo solo a un deseo, un gusto, un juicio, que se pretende natural, normal o en todo caso sin alternativa? ¿Es represivo hasta el punto de hacernos renunciar a cualquier otro deseo, gusto, juicio y entonces sin más perder el deseo, el gusto, el juicio y llegar, incluso, a tener deseo de no vivir más? ¿Es una represión y hasta depresión de la libertad, de la vida? Supongamos que sí. Eso nos lleva de vuelta a la pregunta de si el deseo capitalista es realmente deseo: ¿hay libido ahí?, ¿hay gusto?, ¿hay juicio?, ¿hay imaginación?, ¿hay libertad?, ¿hay vida? Y si la hay, ¿qué tipo de vida es?

 

Fisher y sus alumnos rondan asuntos como esos, no necesariamente en los mismos términos, pero sí piensan, discuten, se preguntan, por un lado, si hay o no alternativa y, por otro, que tal vez sea el mismo lado, si queremos o no que la haya. Por supuesto que algo así no se puede responder en un curso, y capaz que en ninguna parte, pero eso no es obstáculo y hasta puede que sea estímulo para intentar, para ensayar.

 

El curso de Fisher consideraba quince clases: qué es el postcapitalismo, la bohemia contracultural como prefiguración, de la conciencia de clase a la conciencia de grupo, poder sindical y poder del alma, marxismo libidinal... Ahí van cinco. Al final de cada sesión, el profesor preguntaba quién podía introducir el tema de la próxima. Luego de esa presentación, que Fisher guiaba, este exponía su lectura de los textos y autores e incitaba la conversación con preguntas y bromas.

 

«Para la próxima clase tenemos algo relativamente más fácil», les dijo a los alumnos luego de revisar a Lyotard. «Autonomismo. ¿Alguien quiere introducir el autonomismo y el rechazo del trabajo después de Navidad?». Se ofreció un voluntario y, luego de algunas palabras más, Fisher terminó la clase así: «Bien, ¿entonces todos los demás ya tienen decidido lo que van a escribir para el ensayo que tienen que entregar en enero? ¿Sí? Bueno, en todo caso pueden mandarme un mail».

 

No hubo sexta clase ni entrega de ensayos, porque el profesor Mark Fisher se mató el 13 de enero de 2017.

 

«He sufrido intermitentemente de depresión desde que era un adolescente», escribió en “Bueno para nada”, uno de los ensayos reunidos en Los fantasmas de mi vida. «Comparto mis propias experiencias de aflicción mental no porque crea que haya algo especial o único en ellas, sino para apoyar la afirmación de que muchas formas de depresión son mejor entendidas —y mejor combatidas— a través de marcos que son impersonales y políticos más que individuales y “psicológicos”».

 

En Deseo postcapitalista no hay pistas de esas aflicciones, el marco es político, filosófico, más allá de que el lector —omnisciente— sepa hacia dónde avanza el curso. Aunque, entre lo incitantes que son los temas, el entusiasmo y transparencia del profesor, la conversación con los estudiantes y lo que se aprende, el destino ya conocido se olvida hasta que llega ese final tan contingente, tan de cualquier clase: ¿quién se ofrece a exponer?, ¿eligieron tema para el trabajo final?, me pueden mandar un correo.

 

De todos modos, no se fuerzan mucho las cosas si decimos que un curso sobre el deseo postcapitalista es también un curso sobre la depresión capitalista. ¿O no?

 

Debido a la muerte de Fisher, quedaron sin hacerse las sesiones sobre autonomismo y el rechazo del trabajo, la destrucción del socialismo democrático y los orígenes del neoliberalismo: el caso de Chile, la invención de la clase media, el posfordismo y los nuevos tiempos, tecnofeminismo y ciberfeminismo, aceleracionismo, el malestar en la red (dos clases), captura de pantalla táctil y reinventando a Prometeo.

 

También quedó pendiente, en su obra, el «comunismo ácido», concepto que Fisher estaba desarrollando y que alcanzó a borronear (esos esbozos están recogidos en el tercer volumen de K-PUNK); es algo así como una política de liberación psicodélica, liberación de la imaginación de las amarras del realismo capitalista. Un irrealismo comunista, podríamos decir, ¿que sería o podría ser una cura del deseo?, ¿una recuperación de la libertad?, ¿una rehabilitación del gusto, del placer, del juicio, de la imaginación?, ¿de las ganas de vivir?, ¿de la salud? ¿Una cura contra la depresión? Quién sabe.

 

El semestre inconcluso de Fisher comenzó así: «Para empezar, les propongo que repasemos la estructura del curso tal como la imagino por el momento. Ustedes pueden contribuir, darle forma: en realidad, este curso, a partir de ahora, es un experimento abierto...». Que se cerró o no. Y que falla apenas empezado: el profesor quiere reproducir un comercial de Apple, de 1984, el que presenta al computador Macintosh, el nuevo mundo, que es nuestro mundo sin alternativa; pero el sonido no funciona. El momento es divertido, muy cotidiano, un aquí y ahora. «Iba a hacerles ver tres cosas, pero tendré que contárselas porque, por alguna razón que no puedo entender, el sonido no funciona...». O sea, toca improvisar.


Deseo postcapitalista

Mark Fisher

Caja Negra, 2024

272 páginas


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