Las dunas del deseo II. El sueño de Nietzsche (Fragmento)
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NUNCA NADA NADIE
En memoria de Juan José Saer
Me acaban de informar que no existo
que no soy
que nunca fui el que me dijeron
que en mi acta bautismal hay otro nombre
que no soy yo
que no seré yo
que el muelle y la playa y el mar donde
no, nada, nadie
me acaban de informar que mi acta de nacimiento
está en blanco
que la mujer a la que le escribía poemas de amor
no es o era otra y vive con otro
que no soy yo
que yo no es
que yo nada
un acantilado
farallones y aves de mar
sobre los roquedales
gaviotas quizá u otras aves marinas
que graznan al cielo
pero yo no, no a mí
que nada tiene que ver conmigo
que por eso estaba tan triste
porque al final nunca fui
ni mi mamá ni mi papá fueron
ni los libros que leí y menos los que escribí
nada ninguno
me acaban de informar que no soy
que no tengo esperanzas ni circunstancia
que las películas que vi jamás se filmaron
que jamás fui parte del reparto
que la película de mi vida
está en blanco
que nunca hubo una cinta en el proyector
que en la pantalla mis créditos son apócrifos
que no soy ni seré,
nunca nada nadie:
por fin pienso
al fin
nunca nada nadie
no hubo ni director ni guionista ni película
ni banda sonora
nada puro silencio
una pantalla en blanco
créditos que son deuda
deudas de mi no ser
deudas de no haber sido sino
una pantalla en blanco
un cine sin espectadores
todo mi público butacas vacías
y yo un actor que murió
antes de su primer parlamento
no soy yo no soy quien:
esa es la puta y pura cuestión:
una pantalla en blanco
un cine sin espectadores
y aves marinas
quizás gaviotas
sobrevolando un falso set
una ola con suerte penetra
otra ola y se mecen, casi bailan,
por fin pienso
al fin iré de niño al vacío que soy:
verso a verso, en castigo,
por mis ganas inconmensurables y el deseo:
dicen que yo no soy quién
que no soy ni seré
y aves marinas
quizás gaviotas
sobrevolando un falso set cinematográfico:
nunca nada nadie.
XXXIII
Y era en Jena, estoy seguro, cuando soñé que soñaba que yo era un poeta peruano. En el sueño sufría mucho del yeyuno. En París. Llovía. Tenía el vientre vacío de alimentos y henchido de aire enfermo. Cuando desperté, tras tanta miasma onírica en la ciudad de la luz, traté de explicarme el sueño. Eran las 2 AM, la Hora del Lobo, cuando desperté o soñé que despertaba en sueños, lo peor. Por la lluvia. Por el yeyuno herido. Por los palos que me daban. Llovía en el sueño o en el despertar del sueño en el sueño. El sueño se reiteraba noche a noche: la lluvia, los palos, el hambre. Lo peor era la tristeza del sueño y su olor a humano encerrado en Trujillo, a aire de intestino vacío. La tristeza del poeta peruano que agonizaba en París, su hambre, su estómago tan frugal y su yeyuno y sus gases, en un mundo que yo jamás habría concebido en la vigilia. Ni esa ciudad brumosa, ni ese poeta agónico ni sus lágrimas, ni su cárcel ni su maremoto en Yokohama, oculto bajo el puente Ricardo III, temblando de frío y de exilio, el un futuro incierto, como todo el tiempo cuando se no logra dormir.
Paisajes imposibles - Valerie Larrere [óleo sobre cartón - 2023] @valerielarrere
LX
Las maderas del piso de Jena crujían. No sabía si crujían porque estaba en la duermevela, en el sueño mismo, o en la empresa terrible de vencer el insomnio. No sabía si de cuerno o de marfil se vendría esta noche. Nunca se sabe. Cuál será la puerta por la que entraremos en el sueño. Y si será el verdadero o si será el falso. Si de cuerno o de marfil. ¿Y la luz del futuro? ¿Hay alguna luz para el futuro acá en mi cama de Jena? ¿Hay algo así como un Futuro? Crujía el piso de tablas letales de la jaula en Jena y los enfermeros ya se habían dormido. No puedo asegurar si entrará hoy, el sueño, por la de cuerno o por la de marfil. Los enfermeros duermen y se han olvidado de mí. Pero bajo el catre de mi jaula comenzó un crujido de miedo, yo me tapé la cara con la almohada de plumas de ganso, pero todo abajo crujía y crujía; es mi mierda que comienza a cobrar vida, pensé, mejor me acurruco otro poco más, ya no hay ni filosofía ni poesía que me ponga al pairo de la pesadilla; pero no tuve que mirar bajo el catre: el caballo aquel de la Plaza Carlo Alberto de Turín comenzó a asomarse de abajo del catre: el cuello, los ojos, las crines, las heridas infringidas por el dueño, los relinchos que crujían bajo el catre de la plaza, sus adoquines, el cuello, sobre todo el cuello del caballo, y finalmente la mirada desmesurada de la pesadilla, de la hora postrera, de la pintura dibujándose en el muro, del caballo relinchando en el muro encalado, con la mirada caballuna del dolor, de la pesadilla del caballo pintado por el pincel de Fuseli en el muro, y la puntura de Fusseli sobre el muro de Jena relinchando, una y otra vez sobre el muro, pero que bueno, por fin, por fin amanecía, como en una película de vampiros, de Nosferatu, el vampiro alemán, ahí cantaría el gallo, y el canto del gallo silenciaría el relincho de la pintura de Fuseli, del caballo en la plaza Carlo Alberto, en Turín, pero sobre todo, el canto del gallo daría con la luz que destruye a Nosferato, el vampiro de Murnau, el vampiro alemán, por fin acabaría mi respiración ahogada, mi respiración a martillazos contra la luz sin amortiguar de tanta madrugada. Entonces, dejé de respirar y agitarme, el vampiro de Murnau y el caballo de Fuseli dejaron la jaula de Jena y abandoné, finalmente, Jena, la caverna, y entré como en la muerte al sol de la mañana que asomaba de las oscuras montañas.