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Foto del escritorAlvaro D. Campos

Las mujeres no pueden ser pesimistas

No hay mujeres pesimistas. Hace un tiempo lo noté. Hay mujeres melancólicas, suicidas, solitarias, pero esto no se inscribe específicamente dentro del pesimismo cultural.

Sumado a esto, que ya había notado hace algún tiempo, hoy noto también que no hay mujeres contra el trabajo. Podrá haber mujeres cansadas, que busquen una jornada más justa, incluso que exijan reconocer las tareas domésticas como trabajo remunerado, ¿pero teóricamente hay mujeres contra el trabajo tal como existen durante la historia cientos de hombres, en su mayoría flojos, exigiendo todo el ocio para ellos?


La editorial mexicana Tumbona lanzó hace un tiempo una interesante colección de libros de la contra. Contra el arte contemporáneo, contra el amor, contra los hijos, contra el trabajo, contra el copyright, contra la televisión, contra la homofobia, etc.


Contra el amor y contra los hijos fueron los títulos escritos por mujeres. Contra el trabajo una selección totalmente masculina. En el mundo femenino se puede estar en contra de lo más sagrado del mundo como la familia, incluso los hijos, pero nunca contra el trabajo. Extraño fenómeno que igual que el pesimismo, lleva a uno a plantearse una serie de interrogantes, que incluso lleva a conclusiones como que ambos términos van relacionados.


Si no eres por naturaleza pesimista, no puedes estar en contra del trabajo y viceversa. El éxito en el trabajo en los puritanos, base espiritual del Capitalismo, es señal de ser elegidos por el señor. Al progreso hay que reforzarlo, nunca boicotearlo. ¿Cómo ser pesimista si buscamos la salvación?

De ahí que el problema de género se empantana cuando se le antepone el problema de clases. La mujer no desprecia trabajar si este trabajo le da la compensación necesaria para llevar una vida de bienestar y de paso una calificación positiva por ser una buena profesional, por una revisión a la carrera que han podido recorrer con éxito a solas. Nada más alejado del pesimismo, y de paso nada más alejado del marxismo. La revolución en última instancia, abolirá la proletarización, en teoría podríamos volver a dedicar grandes jornadas diarias a quehaceres domésticos o al ocio. El trabajo, tal como lo conocemos, no existirá, ni el mérito, ni el ascenso, ni el orgullo por los logros, ni la retribución, ni la comparación con la productividad e inteligencia del otro. Nada. El mundo femenino puede imaginar un mundo sin hijos, desligado del tiempo de crianza y enfocado en la autorealización, pero le cuesta imaginarse un mundo sin trabajo, amenazando con el fantasma de la homogeneidad, la planicie, del mundo exento de la comparación y medida para valorar el propio esfuerzo. Un mundo nacido muerto.

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