top of page
Foto del escritorSergio Rojas

Los límites agrietados


“Se trata de pensar no en el sentido de reflexionar,

sopesar, acomodar las ideas, sino de dejarse tocar

y dar a eso que nos toca el poder de forzarnos a pensar”

Isabelle Stengers


El mundo parece estar lleno, es decir, parece que no alcanza para todos. No se trata de una cuestión aritmética. El orden del mundo -que define a la vez su horizonte de sentido- ha comenzado a ser desbordado desde distintos lugares. Entonces se construyen muros para hacer de esa amenaza algo extraño, para poder defenderse, como si aquello viniera desde “otro lugar”. Pero ese lugar supuestamente ajeno se encuentra de alguna manera dentro del continente en el que nos hallamos y que ahora está siendo desbordado; la “amenaza” viene desde territorios invisibles, porque el mundo existe a partir de la exclusión e invisibilidad de lo que no cabe en él. El mundo en el que luchamos por domiciliarnos consiste en una forma de vida que no es suficiente para que todos encuentren allí un lugar. En este sentido, no es casual el término “desborde” entre los que se utilizaron para referir las revueltas que acontecieron en el planeta el 2019.


El artista Máximo Corvalán-Pincheira viene desde hace años trabajando acerca del sentido de la frontera, atendiendo a diferentes formas y materialidades. La edificación de un límite suele tener como propósito la protección de una “forma de vida” que es, a la vez, la producción de una identidad que se constituye al diferenciarse y contraponerse al “otro”. En la actualidad, la globalización de la economía financiera y la informatización del planeta en redes digitales pareciera allanar las fronteras, pero lo que ocurre no es solo que estas permanecen, sino que incluso se multiplican. Corvalán-Pincheira reflexiona el hecho de que las fronteras, en cualquiera de sus modos -fronteras políticas, sociales, culturales, lingüísticas, policiales, biológicas, etc.- están siendo permanentemente cruzadas, transgredidas, horadadas. Algo fluye entre los territorios que el límite diferencia y separa. Así ha sucedido en el caso de las migraciones forzadas a gran escala que inauguran el siglo XXI. Es forzoso preguntarse entonces: ¿qué es una forma de vida que debe defenderse contra aquello que desde el “otro lado” amenaza con ingresar? El muro da que pensar.


La intemperie, la catástrofe, el no mundo no dejan de golpear las murallas de nuestra cotidianeidad. Necesitamos creer que lo peor ha quedado afuera, aferrarnos a la convicción de que los muros que hemos construido podrán frenar la violenta irrupción de algo así como “lo real”. El fenómeno de la violencia asociado a la frontera ha concitado actualmente gran interés, desde la historia del alambre de espino de Olivier Razac hasta los “estados amurallados” que reflexiona Wendy Brown. ¿Qué hay “afuera”? ¿Qué hay al “otro lado”? Afuera, al otro lado, no hay nada, porque ese exterior no existe en sí mismo, porque no hay ese territorio salvaje allende lo conocido, sino que este constituye más bien el espacio que en nuestro presente de incertidumbre necesitamos construir imaginariamente para poner allí la fuente de nuestros miedos. La violencia parece acontecer siempre “en otra parte”, es como una noticia que viene desde lejos. Este es el efecto de los muros. Pero el efecto de contención lo es tanto de represión como de conservación. Al otro lado del muro agrietado puede encontrarse un futuro distópico o el pasado pendiente.


La cuestión esencial que nos plantea la violencia hoy es qué hacer con la conciencia de lo irreparable. En modo alguno esto implica una actitud de resignación, sino todo lo contrario: es imposible habitar el tiempo que viene desde lo irreparable. Pienso que, paradójicamente, es la conciencia insobornable de que no hay forma de reparar el dolor padecido y contenido en el pasado lo que nos arroja hacia el futuro, cuando tenemos presente que la violencia que desencadenó la catástrofe sigue siendo posible. Habitamos un mundo cuya forma de vida ha llegado a un límite. Pensar la violencia hoy es pensar los muros que se han construido para cubrir las grietas que se multiplican en nuestra forma de vivir.

La “grieta” no es simplemente un accidente matérico a partir del cual cabe ensayar alguna especulación, sino que es ella misma una clave de comprensión de nuestra catástrofe epocal. En este sentido, no se trata de una “metáfora”, sino que está más cerca del concepto, solo que en este caso es visual. Las instalaciones “Hacer agua” (Centro Cultural La Moneda) y “Tejado de vidrio” (Museo de Arte Contemporáneo) dan a pensar nuestra condición contemporánea, reflexionan críticamente y desde distintos lugares nuestra “forma de vida”; esa que debemos en todo momento proteger, defender, auxiliar, porque parece estar siempre a un paso de colapsar. Es como si nuestra forma de vida hubiese llegado a consistir en el incesante trabajo de defenderse. Habitamos en la incertidumbre. El recurso del artista para dar a pensar lo tremendo es, en cada caso, la grieta. No se trata para nosotros de preguntarse “¿qué significa la grieta”? sino más bien ¿cómo opera?


He propuesto considerar que Corvalán-Pincheira nos da a pensar nuestra propia condición de vida; pero, tratándose de un artista visual, ¿no sería más preciso decir que nos da a ver algo? ¿En qué sentido dar a ver es dar a pensar? La grieta es en estas obras tanto un acontecimiento como un concepto.


En “Hacer agua” el motivo que visualmente se impone al espectador es una enorme superficie de metal. Esta corresponde al tipo de material que durante la revuelta del 2019 los establecimientos comerciales utilizaban para proteger sus fachadas. El metal ha sido dispuesto en el CCLM sobre una antigua puerta clausurada que comunicaba este espacio con el estacionamiento de La Moneda. ¿Qué es lo que presiona sobre el metal hasta fisurarlo? Tal vez el pasado, un cúmulo de cosas pendientes, interrumpidas, detenidas y acumuladas. El agua comienza a filtrarse entre las cubiertas de metal, y el óxido que comienza a manchar y texturar la superficie nos remite a un tiempo de pérdida, de fatiga, de duelo, cuando el devenir de los asuntos humanos se va mimetizando con la densidad de la materia, exhibiendo un sentido que permanece cifrado a la mirada con perspectiva histórica.


En “Tejado de vidrio” el espectador se enfrenta con una réplica del tragaluz del hall del Museo; se trata de un recipiente rectangular de vidrio que, suspendido a varios metros de altura, soporta un montículo de tierra con una serie de plantas nativas. El agua se filtra desde ese imponente jardín salvaje, cayendo varios metros hasta el suelo del hall del museo. ¿Qué podría venir aquí desde el otro lado y desde arriba? En todo caso, algo a lo que el presente se resiste a hacer lugar sin riesgo de ser desbordado por ello. El lleno de la naturaleza, pesado, húmedo, vivo, puja por ingresar. Es necesario insistir en que no se trata de una metáfora, quiero decir que no estamos ante un mensaje “ecologista”, sino ante la puesta en obra de un proceso que no es posible apurar conceptual ni políticamente.


El agua es un recurso que ha estado presente en varias de las obras de Corvalán-Pincheira. Es el caso de “Proyecto ADN” (2012), “Proyecto Invernadero” (2013), “AZIZ” (2017), “Costa Seca” (2017), entre otros. El agua no tiene aquí el carácter de un significante que deba ser interpretado, sino que opera como un elemento que es esencial a la dinámica interna de la obra. En cada una de las obras citadas, el agua es movimiento, es vida y es también la fuerza de lo incierto que emerge desde el fondo mismo de la condición humana cuando esta se reconoce habitando siempre al interior de un territorio que desborda individuales propósitos, temores y expectativas. Como señala Timoty Morton: “el arte nos permite vislumbrar seres que existen entre nuestras categorías habituales y más allá de ellas”. En las obras del artista los chorritos de agua que fluyen desde unos pequeños “organismos” flotando en el espacio, los frágiles invernaderos que se alejan por los cauces de un lago del sur hasta perderse de vista, el agua que vibra con la voz del sobreviviente a una travesía oceánica, la marea que va subiendo y borrando la línea de una frontera política trazada sobre la playa, no tienen como efecto la transmisión de un “mensaje”, sino poner en movimiento al pensamiento.


Ahora, en las obras del CCPLM y el MAC tanto el metal como el vidrio están agrietados, y el agua no cesa de fluir a través de esas grietas. Enfrentado este acontecimiento de fisura, flujo e inminencia, el espectador se pregunta ¿qué está sucediendo allí?, antes que la consabida demanda de un significado que “traduzca” la materialidad de la experiencia a un discurso. Corvalán-Pincheira ha logrado poner en obra lo tremendo; me refiero a que es la materialidad misma de la instalación, aquella precaria y a la vez imponente objetualidad agrietada, lo que moviliza ideas, imágenes, asociaciones, memorias. Si en “Hacer agua" podría pensarse que es el pasado lo que se filtra a través de las cubiertas de metal, en “Tejado de vidrio” podríamos conjeturar que se trata del futuro que ya ha comenzado a cruzar los muros categoriales que identifican nuestro agotado modo de vida con el orden de lo posible. Se trata de un futuro que amenaza con arrasar nuestras últimas y orgullosas convicciones antropomórficas.


El agua que sin cesar fluye a través de las grietas altera en cierto modo el sentido del tiempo. Las fronteras de contención se legitiman en nombre de la identidad, de la historia, del orden, incluso de la paz y se proponen así tales fronteras como resguardo de la senda de futuro a la que tienen derecho “los establecidos”. Lo que se filtra a través de las grietas viene desde aquello que ha debido ser ignorado y olvidado para gozar la ilusión de que el futuro tiene nuestro nombre.


No se trata, pues, en estas obras, de alguna “tesis” sobre el mundo. Es en este sentido que Deleuze y Guattari decían que “el arte no tiene opinión”; porque no se trata de pronunciarse “acerca de” o “sobre” algo, sino de ponernos ante lo que está sucediendo. Ambas instalaciones anuncian una catástrofe, pero no de carácter distópico o apocalíptico (propios del nihilismo dominante), porque la destrucción no es lo que viene, sino que esta pertenece más bien a la lógica del camino que venimos haciendo desde hace un tiempo. Si “Hacer agua” nos sugiere que el pasado no cabe en el presente, “Tejado de vidrio” trae el presentimiento de que tampoco el futuro cabe en el presente. Algo que viene tanto desde el pasado como desde el futuro amenaza con desbordar este tiempo que todavía insistimos en llamar “nuestro”. Nuestra forma actual de vida ya se encuentra en proceso de transformarse, aunque no sabemos cuánto tiempo mediará hasta que aquello que ha comenzado a inundar las escenografías que habitamos llegue a nuestra forma de pensar.


Tejado de Vidrio (MAC Quinta Normal. Hasta el 12 de agosto)

Hacer agua (Centro Cultural La Moneda. Hasta el 30 de septiembre)






bottom of page