Manifiesto de la jefa de hogar
Y si la Jefa de Hogar redactara su manifiesto, sería por la ausencia de un formato que la ampare. Y porque esa misma ausencia, la dejó a la deriva. Estampada como una fórmula en los papeles del censo chileno. Allí decía que la Jefa de Hogar era la protagonista de la historia patria. Pero eso era la estadística.
Siempre lijando los bordes de unas palabras que no se dicen. La Jefa de Hogar no es jefa en el sentido más común de la palabra. Es otra la autoridad que la inviste, cifrada en su imaginario delantal de cocina: ella administra el trajinar caótico de los días.
El hogar es un fuego que siempre se está extinguiendo. Ya no esa tribu unida por la sobrevivencia. Ya no la hoguera crujiendo su insistente esplendor. Ahora el hogar es una llamita que titila su fragilidad en un departamento de un barrio residencial. Se alimenta de soplidos y balbuceos, de sudores, sonrisas y sillones, de amores, rabias y flores.
Tambaleando los mecanismos alimenticios, callejeando los zaguanes y los pasillos, negociando palabradas sobre orígenes y culpas.
Catalina Mena