Mis premios
Elias Canetti escribe en sus apuntes: "G. predice el destino de los premiados: suicidio, esterilidad, desaparición, caída. Le pregunto por el destino de los no premiados."
Estaba casi seguro que no ganaría el premio municipal de literatura. Soy analítico y consideré ciertas variables infranqueables. Pero como toda conciencia siempre conserva un mínimo de esperanza, me permití un momento imaginar en que gastaría el dinero (desoyendo los consejos de Seneca que recomienda anticipar mentalmente los males no los goces). Reconozco que una persona así de frívola debería ser eliminada de inmediato de cualquier participación en el mundo de la literatura que juega a ser seria. Pero aquí, como los diaristas clásicos, trato de ser sincero. Y anoche leyendo el diario de Gide me dieron ganas de serlo aun más, quizás no por virtud si no porque la sinceridad, así relatada a gotas y un poco en broma, es el mejor material para los diarios. "Nadie habla mal de sí mismo en serio", escribió Iñaki Uriarte, es necesario nunca olvidar eso.
Vi los currículum de los otros candidatos y supe que problemas de dinero no tenían, ni de posición social tampoco, así que dije; por lástima, por resentimiento o por falta de posición social debería recibir yo ese premio, algo así como lo que siempre responde Bertoni cuando le preguntan por el premio nacional de literatura ¡necesito la plata! Pero tampoco sufro grandes necesidades (aún no, no canto victoria todavía) así que cuando imaginé en que iba a gastar la plata de ese premio imaginario, en realidad pensé puras tonteras. Además un diario es como un pijama, son cómodos pero, ¿quién premiaría un pijama?
¿De dónde vendrá ese dinero que pagan? ¿De la contribución de un rico rentista de la calle Monjitas? ¿De la patente de una botillería? De seguro que viene de muchos que nunca aceptarían dar parte de sus ganancias a alguien que escribe cosas como estas. No se lo darían ni a Proust.
Las personas que están un poco mejor posicionadas socialmente y escriben por decirlo así, desde el "alma", les debe impulsar algo más allá que un par de millones de pesos. Una ética, un necesidad de memoria, una estética particular. Como siempre no le conté nada de esto a mis padres, pero me prometí contarles si ganaba (principalmente decirle el monto del premio). He notado que los padres se alegran cuando sus hijos, un soldador, un vendedor de seguros, un electricista, es bien pagado, no por mera ambición sino porque el dinero es un catalizador rápido del esfuerzo y el orgullo que depositaron durante toda su crianza, una rótulo claro del camino que comenzó cuando ellos iban a dejar a su hijo de la mano al colegio. Como no sucedió, ni sospecharon el impasse. Así también se evita un poco el ridículo. Ridículo que no les privo disfrutar a ustedes que me leen.
Anoche estuve leyendo el capítulo 27 del Ensayo sobre el entendimiento humano y ahí se grafica todo lo que he sido durante mi vida, un pensador intuitivo y artesanal de lo que los filósofos llaman "la continuidad de la conciencia". Y creo que por esta creencia innata que tengo desde muy chico, empírica, individual y porque no, a veces cínica, me comporto como me comporto. La gloria se parece al alma y yo solo busco la sensación. La sensación de comerme un pescado frito con puré, no de reencarnar, resucitar o trascender más allá de los postres espirituales de la vida. Si no hay dios solo somos una acumulación de sensaciones, partidos de pool, besos horribles, cañas, llantos nocturnos, enamoramientos idiotas, partos con música, piqueros en pelota, lecturas maravillosas. Sé que esto es algo insoportable, pero no hay más, y lo más horrendo para el que desea los premios: Nada, no hay premio ni paraíso musulmán o cristiano, que consuele a una conciencia suelta de dios y sin alma. Ningún lugar celestial saciará esta simple y aceitada máquina de acumulación sensorial que eres y que tus padres arrojaron al mundo, con taxímetro incluido.