Pequeño ensayo sobre los oídos
1.El oído es el órgano del miedo porque se desarrolló de noche. Durante esa larguísima etapa en que, antes que cazadores, fuimos la presa. Aún de noche la falta de sonido, antes que silencio, puede ser experimentado como ruiditos extraños. Son los balbuceos de las cosas que no ingresan a nuestro sistema de comprensión.
En la historia de la especie, el oído se desarrolló antes que el pensamiento y la capacidad de establecer categorías. La espiritualidad entonces permaneció amarrada a lo invisible y quedó deudora de esa sonoridad misteriosa. Los rituales replican esos sonidos ancestrales; esa es una forma de recuperar los sonidos que quedaron afuera del lenguaje y de la historia.
El oído sabe que existe el presentir. Por eso es también el órgano de las cosas sobrenaturales: el Libro tibetano de los muertos recomienda rezarles a los recién fallecidos al oído porque es una vía directa al alma.
La música también es otra forma de recordar la lengua universal. La música atrae tanto porque afecta al cuerpo y abre la experiencia de pertenecer a algo más grande: se suspende momentáneamente la soledad que somos. Es el éxtasis, la comunidad, la fraternidad, pero también puede ser el fascismo. La música puede acompañar el fervor de la disolución en los himnos imperiales. Hay distintas clases de música, las que repiten, porque el corazón busca repetir para alcanzar el trance. Otras que son historias, van desarrollando un problema y proponen una respuesta. Existe, desde luego, la música vuelta ruido, que se pone de fondo para llenarlo todo, para que no pensemos por qué estamos donde estamos. El oído también es el órgano de la irritación.
Oír es un sentido desarrollado desde el nacimiento, antes incluso. Se describe que en la vida intrauterina escuchamos un sonido grave y constante de fondo, como un suspiro sordo. Hay personas que replican ese ruido para dormir. Se puede bajar por internet.
Luego, al nacer, los primeros sonidos deben llegar al recién nacido como un shock, porque se trata de una avalancha de ruido. Nos defendemos llorando o durmiendo. Hacemos lo mismo de grandes, solo que a veces a esa reacción le llamamos estar deprimidos. Aunque llorar también puede ser un goce, uno antiguo, y si es gozoso es porque compromete al cuerpo completo.
A veces inventamos escenas para inducir el llanto. Pero para orientarnos necesitamos lo contrario de intensificar, acudimos al olvido. Y son las ventanas las que cumplen una función emparentada al olvido parcial, dan marco, para que una escena pueda ser vista: no toda, sino organizada. Por su parte, el vidrio es el velo que filtra tanto la luz como el ruido. Las ventanas son artefactos vinculados a la posibilidad de hacer historias.
Hay situaciones a las que les falta ventana, generan angustia.
2.La lingüística dice que hay sonidos que se olvidan porque no son compatibles con la posterior adquisición del lenguaje. O sea, podemos oír más de lo que podemos codificar. Podría ser que lo traumático sea justamente lo que se oye, pero no se digiere. El problema es dónde va a parar ese ruido. ¿Acaso puedes escuchar a destiempo el sonido de horrores pasados?
Hay sonidos sueltos que asustan, de eso no cabe duda.
También hay silencios sonoros. Algunos son desesperantes, cuando las palabras quedan en deuda o cuando un cara a cara permanece pendiente. Pero también hay otros con la forma de gritos que no se dan. Como el de Gregorio Samsa en La metamorfosis de Kafka. ¿Cuántos gritos no hemos dado? Y, por el contrario, cuánto hemos gritado equivocadamente.
Hay silencios que chirrían. Según el Apocalipsis, tras la tormenta, el cordero rompe el séptimo sello y ocurre un silencio de media hora en el cielo. Un silencio abrumador, como aquel que sucede al cesar el movimiento de un terremoto. Un microsegundo antes de que solo se oigan alarmas y estallidos eléctricos, se puede escuchar un silencio inaudito: un silencio inhumano. No gritos, como cabría esperar. Debe ser el silencio del estupor, que deja inmóvil, seguramente para suspender un poco más el tiempo antes de verificar los daños. Pero también podría ser que ese segundo ínfimo sea silencioso porque lo que suena es una especie de alarido de la tierra, pero hacia dentro.
La verdad, no sé si algo así realmente se oiga o lo imagino.
Tal como se puede imaginar el chirrido en la pintura El grito de Munch, pero también el de la Medusa, dibujada siempre con la boca abierta. Quizá sea la evidencia de que existen gritos silenciosos. Gritos reptiles, que deforman el cuerpo como el del espectro de Munch, o que lo hagan pedazos, como en el caso de la Medusa. Aunque podría ser perfectamente posible que esas imágenes revelen que la cualidad sonora del horror, es el silencio.
El grito de la Medusa no suena, pero se oye onomatopéyico, como su otro nombre: Gorgona, como un grrrrr. Sonido arcaico, de la familia de los sonidos guturales, y universales.
Hay violencias silenciosas, cuando son sistemas, no se ven hasta que alguien les pone una palabra: fascismo, segregación, misoginia, xenofobia, homofobia. Esas palabras denuncian gritos mudos, porque las palabras tienen una legalidad; obligan a comparecer.
¿Qué dicen los verdugos? Casi nada.
El escritor Thomas Harris nota: existen libros sobre verdugos, pero es improbable que los verdugos hablen así. En las trascripciones de testimonios de nazis, tal como los represores políticos latinoamericanos, hablan como funcionarios, de las razones de Estado. El verdugo no habla por sí mismo. A falta de razones, cuando estas caen junto con su gobierno, quedan mudos; lo que se calla, como escribió Primo Levi, es el goce de la violencia inútil. Si eso es mudo, es porque las palabras, las de verdad, no las que se repiten como algo automático, la palabra que se elige entre todas las otras palabras y vidas posibles, obligan a dar la cara.
3.Cada quien tiene sus grietas. Algunos las tienen en los oídos: las cosas les hacen ruido.
Los antiguos establecían una relación entre la melancolía y los pitos en los oídos. Los ruidos nos pueden asaltar desde afuera, pero los peores vienen de adentro. Como la culpa y las rumiaciones, incluso, dicen las personas hipocondriacas, que pueden escuchar sus funciones corporales.
Hay astrofísicos como Andréi Linde que afirman que las fluctuaciones cuánticas reproducen el eco del Big Bang. No sé qué significa eso exactamente, pero es seguro que todo insomne lo cree: siempre hay un ruido. Las cámaras anecoicas están hechas para cancelar incluso al sonido del universo. John Cage en 1951 entró a la de la Universidad de Harvard, y concluyó que el silencio no existe. Escuchó dos sonidos, uno alto y uno bajo. El ingeniero en sonido le explicó que el primero era su sistema nervioso, el segundo la circulación de la sangre.
Aparentemente no existe el silencio. Repito: no hay silencio.
El silencio es un lujo.
Las ventanas para amortiguar el ruido son costosas, y a muchos no les bastan, además deben usar tapones profesionales para los oídos. El ruido del mundo comenzó a parecerse al de la maquinaria pesada: constante, duro, atmosférico. Lo advirtió Walter Benjamin: el mundo moderno comenzó a triturar los cuerpos con ruido, polvo, temperaturas altas, dejando sus sistemas de defensa fragilizados y en estado de shock.
La irritación dejó de ser un efecto propio de los conflictos bélicos, o de las fábricas, para volverse algo muy presente en la ciudad, incluso una cualidad de los encuentros interpersonales. ¿Qué hacer? Una respuesta a la hipersensibilidad fue la masificación del uso de los anestésicos, precursores de nuestros psicofármacos. Baudelaire lo describió en los Paraísos artificiales. Sin embargo, a muchas personas la anestesia les aburre –dicen que, si bien no sienten dolor, tampoco sienten nada más.
Benjamin sospechó de otra creación para paliar el shock. La llamó fantasmagorías. Se trata de ilusiones y coreografías que logran coordinar el caos. Y a diferencia de la anestesia, no cierran al cuerpo para defenderse del mundo, sino que inundan todos los sentidos, como un concierto de rock. La ideología, el turismo, la entretención, los hashtags que unifican, lo que emociona fácil, todo eso logra por un tiempo unificar los fragmentos. Así el mundo queda abreviado en un par de palabras, por ejemplo, un Heil Hitler, o un algoritmo que resuma los deseos humanos.
¿Y, existe algo más que el estupor ante los golpes crudos de la realidad y las fantasmagorías como intentos de disimularlos?
Sí. Interrupciones, las llamó Benjamin. Por ejemplo: un error en la comunicación, una interferencia en el programa, una imagen que llegó por azar, un recuerdo a medias que interrumpe lo lineal como los agujeros de gusano en el tiempo, la errata del texto, el segundo justo después de despertar, cuando el sueño aún nos retiene e influencia; todo eso, obliga al pensar.
Advirtió que para oírlas hay que desentenderse de cualquier mago, curandero, estrella de televisión –influencer– o político canalla que manipule a las masas.
Conviene atender a esos retazos inesperados de historia, sobre todo cuando aparecen en “en un instante de peligro”.