Presentismo
El devenir de nuestra política es reflejo de los síntomas de una época de falta de fundamentos, de sustancia e ideas, producto de la complejidad que el mundo tomó. Hace tiempo que hemos dejado de comprender el mundo, solo que en los últimos años su evidencia se ha vuelto un ánimo social. Paradójicamente, las ideas se van poniendo sólidas, duras, pese a la debilidad en sus fundamentos, y lo parcial de su alcance. Las cosas siguen avanzando, pero sin su Idea. La política parece un simulacro sin estilo, o bien, una réplica de todos los estilos. La simplificación de las explicaciones también es un tipo de respuesta a la incertidumbre, tanto como el presentismo que goza de los triunfos, pese a la evidencia de que no hay tendencias estables; el péndulo es lo que se ha vuelto norma. Como escribió Roberto Calasso, en nuestro tiempo los sectarios son los únicos que se apasionan, mientras que el resto se adapta, trata de sobrevivir, sigue las olas.
Más que el triunfo de partidos políticos, hay triunfos rotundos pero contingentes, que responden más a una sensibilidad que a una idea; hay más volatilidad que lealtad. Quienes triunfan deberían, por lo tanto, estar disponibles a leer la complejidad para pensar el futuro. El riesgo de los triunfos en tiempos de presentismo es irse de fiesta demasiado pronto. Tal arrogancia y falta de perspectiva quedó plasmada en el grito del Constituyente Daniel Stingo en un programa de televisión. Casualmente, la noche de la elección, en el mismo asiento, en el mismo programa de T.V., estaba sentado Luis Silva, uno de los grandes ganadores de 2023. Ya no tenía la sonrisa - una mueca inquietante - de la primera entrevista de esa tarde, sino que, controlado, insinuó no compartir el ethos de Stingo. Pero lo que hasta acá sabemos, pese a no compartir el histrionismo de su antecesor, es que ambos podrían situarse en la genealogía de los absolutistas. Personajes de convicciones duras, que necesitan verdades duras para creer en algo. Personajes que, por las leyes de la psicología humana, en tiempos difíciles, logran convencer a quienes necesitan - legítimamente - respuestas. (O venganzas). Desde luego habrá que ver si el deseo de distinguirse del proceso anterior, o bien (en el mejor de los casos), el deseo de hacer algo más relevante que un triunfo político contingente, lleve a los ganadores de anoche a ir más allá de sus certezas.
Responder por un mundo tan complejo como el nuestro, requiere imaginación, saberes implicados, pensamientos incómodos, y sobre todo humildad. El pensamiento no se tiene. Un pensamiento, en el sentido fuerte de la palabra, se padece. Estar en contra de algo, así como conocer las respuestas antes de formular el problema, es fácil, mientras que reparar, no es una respuesta cristalizada, sino una práctica en movimiento. Ya veremos si podremos dar lugar a esa forma de inteligencia, o predominará ese otro aspecto de la naturaleza humana: la compulsión a la repetición. En este caso, eso quizá sería un partido que crea que ya ganó, y un sector que, habiendo perdido, se retire del juego de antemano. Ambas posiciones no serían más que el juego de vanidades sin novedad en el que parecemos estar atrapados. Por ahora.