¿Puede la ciencia ficción hablar del presente?
Diez escritores piensan qué es ser humano en un mundo de avances tecnológicos y aceleración
“Otras formas de ser humano” es un volumen que reúne los textos que resultaron ganadores del Premio OEI de Cuentos sobre Ciencia y Tecnología, organizado por el Observatorio CTS de la Organización de Estados Iberoamericanos. Conversamos con los autores y cada uno nos contó cómo la consigna de escribir sobre ciencia y tecnología les voló la imaginación y qué piensan de un género que tradicionalmente se asoció con un futuro lejano y que ahora podemos pensarlo como examen crítico de las vidas que vivimos. También les preguntamos si usan inteligencia artificial para escribir y cómo vislumbran el futuro.
¿Cómo piensas la ciencia ficción en un mundo no muy diferente de aquellos mundos que históricamente pensó el género?
Daniel Neyra Bustamante: Pienso que la ciencia ficción ha dejado de ser un género en el sentido hermético. La presencia de lo tecnológico es amplia y contagia diferentes áreas de lo humano y lo no humano. Hoy, la ciencia ficción se mezcla con las diferentes corrientes artísticas, volviéndose menos pura, sin temor de abordar discusiones donde antes no era considerada. Asimismo, se percibe su influjo en otros géneros, incorporándola como un imaginario elemental que permite pensar nuestro presente. Por mucho tiempo, Latinoamérica ha insistido en dignificar el género más allá de la importación anglosajona, no negándola, sino leyéndola desde un parámetro más cauteloso, desde otros matices que hablan sobre las realidades del sur global. La ciencia ficción latinoamericana de hoy es menos épica y más volcada hacia lo extraño.
Edis Henrique Peres: Isaac Asimov decía que escribir ficción es fingir hablar de un futuro mientras se reflexiona sobre los problemas del propio tiempo. Ahora, creo que el pensamiento de la ficción se enfoca en las cuestiones éticas de lo que significa ser humano, los límites del uso de la tecnología y cómo garantizar que este uso beneficie a la humanidad. Nuevamente, pensar en la ficción es reflexionar sobre los problemas de hoy y explorarlos en un futuro. La ficción siempre actúa como una advertencia de caminos peligrosos a seguir.
Gerardo Vázquez: La ciencia ficción se basa en la especulación. Ese es el punto de partida. Algunos de los escenarios que plantearon los autores clásicos se han cumplido, pero otros muchos no. No se trata de predecir el futuro, sino de imaginar posibles mundos, encrucijadas y desenlaces a los que nos puede llevar el desarrollo tecnológico y a partir de ahí generar reflexión o debate.
T.P. Mira Echeverría: Creo que, en su esencia, aun intentando ver el futuro, la ciencia ficción siempre habló de su propia época. Por ejemplo, H. G. Wells y el modelo de conquista imperialista en La guerra de los mundos, o la crisis climática extrema y el surgimiento de los líderes políticos carismáticos y sus peligros, en la serie Dune de Frank Herbert. Lo mismo puede decirse de Ursula K. Le Guin, o de Joanna Russ o de Philip Dick. Así que, de cierto modo, ya estábamos en una forma de mundo feliz o de 1984 hace rato (y mucho después también).
Nuestro mundo siempre ha sido una distopía para una gran cantidad de gente. Para grupos enteros de personas, convertidas en otros por los sistemas que ostentan algún tipo de poder. Tal vez esta sea una de esas raras épocas en las que las voces de esos grupos logran hacerse oír y comprender un poco más. Quizás porque la distopía nunca tocó a tanta gente al mismo tiempo como ahora.
Creo que, desde este punto de vista, la tradición de pensar la ciencia ficción desde el propio entorno y de extrapolar ideas y situaciones a partir de él, sigue muy vigente.
Jorge Malpartida: Ahora la ciencia ficción parece que ha sido alcanzada por el futuro que imaginaba. Vivimos en un presente muy acelerado, como si le hubiesen puesto forward al VHS, la cinta avanza sin parar y las distancias temporales en las que se proyectaban las historias se han acortado. El presente está degradado y se acerca a las distopías o sociedades postapocalípticas de las ficciones. Ya no tenemos futuros probables o deseados, sino un presente deformado, en el que el futuro cercano, antes que una posibilidad, se vuelve una condena. Pese a ese panorama, aún la ciencia ficción en nuestro tiempo es una herramienta para seguir guardando cierta esperanza por lo que vendrá. Aún podemos imaginar y crear, quizás con menos idealismo, pero con la fe de que algo pueda cambiar más adelante.
Valeria Canelas: No hay que olvidar que todo avance tecnológico es, en primera instancia, un proyecto que surge de la misma imaginación humana que, a lo largo de los años, se ha enriquecido con las formas y los mundos creados en la ciencia ficción. Así que es lógico encontrar resonancias y similitudes entre ciertos elementos y herramientas que han aparecido en las ficciones del género y nuestra cotidianidad. Ahora bien, es muy interesante la forma en la que en la actualidad muchos relatos literarios o audiovisuales parten de esta misma cotidianidad, es decir, surgen de unas coordenadas en cierto sentido realistas, y, a medida que se desarrolla la trama, se produce un desplazamiento, un desvío posible de lo real, que obedece ya plenamente a los códigos de lo especulativo y de la ciencia ficción. Me da la impresión de que en ese desplazamiento se encuentra una clave importante para analizar nuestra relación con la tecnología. Es decir, la forma en la que éste se produce, los efectos narrativos que causa y las consecuencias que conlleva se convierten en indicativos, tanto de los miedos –explícitos o latentes– que experimentamos frente a la tecnología como de las esperanzas que depositamos en ella.
Podríamos decir que, en la actualidad, la ciencia ficción se parece mucho más al mundo en el que vivimos, no sólo por esa similitud apuntada en la pregunta entre los imaginarios históricos del género y el mundo contemporáneo, sino también porque nos enfrentamos de manera muy patente a la potencial extinción de las condiciones físicas que hasta ahora han hecho posible la vida como la conocemos. Da la sensación de que nuestra imaginación, que es inevitablemente deudora del temido colapso del que somos cada vez más conscientes, se vuelca hacia nuestro presente, quizás para que ese desplazamiento mencionado funcione como una advertencia. Posiblemente sea esto lo que hace que, en el panorama literario y cinematográfico actual, la ciencia ficción haya vuelto a ocupar una posición cada vez más relevante. En una realidad que, en las últimas décadas, se ha transformado completamente por los avances tecnológicos, es innegable el potencial que el género tiene para mostrar de forma muy efectiva las potencialidades pero también los riesgos que conllevan. En este sentido, es una herramienta muy útil para dejar de pensar la tecnología como un instrumento neutro, separada, en los discursos más optimistas y comerciales que la acompañan, de las estructuras sociales que la sustentan y sobre las que tendrá un efecto evidente.
Emilia Vidal: Un enfoque que me interesa –creo que lo leí en alguna parte, pero no lo recuerdo– invita a pensar la CF más como un mecanismo que como una temática, como una forma de trabajar la narrativa sobre un sustrato de posibilidades y recursos ilimitados. Es interesante lo que pasa con el género, pero no es nuevo. Hace más de cincuenta años, J.G. Ballard ya hablaba de la “paradoja irónica de la CF que se convierte en víctima del mundo cambiante que anticipa”. Y es que, décadas atrás, se elucubraban escenarios y pronósticos que luego la realidad se encargaba de concretar u “obsolescer”. Entonces, Ballard ya reconocía que los conceptos de pasado, presente y futuro debían ser revisados; el futuro, decía –asumo el porvenir imaginario de la CF–, “está dejando de existir, devorado por un presente insaciable”. Creo que ahí está la clave, que lo que difiere abismalmente es el presente, la cotidianidad de quienes escriben CF. En la actualidad, los desarrollos científicos y tecnológicos se producen a una tasa abrumadora, la cantidad de información al respecto crece permanentemente y las vías de comunicación, su divulgación, se multiplican. En este escenario, parecería que cualquier constructo que imaginásemos no solo fuese factible, sino que, probablemente, ya se encuentre en vías de concretarse materialmente. Visto así, daría la impresión de que se sufre cierta restricción en la libertad inventiva, pero creo que plantea un desafío interesante. Además, siempre es posible idear nuevos cruces, quimeras, de elementos que dialoguen entre sí, que nos permitan seguir indagando y discutiendo el presente que nos toca y sus posibles derroteros.
¿Cómo nació la idea de tu cuento?
Daniel Neyra: El cuento nace a partir de diferentes aristas. Primero, la experiencia familiar de presenciar a mis abuelos sufrir Alzheimer. Pensé en cómo la tecnología ha sido inscrita en un modelo de mercado que atraviesa todas las áreas de lo humano, incluso aquello íntimo e intangible como la conciencia o la memoria. En el relato retomo el tópico de la inmortalidad, la manera de conservar la conciencia en un sistema digital. Quise representar de qué manera la tecnología de hoy es un elemento que también segrega económicamente. Percibo un aumento en las formas de seducción como voces armoniosas, colores, luces brillantes, ligereza, pulcritud, por eso mi cuento se llama “Momoland”, que es el nombre de un desaparecido grupo de k-pop femenino. Hay algo erótico en la tecnología de hoy que la vuelve más persuasiva y que me interesa trabajar a nivel literario.
Daniel Rodas: Fue una idea repentina. No soy principalmente un cuentista –aunque habitualmente escribo cuentos–, ya que el género que más escribo son los poemas, pero de vez en cuando me “viene” una idea, una idea que casi siempre no es un argumento o un carácter, sino una simple frase. “Éramos buenos hombres” fue la frase de la época, el catalizador. ¿Quiénes son estos “buenos hombres”? ¿Quién intenta reforzar esto y por qué? Entonces pensé en la figura de un investigador, un científico, tratando de explicar a un periodista los resultados de una investigación controvertida, inicialmente “bien intencionada”, pero cuyos resultados resultaron catastróficos… Así empezó a desarrollarse la historia. Lo curioso es que me debió llevar como mucho diez minutos escribirlo, aparte de las correcciones, que naturalmente tardaron mucho más. [*]
Edis Henrique Peres: Cuando supe del premio, pensé que tenía que hablar sobre el medioambiente. De alguna manera, debía traer la preocupación por el cambio climático al cuento, porque lo estamos viendo todos los días, pero no siempre tomamos este tema en serio. A partir de esta definición, el desafío fue pensar en cómo construir un texto que trajera esta preocupación y mostrara la tecnología. Así surgió la IA del cuento, que también es la narradora de esta historia. El propio título del cuento, “Antropoceno”, ya muestra esta preocupación de estar en un período en el que las acciones del hombre en la naturaleza llegan a un punto sin retorno.
Gerardo Vázquez: Escribí el relato (“La máquina Fiódor”) en 2020, antes del lanzamiento de ChatGPT y de que la inteligencia artificial generativa fuera de dominio público. De hecho, cuando comenzó todo el revuelo de la IA casi descarté la historia, porque pensé que había perdido su punto de originalidad. La idea surgió al leer una noticia acerca de una ingeniera informática que, tras el trágico fallecimiento de su mejor amigo, había creado un Chatbot a partir de sus mensajes para poder “conversar” con él. En “La máquina Fiódor”, el protagonista decide revivir digitalmente a Dostoievski para cumplir su sueño y ser un escritor famoso. Sin embargo, todo se tuerce. La historia plantea algunos de los riesgos de una tecnología con un potencial como nunca se ha visto, ¿qué ocurrirá si se generaliza su mal uso? ¿Y si surgen elementos inesperados o que no se puedan controlar?
T.P. Mira Echeverría: Creo que más que nada pensé en cómo se podría hacer para que los habitantes de un lugar, de una ciudad, dejen de mirar para otro lado cuando se enfrentan a un problema humano grave. A uno puntual no a uno generalizado en un grupo. Y cómo reaccionaría esa gente cuando ya no hubiese forma de evitar entrar en contacto con esa realidad que no les gustaría que existiera o que niegan.
Una forma tecnológica de interpelar a la gente. Podría haber elegido un pensamiento intrusivo o una realidad virtual que hackee cerebros o, a la manera de Bradbury, hacer que la propia persona no pueda evitar experimentar lo que quiere ignorar o negar, pero me decidí por algo más metafórico, incluso más simbólico si se quiere, algo que incluya más posibilidades de interpretación. Más libertad de imaginación para los lectores.
Jorge Malpartida: Mi cuento “Sabía que vendrías a buscarme” nació a partir de mi preocupación sobre los vínculos humanos, y qué ocurre con estos en una época de hiper conectividad y sobreinformación. Siento que ahora que pasamos pegados al celular, pendientes de las actualizaciones, estados e historias en redes, damos por sentado algunos vínculos. Creemos que esos amigos, familiares y seres amados van a estar a la mano cuando queramos. Y no es así: por comodidad hemos dejado de lado el contacto más humano, el cara a cara, la posibilidad de sentirnos. Tocar, oler, mirar, escuchar, saborear. ¿Qué pasa entonces cuando, al morir la otra persona, perdemos esa conexión humana y sensorial que ninguna aplicación o IA va a darnos? Y en otro plano, quizás en uno más personal, me puse a pensar como autor qué pasaría si existiera una tecnología que nos permitiera recuperar las sensaciones. ¿Hay forma de recuperar la primera vez que nos enamoramos, una experiencia corporal, un viaje? A partir de esas preguntas es que articulé mi texto.
Valeria Canelas: Surgió de una noticia que leí. En cierta forma, es un cuento realista, porque la tecnología de la que surge realmente existe, aunque su uso no se encuentra aún muy extendido. Se trata de un software desarrollado por una startup de Silicon Valley que modifica el acento de los trabajadores de callcenters en países como la India o Filipinas que prestan servicio a empresas de Estados Unidos. De esta forma, los usuarios estadounidenses que llaman a atención al cliente piensan que quien los atiende es alguien que habla como ellos. Para mí, este es un ejemplo clarísimo de cómo, en ocasiones, la tecnología fortalece las estructuras de discriminación existentes en la sociedad y se solapa a la perfección con un sistema económico centrado en los beneficios a toda costa, del que, al mismo tiempo, su imaginario es deudor. En este caso, tenemos en primer lugar la deslocalización de la atención al cliente, situada en países donde los costos por trabajador son menores. Sin embargo, la percepción de los usuarios de dicho servicio a menudo está condicionada por prejuicios, lo cual puede dar lugar a quejas o a valoraciones negativas. De una forma totalmente cínica, la empresa ha comercializado este software diciendo que es una herramienta de inclusión, cuando en realidad surge de la misma mentalidad racista que hace que el acento de una persona extranjera se valore de forma negativa. En este sentido, se acopla a la perfección a los entornos laborales de sociedades racistas en los cuales se tiende a infravalorar a los trabajadores migrantes. La idea central del cuento es, precisamente, mostrar cómo la interacción entre la precariedad laboral y una tecnología innegablemente discriminatoria tienen consecuencias devastadoras en la vida de una persona. A menudo, los discursos tecno-optimistas que acompañan el surgimiento de múltiples tecnologías sirven también como mecanismos de ocultamiento de las realidades concretas y de los efectos reales sobre la vida de todas las personas que su aplicación conlleva. De ahí que, precisamente, la ficción sea una herramienta muy útil para imaginar todas esas consecuencias y, así, develar lo que los discursos comerciales y triunfalistas esconden. Es por esto que la ciencia ficción en ocasiones puede funcionar como un eficaz instrumento político.
Emilia Vidal: Hace algunos años tuve un sueño, estaba en una fábrica, que era un collage de todas las fábricas en las que había trabajado en la última década. Me encargaba de poner en funcionamiento una máquina, la desembalaba mientras le daba instrucciones a un chico, le indicaba por dónde se conectaba el aire del filtro, cuáles eran las perillas, los botones, el encendido. Entonces me disponía a conectar una manguera en su lateral, corría su cabello y señalaba por encima de su oreja izquierda. Cuando desperté, me dije: la máquina era una mujer. En el sueño, la situación estaba completamente naturalizada. Fue esa ausencia de problematización lo que disparó el cuento. El tema, luego, lo fui desarrollando a la par de la historia. Por otro lado, me interesan las historias que contienen elementos regionales, algo identitario, un ingrediente local, como una denominación de origen, por ejemplo un mate, el dulce de leche o una canción de los Redondos. Me resulta atractiva la hibridez, siento que dialoga mejor con la cultura mestiza de la venimos.
3. El título del libro presupone la idea de que la tecnología puede avanzar y avanzar, pero nunca reemplazará a la humanidad. ¿Piensas que es así?
Daniel Neyra: No hay nada más humano que la tecnología, lo que no está exento de conflictos y contradicciones. Muchas veces funciona como un reflejo de lo que somos, personifica nuestras inseguridades, miedos y deseos. No creo que vaya a reemplazar a la humanidad, lo importante es concebir una alianza elemental con ella ante los desafíos que se nos presentan como especie, tales como enfermedades, cambio climático, sequías, contaminaciones de todo tipo. Depende del fin que podamos otorgarle y mirarla más allá de su funcionalidad meramente comercial.
Daniel Rodas: Las máquinas no son seres humanos. Es una cuestión que debemos tener presente y sobre la que debemos ser intransigentes. Sé que es una tendencia dominante en nuestros tiempos relativizar los conceptos –y esto no es del todo malo, dependiendo del contexto–, pero cuando se trata de una cuestión altamente existencial, nuestra propia definición de “ser” –cualquiera que sea–, no hay manera de relativizarlo. Lo admito: no sé exactamente qué es un “ser humano”, no soy filósofo, pero digo con total certeza que una maraña de acero, cables y fórmulas matemáticas incrustadas en una computadora ciertamente no es una persona. – y nunca debe considerarse como tal. Creo que la tecnología en sí misma no es mala, puede ser una herramienta muy útil, pero no podemos olvidar que es sólo eso: una herramienta. La máquina, la tecnología, debe existir para servir a la humanidad, y no al revés. Por lo tanto, aunque hay otras formas de “ser humano” –y de eso no tengo ninguna duda– ser una máquina ciertamente no es una de ellas; todo lo contrario…
Edis Henrique Peres: Creo que la humanidad tiene algo singular, un espíritu y una forma de pensar muy particulares que la tecnología no puede replicar. La tecnología puede ser utilizada como herramienta, pero no reemplaza el pensamiento artístico, por ejemplo. Para hacer arte es necesario reflexionar sobre la vida, es necesario tener estas ansiedades, estos miedos, esta tristeza y alegría legítima de vivir. Lo que las IA (aún) no pueden hacer.
Gerardo Vázquez: A la humanidad como concepto, creo que no, pero la tecnología puede sustituir a las personas. Lo ha hecho con anterioridad, durante las revoluciones industriales, sobre todo respecto a tareas mecánicas y repetitivas. La diferencia es que la IA podrá realizar aquellos trabajos antes insustituibles, que requerían conocimiento, creatividad, imaginación, intelecto, lo que define al ser humano como tal. En tal situación, ¿cómo se organizarán entonces las sociedades del futuro? Resulta inquietante y creo que la ciencia ficción puede ofrecer respuestas y plantear debates al respecto, incluso ayudar a tomar decisiones en el presente.
T.P. Mira Echeverría: La tecnología no puede reemplazar a la humanidad porque ya es humana. La tecnología es un producto cultural humano, por lo tanto es algo inherente al ser humano el crear y utilizar tecnología. Como tantas otras obras humanas (el arte o la ciencia o cualquier otra expresión), es el espejo que la propia humanidad, y cada individuo, utiliza para verse a sí misma. Cada cosa que toca el ser humano se vuelve parte de su universo, de su humanidad extendida, y la tecnología nos provee no de fines sino de medios para realizar, investigar, crear, en definitiva, para ser. Ahora, si la tecnología se volviese un fin en sí mismo, si fuese una IA que pensara, sintiera, soñara, o lo que fuera que la llevase a la categoría de persona, entonces tampoco sería algo ajeno a la humanidad, sino que compartirla con nosotros una filogenia que nos emparentaría.
Jorge Malpartida: Quizás el consuelo que nos queda, cuando las máquinas ya hayan tomado control de nuestro mundo y nos sometan, es que lo artificial no puede conseguir ciertos matices esenciales que solo tenemos nosotros. No se trata de aspectos biológicos. Digamos que son metafísicos, elementos del alma que otros seres vivos no tienen. Y supongo tampoco pueden imitar las tecnologías. Esas imperfecciones, defectos, encantos y hasta malicias propias de nuestra humanidad son quizás lo único en lo que no pueden reemplazarnos. En todo lo demás, estamos condenados a perder la batalla.
Valeria Canelas: Podríamos decir que hay ciertos ámbitos donde la tecnología está reemplazando el trabajo humano. Si bien es cierto que es algo que, a lo largo de la historia, ha sucedido con múltiples innovaciones, lo innegable es que en las últimas décadas esa tendencia se ha acelerado. Esto tiene consecuencias graves en el mercado global del trabajo y probablemente sea un elemento clave en la creciente precarización de las condiciones laborales en determinados sectores. Ahora bien, quizás sea obvio decirlo, pero la tecnología es indisociable de lo humano. No sólo porque para existir toda tecnología deba ser imaginada por una mente humana, sino también porque en ese horizonte hipotético de reemplazo necesitaría forzosamente replicar el funcionamiento de lo humano, alimentarse de ello en cierta forma. Un ejemplo claro de esto es el desarrollo de la inteligencia artificial, que se sustenta en el trabajo esclavo de una ingente cantidad de microempleos que alimentan con su lenguaje esta tecnología. Es decir, para generar las IAs que prometen reemplazar a lo humano en múltiples áreas, desde la educación a la traducción, pasando por la escritura, se han necesitado horas y horas de trabajo con salarios absurdos y sin ningún tipo de derecho a lo largo del planeta. En este sentido, más que el reemplazo de lo humano por parte de la tecnología, me preocupa un futuro en el que la tecnología se convierta únicamente en una herramienta de sometimiento de miles y miles de vidas, a las que en cierta forma se les niegue el estatus de humanidad. Por otro lado, en el momento actual creo que es imposible imaginar que la tecnología pueda avanzar y avanzar sin enfrentarse a los límites físicos de los recursos naturales que la hacen posible, ya que así como es inseparable de lo humano, también lo es del planeta en su conjunto.
Emilia Vidal: Coincido con la interpretación que se desprende del título, en el sentido de tomar la tecnología como una manifestación (entre otras) de la humanidad y su desarrollo. También creo que la ciencia de la que deriva, como discurso, es efectiva en relación con su capacidad de explicar el fenómeno existencial, y útil respecto a su capacidad predictiva. Sin embargo, dudo del concepto de avance porque entiendo que implica cierta dirección y sentido, además de proponer una idea de consecución o logro. Prefiero el término evolucionar, que sólo se refiere al cambio y este cambio sucede porque puede, están dadas las condiciones para que se produzca, y puede sostenerse o no en el tiempo, permanecer o no, desaparecer. Nuestra presencia en el mundo lo modifica y nos modifica, creo que la tecnología, como la conocemos, es parte integrante del concepto humanidad y, de momento, parece ejercer el mismo efecto que cualquier otra empresa humana, beneficia a algunos y perjudica a otros. Puede que implique una relocalización más que un reemplazo, no lo sé.
¿Cómo te imaginas esas “otras formas de ser humanos”?
Daniel Rodas: Hay muchas maneras de “ser humanos”, de experimentar esa dudosa categoría que llamamos humanidad, pero no podemos olvidar que, por muy distintos que seamos –y afortunadamente lo somos–, también somos parte de un solo ser. Es propio de la humanidad constituir una “unidad múltiple”, diversa, sin la cual no existiríamos y que no se puede dejar de lado. Por tanto, no veo estas “otras formas” como resultado de especulaciones futuristas, sino como parte intrínseca de lo que ya somos, de nuestra humanidad.
Edis Henrique Peres: Imaginar otras formas de ser humano implica incluso una desconstrucción cultural. Cuando se descubren e invaden nuevos pueblos, por ejemplo, el pensamiento de la clase dominante es que el otro tipo encontrado es “menos humano”. Entonces pienso que otras formas de ser humano también dialogan con esta desconstrucción de lo que creemos que es la única forma de ser, o de este pensamiento de que hay una forma “correcta de ser humano”. Podemos aplicar esto a la tecnología, pero también aplicar este mismo pensamiento a nosotros mismos para desmitificar ciertos prejuicios.
Gerardo Vázquez: Más allá de lo humano, como plantea Yuval Noah Harari en Homo Deus. Quizá la tecnología aparte a nuestra especie de todas las demás especies y seamos dueños de nuestro propio destino, como dioses. O esa tecnología nos acabe convirtiendo en algo irrelevante, hasta forzar nuestra desaparición.
T.P. Mira Echeverría: En principio, de dos maneras diferentes aunque perfectamente complementarias. Por un lado estarían los seres mecánicos o biológicos que tendrían un estatus de persona, con todo los derechos que eso implica. Verdaderos hermanos, hermanas y hermanos de cada ser humano. Diferentes, con formas de ver el mundo distintas a las nuestras, nuevas, inimaginables para nosotros sin ellos. Y con formas de crear y expresarse y ser, propias y distintas.
Por otro lado, imagino una nueva forma de ser humanos nosotros mismos. No sólo con el transhumanismo, la incorporación de tecnologías a nuestro cuerpo o cerebro o, incluso, mundo de ideas, o el cambio biológico, sino y más que nada, con el avance de nuestra mentalidad. Nuevas formas de ser humanos como nuevas formas de entender, comprender y aceptar los miles de modos de ser que tiene el ser humano, las diferentes formas de culturas, las diferentes maneras de existir, de ser hombre o mujer o no binaries, o más, sin querer amalgamar todo en una sola variante o reducir el espectro de posibilidades a una sola opción.
Jorge Malpartida: Me imagino un futuro muy lejano, en el cual la tecnología nos permite tentar la eternidad, ya no envejecer. Y en ese futuro, mantenerse humano puede convertirse en una forma de rebeldía. El querer ser efímero, biológicamente finito y vulnerable, será una elección y una manera de resistir y sublevarse ante la perfección que se nos impone. Querer ser humano, mantenerse defectuoso, será una disidencia.
Valeria Canelas: Necesariamente tienen que ser formas en las que lo propiamente humano no sea el centro. Es decir, formas de existencia más permeables a las manifestaciones de otras vidas y que logren desbordar los límites antropocéntricos. En este sentido, y aunque no parece ser la tendencia, me gustaría imaginar que los avances tecnológicos futuros sean capaces de poner la vida –humana y no humana– en el centro, en lugar de ser un elemento de desequilibrio, precariedad y muerte. Como la tecnología es contradictoria, vemos claramente que en ella coexisten ambas posibilidades. Cuál será la hegemónica en los años por venir quizás dependa de la capacidad para potenciar el descentramiento de lo humano que tengamos.
5. Hologramas, IA, experiencias sensoriales disruptivas, astronautas, realidad virtual. Aparecen en el libro los tópicos de la ciencia ficción, muchos de los cuales ya son parte de nuestras vidas. ¿Cómo ves el futuro? ¿Cómo lo imaginas?
Daniel Rodas: El futuro no existe, existe el presente. Y el presente siempre está cambiando, nos guste o no. Lo que importa es qué hacemos con estos cambios, cuánto influirán en nuestras vidas; sobre todo, si las mejorará en algún sentido. Después de todo, el progreso científico y tecnológico sin justicia social no sirve en absoluto.
Edis Henrique Peres: El futuro tendrá una mayor integración de la tecnología con el ser humano. Sin embargo, estoy muy ligado al pensamiento de que estamos llevando la evolución de las tecnologías en una dirección que no nos beneficia necesariamente. Muchas veces la tecnología se está utilizando para producir arte, música, literatura, mientras el ser humano se desgasta en rutinas cada vez más imposibles de cumplir y que matan la creatividad. Creo que el desarrollo tecnológico debería venir para que el ser humano tenga más libertad y más tiempo, no para reemplazar al ser humano en el arte y aprisionarnos en la falta de tiempo y la ansiedad de la vida. Quiero un mundo en el que pueda producir arte, no que me pierda en la rutina mientras las IA me reemplazan en el pensamiento artístico.
Gerardo Vázquez: Los propios relatos responden la pregunta. En general, impera una visión pesimista. Desde luego, una posibilidad es que el desarrollo tecnológico reduzca a los seres humanos a la irrelevancia. Otra posibilidad es la que plantea la teoría de Olduvai de Richard C. Duncan, una progresiva regresión de la civilización hasta niveles prehistóricos. Un futuro postapocalíptico a lo Mad Max o como planteaba la novela de David Mitchell, El atlas de las nubes.
T.P. Mira Echeverría: Lo imagino, y creo que lo hago a partir de la esperanza y no tanto de la evidencia, como fundamentalmente distinto. Esa es la magia del futuro: la posibilidad del cambio, de lo otro, de lo diferente. Del crecimiento, sí, pero mejor aún, de la diversificación. Quiero pensar en una humanidad que siga evolucionando, incluso físicamente, adaptándose a otros mundos, a vivir bajo otros soles y rodeados de diferente vida. Y también pienso en algún tipo de crecimiento interior que logre frenar el deterioro climático, las desigualdades sociales, la intolerancia a lo diverso, el retroceso hacia formas aceptadas de odio. Sueño con eso. Porque la alternativa sería horrible, más terrible que la más oscura distopía.
Valeria Canelas: Me cuesta imaginar un mundo en el que los discursos tecnológicos puedan seguir abstrayéndose de los límites físicos del planeta. No tanto por una cuestión de responsabilidad como por la imposibilidad de realizar determinados avances que necesitan recursos naturales para existir. Por ejemplo, es imposible pensar que ante una sequía generalizada se sigan fabricando microchips al ritmo actual, o que frente a la imposibilidad física de generar una cantidad astronómica de energía se pueda seguir avanzado en el desarrollo de la IA. En este sentido, pienso que el género de la ciencia ficción sí se está haciendo cargo de estos escenarios posibles.Paradójicamente, podríamos decir que, en ocasiones, la imaginación especulativa puede ser mucho más realista que las startups tecnológicas.
6. ¿Cambia la literatura cuando avanza la tecnología? ¿Usas IA para escribir?
Daniel Neyra: Creo que toda tecnología responde también a una época, a un estadio de la humanidad. Y la literatura, al valerse de esta tecnología que es la escritura, ha ido mutando con el desarrollo técnico. Tal vez por ello hoy la literatura ha pasado a otros soportes materiales, se despliega en códigos digitales, se mezcla fácilmente con otros géneros debido a la velocidad en que la información circula. La literatura, al cambiar de soporte, supera los espacio-tiempos de los contextos y pareciera adaptarse a las nuevas dinámicas de la información. Considero que el uso de la IA puede ser una herramienta para la literatura, no lo veo como algo negativo. Estamos en una fase experimental de la IA, y como tal, es también una fase creativa. Es una herramienta que todavía no nos convence del todo, habrá que darle tiempo y ver hacia dónde y cómo la queremos dirigir.
Daniel Rodas: No, no uso IA en mis textos de ninguna manera. Soy extremadamente escéptico sobre el uso de la IA con fines supuestamente “literarios”. Para mí, esta es una cuestión existencial, como dije antes: las máquinas (las IA, en este caso) no son seres humanos –y si no son seres humanos, no escriben literatura. La literatura –al ser un arte– es una creación exclusivamente humana; todo lo demás que supuestamente “produce” una IA es un mero simulacro, nada, comparado con la literatura real. No es sólo un criterio estético, admito que en el futuro una IA puede incluso escribir “bien” o incluso “mejor” que un autor de calidad, pero nunca será literatura, ya que la literatura no es sólo el acto de juntar palabras. dentro de una fórmula algorítmica, sino transformar la experiencia humana en algo más grande que ella misma: el arte. Sin experiencia no hay literatura, y una IA nunca puede ser un poeta, ya que es incapaz de vivir, de experimentar algo. Ahora bien, si tomamos la IA estrictamente como lo que es –una herramienta simple, no más que Word o una máquina de escribir, aunque sea más “avanzada”- entonces tal vez podamos hablar de un uso consciente de la IA en el campo artístico-literario. Hasta entonces, necesitaremos desarrollar una plena conciencia de las implicaciones generales de sus usos, para no caer en el “cuento de hadas” de la novedad.
Edis Henrique Peres: Lo que cambia es la necesidad de reflexionar sobre el mundo. Son otros aspectos los que serán revelados por el arte con el avance de las inteligencias artificiales. Pero creo que la literatura no cambia con el avance de la tecnología. El arte siempre está ligado a la percepción humana. Lo que cambiará es la forma de tratar estos temas. Prefiero no usar IA para escribir. Creo que el arte es más íntimo. Muchas veces recurro a escribir a mano y solo en una segunda versión pasar el texto a la computadora. Es una forma de tener mayor libertad, de ver el texto formarse, con garabatos, cortes, palabras fuera de orden. Me gusta este aspecto artesanal de la construcción del texto.
Gerardo Vázquez: Creo que una máquina como la del relato, capaz de imitar (o sustituir) con calidad a los mejores escritores, afectaría profundamente a la actividad literaria. En el plano mercantil, sería un punto y aparte en la historia de la escritura "humana". Se podrían generar novelas bajo demanda, de cualquier género y de forma automática (Amazon ya ha puesto un tope a la publicación de títulos, debido al uso de la IA), reescribir novelas clásicas para adaptarlas a los tiempos (con el riesgo latente de censura), crear audiolibros y traducciones a todos los idiomas, etc. Algo parecido planteó Orwell, de manera tangencial, en 1984. Todo sin intervención humana. Al principio habrá autores que caerán en la tentación de usar la IA, hasta que la IA les sustituya, ¿para qué tener en nómina un humano si lo puede hacer una máquina? Las propias editoriales podrán crear autores a la carta, incluso darles un rostro, voz y personalidad, ya que la IA generativa no abarca solo el campo de la palabra escrita. Es un panorama muy pesimista. Sin embargo, en el puro plano de la creación y siempre que no medie el dinero, creo que ningún escritor de verdad querrá usar una IA. El placer de urdir una idea, darle forma, pulir el lenguaje, es por lo que la mayoría escribimos: tienes algo dentro y necesitas sacarlo, en cada línea hay algo tuyo: lo que has visto, lo que has vivido, lo que te han contado, lo que has imaginado. Es un rasgo de humanidad. Como escritor novel, recurrir a una IA eliminaría toda la magia, mataría todo el placer que encuentro en quemarme los ojos frente al teclado, airear mis fantasmas y cebar mis vicios.
T.P. Mira Echeverría: No utilizo IA para escribir porque, para mí, escribir es un acto muy personal. Lo que sí hago, como forma privada de visualizar algunos personajes, es generar una imagen en base a características expresadas por mis descripciones. Cómo la IA promedia puntos de vista, me sirve para corregir o acentuar lo que quiero describir en un personaje.
Jorge Malpartida: Más que cambiar, la literatura también es reflejo de las condiciones en las que se produce. Y una de ellas es la tecnológica, que avanza en desorden y se introduce en nuestras vidas aún sin que nosotros queramos. En Latinoamérica, en el Perú, (y creo que en cualquier parte del mundo), los escritores deben movilizar sus historias mientras hacen decenas de actividades más (desde laborales, familiares o personales). Y en esta cotidianeidad la tecnología ya está fusionada: escribes en celular mientras viajas en bus o esperas en una cola del supermercado, te aparece en el feed un video que luego podrás utilizar o deformar en un cuento, o las aplicaciones o materiales de Internet están ahí a la mano para distraernos, inspirarnos o desviarnos de todo lo que planeábamos escribir. Entonces, sí cambió la literatura, al igual que hemos cambiado nosotros como lectores y autores. ¿Uso IA para mi literatura? No para escribir de manera directa, pero sí me he puesto a chatear con ella, a veces en plan de broma, otras ya más en serio, jalado por la curiosidad de lo que me puede decir esta entidad. Y tal vez, a la larga, un poco de esas respuestas programadas se irán impregnando en algunas historias que todavía no he escrito.
Valeria Canelas: Pienso que inevitablemente sí cambia, porque toda tecnología, en mayor o menor medida, modifica los contornos de lo pensable, desbordando incluso los propios límites de los que ésta surgió. Al hacerlo, las distintas subjetividades también se van moldeando mediante dispositivos o herramientas que irrumpen y transforman radicalmente la vida cotidiana. En este sentido, todos estos procesos atraviesan nuestra relación con el lenguaje, que, a su vez, es la herramienta primordial para el avance de cualquier tecnología, que antes de ser real es un proyecto que necesita ser comunicado. Nunca he usado IA para escribir pero sí me ha sucedido que el uso del celular ha transformado por completo mi relación con la escritura.
Emilia Vidal: No utilicé la IA aún, pero no lo descarto tampoco. Respecto a la literatura, creo que el avance de la tecnología la transforma, como ocurre con otros aspectos de la vida, la forma de hacer las cosas, su dinámica, el ritmo. Me refiero a la inmediatez, el mensaje permanente que recibe nuestro cerebro está conformado por, cada vez más, cantidad de estímulos, uno tras otro, breves, los cambios son instantáneos. Entiendo que eso provoca cierto automatismo, menos presencia en el aquí y ahora. No digo que esté bien o mal, no tengo manera de augurar su incidencia sobre la calidad de vida de las personas, solo creo que ocurre a una velocidad pasmosa, y que su rapidez dificulta el análisis, en particular, sobre su incidencia en la literatura.
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