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Pura Pasión de Annie Ernaux: entre obsesión y separación




“Me asaltaba todo el rato el deseo de romper para dejar de depender de una llamada, para no sufrir más, y al punto imaginaba lo que eso significaría desde el momento mismo de la ruptura: una retahíla de días sin ninguna esperanza.” (Ernaux, 1991, p. 19)

 

Pura pasión es un texto que remite a una historia transcurrida entre 1990 y 1991, en plena Guerra del Golfo, sobre la aventura amorosa entre una mujer de clase media, culta e inteligente, y un hombre casado (A.) El vínculo entre ambos es apasionante y en cada separación la mujer se queda con la compulsión de su goce, una espera con la ilusión del retorno de su amante. Por ejemplo, la mujer aguarda constantemente al teléfono, esperando el llamado, al punto de cumplir con sus obligaciones laborales e inmediatamente retornar a su hogar con el temor de haber perdido un posible contacto, tomando distancia de las actividades habituales que generan satisfacción como salir a cenar con sus amistades o ir al cine.

 

Obsesión, separación y psicoanálisis

Freud se refiere a la etiología de la neurosis obsesiva como vivencias acontecidas en la infancia, en su mayoría con características sexuales en las que el niño o la niña tiene un rol activo (descubrimientos sexuales tempranos o actos sin consentimiento). En el momento en que ocurre el acto, es probable que se experimente placer, pero estos recuerdos son reprimidos. Devienen en la adultez como representaciones distorsionadas u obsesivas, que esconden la culpa. Por tanto, la culpa puede ser constituida como una de las piezas principales en el andamiaje obsesivo.

Al ser reprimida, la representación originaria es desplazada a una idea sustitutiva que tiene una característica única: es un contenido asexual. La idea sustituta junto al afecto ansioso produciría contenido obsesivo y compulsivo que reduce el malestar. En este caso, malestar de una ausencia. Una liberación momentánea, un parche sobre la angustia.

 

En cada persona hay algo de culpa moderando los instintos, así como hay algo de obsesión. La cultura produce sujetos culposos. Realizamos apuestas imaginarias y nos ilusionamos con infinitas posibilidades albergadas en nuestra mente. Pareciera que la fantasía y la ilusión son hermanas. La protagonista del texto deambula en el marco de un deseo incrustado en la ambivalencia o el vaivén de un hombre apasionado. Su deseo es trasladado a la fantasía, un imaginario pero que cada cierto tiempo abandona. Es decir, juega con la presencia imaginaria y con la ausencia real. Tramita una separación. Diligencia que tiene sus resultados: la protagonista añora que el avión en el que viaja A. se estrelle si este no vuelve a visitarla o si en sus recurrentes viajes accede al goce de otra mujer.

 

Vivencias de resignación en torno a la falta. Se enfrenta al encriptamiento del vacío. Casi como una refugiada política de su propio deseo. Carga con un deseo que es satisfecho en su imaginación. Todo duelo que no conlleva una separación es neurótico, puesto que remite a la responsabilidad del acto en un otro. Pero en el caso de la protagonista, la separación no conlleva un duelo y es psicótica, puesto que se enmarca en habitar la fantasía constante del encuentro. Resignaciones que friccionan con la espera(nza).

 

La espera es un acto temporal donde se sostiene un anhelo –un deseo–.

Hay esperas pacíficas.

Angustiantes.

Esperas melancólicas.

Esperas obsesivas.

Terroríficas.

Las esperas permiten crear o recrear. Sostener o soltar. Ganar o perder.

 

 

La apasionada se niega a perder, pese a experienciar la resignación constante. La pasión trasciende a la realidad y es más que algo que se puede tocar. Una ínfima posibilidad del regreso de A. bastaría para sostener el vínculo con un hombre imaginario. Jugaba a ser un pez que vive sin agua. Una libido que apunta a acciones que sostienen una meta última: el regreso de su amante. La presencia que llena el vacío insaciable de su pasión.

 

Tras elaborar la separación, la protagonista se encuentra con su hombre imaginario. Lo percibe desde la indiferencia –ya no es idealizado–, reprocha su actuar… ella no corre a sus brazos. El telón de la fantasía ya no cubre la realidad. La realidad pone a raya su fantasía.

 

Al comienzo de la obra se aprecia una mujer afligida y casi melancólica, concluyendo en una mujer que resignificó la ausencia que, con el regreso de A., éste ya no le genera satisfacción porque la investidura libidinal ya no se encuentra direccionada a él. La resignación hizo lo suyo. Dejó de culparse, abandonó la herida narcisista del rechazo de su amado.

 

Su experiencia es un divagar constante en el terreno de la fantasía obsesiva, cobijo de la realidad. Lugar donde se encuentran certezas e incertezas y a su vez el aburrimiento de la espera. No es ajeno que la culpa nos acompañe, así como tampoco lo es que el aburrimiento impulse la salida de escenas insatisfechas.

 

 

 

 

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