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Quién le teme a Eunice Odio: La marca de fuego de la escritura


Hay libros que implican un antes y un después. No todos pueden ser de ese tipo. Digamos que son libros como ritos de paso, libros iniciáticos, libros con ese tono misterioso que nos dice por debajo que está ocurriendo una transformación, a medida que leemos, algo va cuajando sin darnos cuenta. Creo que El tránsito de fuego (Agnición, 2023) de la poeta costarricense Eunice Odio (San José, 1919 – Ciudad de México, 1974) entraría en ese tipo de libros. No solo porque fue escrito arduamente durante 8 años, no solo porque es un poema de más de 400 páginas escrito a manera de diálogo metafísico, no solo porque se dice que fue escrito siguiendo el dictado de una revelación mística. Desde su mismo título ya nos indica que atravesaremos un estado y llegaremos a otro: este libro ejerce su fuerza magnética desde el inicio, antes siquiera de haberlo abierto.

 

Esta nueva edición chilena de un texto publicado originalmente en 1957 en El Salvador, muestra que su vigencia es indudable. Curiosamente en la última década comenzaron a emerger nuevas ediciones, lo que habla de un poema que insiste aún en ser tomado en cuenta como lo merece, quizás en un futuro lejano y posible que preveía Eunice Odio. Agnición se ha tomado el trabajo de editar este tránsito, al que ha agregado dos particularidades importantes: un epílogo o conversación imaginaria de la poeta costarricense Mía Gallegos, a modo de programa radiofónico, donde le da una voz póstuma a la autora. La otra particularidad ha sido incluir en la portada una pintura de una artista talcahuina, Lorena Alarcón. Es emotivamente expresiva y resuena con el contenido, sobre todo considerando que el poema es inagotable, inabarcable, en los límites de lo representativo.

 

Antes de entrar al viaje que significó este libro, enumeraré mis anteriores encuentros con las letras de Eunice Odio, para describir una especie de inventario.

 

1) La primera vez que leí su nombre, hace varios años, fue cuando la vi nombrada por Sharon Mesmer, una poeta estadounidense ligada al mundo de la poesía performática y la escena punk. En aquel momento ella tenía un blog donde publicó una entrevista que hacía mención a Odio y específicamente a El tránsito de fuego (The Fire’s journey en inglés), destacándolo como un hito de la poesía épica, como una mezcla entre Blake, Whitman y Dickinson. Lo que más me llamó fue que una poeta de habla inglesa, residente en Nueva York, se haya fijado en una poeta centroamericana de habla hispana. Tenía en mi haber más bien el movimiento contrario: la mirada del sur al norte, en vez de una genuina mirada del norte al sur, quitada de oportunismo.

 

2) El segundo encuentro, varios años después, fue a través de Este es el bosque (La Pollera, 2021), una antología que reunía 25 poemas de Odio junto a un estudioso prólogo de Vicente Undurraga, donde descubrí que esta poeta tenía vínculos serios con las visiones y el misticismo. De ahí que se le tilde comúnmente de poeta visionaria. Cada vez me atraía más, pero en aquel libro todavía no lograba hallar el núcleo.

 

3) El tercer encuentro, ya más reciente, fue a través de La lucha por la lengua (Los Tres Editores, 2023), una hermosa edición que incluye una entrevista para la prensa de Salvador Elizondo y la consecuente respuesta de Eunice Odio. En resumen, Elizondo critica el carácter ríspido del castellano, que no logra ser apto, por ejemplo, para ser un idioma filosófico dada su supuesta sensualidad e imprecisión. Eunice Odio en su respuesta muestra cómo la lengua castellana tiene particularidades y bellezas que ninguna otra podría comparársele, y lo más importante, la sitúa en un lugar de valor como he visto pocas veces, como podría ser en Lezama Lima o Sarduy. Por sobre todo, Odio reclama el valor de la lengua ejerciéndola. Este libro fue realmente un hallazgo, porque leer la voz de la autora en acción, en disputa con elegancia e ironía, declarando su amor absoluto por la lengua materna desde la que escribe, fue el paso decisivo para querer comenzar el viaje.

 

Con todo aquel preparativo entré a este océano de fuego, pero nunca realmente imaginé lo que se avecinaba.

 

El libro comienza con dos frases: “Nada estaba previsto / todo era inminente” (p. 9). Poema de origen, de inicio del mundo o de un mundo que se abre. Pulsión de naciencia o ciencia del nacimiento. Porque sí, este poema es tan científico como filosófico, tan esotérico como mitológico, tan teatral como hermético. Este soplo de vida inicial, similar a los momentos más místicos de Lispector, da inauguración al porvenir de una serie de escenas que son guiadas principalmente por la voz de Ion, una especie de demiurgo que intentará fundar el mundo y la palabra. Este nombre nos trae reminiscencias griegas: quizás de la obra Ion de Eurípides, donde Ion es el hijo abandonado de Apolo y Creúsa. Sonoridad cercana también al Aión o Eón, figura compleja que hace referencia a un tiempo eterno sin comienzo ni final, que ya ha sido mencionada por Jung o Deleuze, o también incluido como arquetipo en la baraja del tarot de Thot en reemplazo de la carta del Juicio. Ion reúne este asunto del tiempo liberado y el ser apátrida, dando a ver que su retorno es la constante creación.

 

Sin entrar en estos laberintos misteriosos, la voz guía de Ion y todas las demás apariciones y nombres, me parece, hay que dejar que emerjan en la lectura antes que buscarles significados finales o últimos. Quiero decir que El tránsito de fuego es un viaje que tiene todos los ingredientes para dejarse llevar en una experiencia que llamaría lectura de trance. La arquitectura de este trance está dividida en cuatro momentos fundadores: Integración de los padres, Proyecto de mí mismo, Proyecto de los frutos y La alegría de los creadores. Estas cuatro partes conforman una ópera ancestral que renueva los mitos de la creación, o también muestran hasta qué punto la poesía también puede ser una colección de escenas. Cómo la poesía también es razón secreta.

 

En este viaje podemos tener evocaciones de sueños que seguramente hemos tenido alguna vez, como si fuesen de un reservorio sagrado y compartido. Porque este tránsito está lleno de pluralidad. Se hace mención varias veces a esa múltiple voz: “El Nombre de la Palabra es Legión” (p. 188). Aquel momento que resuena con la forma daimónica, como decía Barthes citando a la Biblia, el demonio que hace referencia a una voz de muchos a la vez. Aquel pluránimo. Este viaje también muestra constantemente el dolor de crear, un imprevisto dolor. Es precisamente donde se genera el cruce de realidad entre aquellos seres que parecen ser omnipotentes, y que, sin embargo, para crear deben sumirse en la vulnerabilidad de lo creado. La entrega del ángel a la mortalidad.

 

Hay un secreto que recorre el viaje y que los personajes del poema sugieren: lo innombrable. La sucesión de escenas da a ver cómo lo nombrado y lo imposible de nombrar juega un motivo crucial en cualquier escritura. Qué se nombra o quién nombra, con todos los ecos bíblicos o gnósticos que puede haber, da una columna vertebral al texto, como si en aquella lucha se engendre lo dicho. “Yo no he venido a disfrutar lo hecho / sino a fundar desconocidos frutos” (p. 85), dice Ion, como un lema desafiante. El atrevimiento de cruzar la frontera, dejarse perder, es el contagio que me genera este poema. Una escritura que deja ver cosas que antes no podían ser vistas, el ejercicio activo de palabras-videncias, como diría Didi-Huberman cuando comenta cómo la poesía puede ser una forma de sublevación al orden común.

 

Podría seguir nombrando la constelación de escrituras que me llama este viaje (Somers, Di Giorgio, Bellessi…), así como las innumerables referencias a fábulas o personajes míticos. Sin embargo, lo que deja este viaje, es que mi lectura es solo un posible recorrido, y que quizás si la repitiera, vería otros mil significados que no vi la primera vez. Este libro carga una densidad simbólica que, siento, transmite algo aunque no captemos con exactitud de qué habla o de dónde sacó tal nombre o cita. Como si nos quemásemos la cara y nos dejara una huella indeleble. Este libro es una especie de sesión de tatuaje. No hay vuelta atrás, y con todo, quedamos con la sensación de querer repetir la experiencia en un tiempo más. Este poema es como el mensaje que deja un sueño: no dudamos de su verdad, aunque no lo podamos descifrar.


 

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