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Foto del escritorFacundo Milman

Responsabilidad y memoria



“Recuerden: en una sociedad democrática,

algunos son culpables pero todos somos responsables”.

Abraham Joshua Heschel


I: Introducción

Esta semana se cumplió un nuevo aniversario del atentado a la Embajada de Israel en la Argentina. El atentado ocurrió un 17 de marzo de 1992 durante la presidencia del presidente Carlos Saúl Menem. 31 años sin justicia, 31 años sin siquiera una reparación a las 22 víctimas fatales y los 242 heridos. Sin embargo, dos años después, ocurrió otro atentado: esta vez fue en la AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina). Con respecto al segundo atentado se cumplen 29 años. En ambos casos, la injusticia fue institucionalizada a través de promesas falsas, de jueces inoperantes, de personas que obstruyeron al poder judicial; pero, todavía más, porque su irresolubilidad perdura en este tiempo y continúan los atentados pero por otros medios. No podemos hablar de tal o cual gobierno como responsable, sino del Estado. El Estado, ese Leviatán gigante y abrasador, como el garante de la injusticia. Por lo tanto, cabe preguntarse, ¿y nosotros? ¿Qué podemos hacer nosotros para que no se perpetúe, para que no prevalezca y para que no se mantenga la injusticia? ¿Hay algo para hacer? Porque, por un lado, estamos bajo la tutela del Estado como quien da vida y quien da muerte y, por otro lado, también permanecemos en ese Estado que no resguardó y no pudo hacer algo por esas vidas. Entonces hagamos la pregunta, ¿qué y cuán responsable somos? ¿Cuál es la diatriba y qué nos acontece como sujetos de derecho? ¿Qué significa hacer justicia a treintaiún años del atentado a la Embajada de Israel y a veintinueve años del atentado a la AMIA?


II: Tradición bíblica

Pirkei Avot, o el Tratado de nuestros padres, es uno de los tratados más representativos e importantes de la narrativa ética de la tradición rabínica talmúdica. En el primer capítulo se recogen las palabras de Rabán Shimón ben Gamliel que enseña que el mundo se sostiene bajo tres premisas: la justicia, la paz y la verdad. Así Pirkei Avot dice en la Mishná 1:18: “Rabán Shimón ben Gamliel dijo: sobre tres cosas se sostiene el mundo: la verdad, la justicia y la paz”. Sin embargo, es interesante observar que luego de que Dios haya creado el mundo, en Génesis 1:11, dijo “produzca la tierra planta”; la palabra para tierra planta, en hebreo bíblico, es deshe. Con las tres letras de la palabra deshe comienzan la justicia (din), la paz (shalom) y la verdad (emet). El mundo perdura en tanto que se mantengan estas tres premisas porque, de otra manera, no habría mundo alguno.


Pero concentrémonos en el din, en la justicia. ¿Cómo aparece en el Tanaj? La Biblia dice, entre tantas cosas, que seamos solidarios con la viuda, el pobre, el huérfano y el extranjero -con quien no tiene esposo, quien no tiene los medios para mantenerse, quien no tiene padres y quien no tiene o no está en su país. En uno de los libros del Tanaj, en el décimo capítulo de Deuteronomio (10:18-19), ya habla de hacer justicia: “[Dios] hace justicia al huérfano y a la viuda, y ama al extranjero para darle pan y vestimenta. Amarán al extranjero, porque extranjero fuiste en la tierra del Egipto”. La Biblia es producto de la sabiduría de Dios porque Él hace justicia, Él la trae al mundo. En otras palabras, el mundo depende de la justicia pero ella es traída por Dios. Él no solo la hace, sino que también hace a la justicia. Zacarías, uno de los profetas, dice en su libro 7:10: “No oprimirás a la viuda, al huérfano, al extranjero ni al pobre”. Es decir, la reiteración de hacer justicia, de no oprimir, de salvaguardar siempre es una obligación con el otro. La Torá y la sabiduría judía en general también nos dice otra cosa: ser hospitalario con quien no tiene cobijo; tener hospitalidad con quien no está en su hogar y no está arropado. La justicia con quienes están en la intemperie por producto de la Historia se convierte en una obligación porque el judío o, desde aquí en más, el errante tiene como tarea el Tikun Olam -el arreglo del mundo. Leamos el Tikun Olam de otra manera: justicia social, justicia económica y justicia política; solidaridad con el abyecto y la abyección.


Ahora los tiempos han cambiado. No son los judíos los que tienen que ser hospitalarios con la viuda, el extranjero, el huérfano y el pobre. Porque durante la década de los ’90, los argentinos (judíos o no) fuimos atacados en nuestro judaísmo universal y particular, en nuestras instituciones, en nuestras raíces, en nuestro pluralismo, en nuestra tierra que converge en eso que solemos llamar argentinidad; los argentinos sufrimos no uno sino dos atentados terroristas y la seguridad, desde entonces, con la que deambulábamos fue perpetrada. Personas argentinas fueron asesinadas por un ataque terrorista y la apelación al alterno, al ajeno y al otro volvió a tomar notoriedad como una emergencia para que el mensaje bíblico, en una situación lamentable como esta, se escriba en presente.


III: Pensamiento judío

Si retomamos el epígrafe de este texto, Abraham Joshua Heschel —el rabino que marchó con Martin Luther King de Selma a Montgomery y que dijo en una ocasión: “cuando marchaba con el reverendo King, sentía que mis pies rezaban”— asevera en forma taxativa: algunos son culpables, pero todos somos responsables. La culpabilidad selecciona y es personal, en cambio la responsabilidad recae en todos. La culpa es del individuo, la responsabilidad es de todos. En este sentido, Emmanuel Levinas el filósofo judeolituano nacido en Kaunas decía que una responsabilidad que se puede transferir a otro no es una responsabilidad. Si la responsabilidad es de todos, ¿cómo puede ser que Levinas afirme que no puede ser transferida otro? ¿Cómo transferir algo que es de todos? Porque, en forma certera, el filósofo piensa en una responsabilidad determinada; Levinas piensa en la responsabilidad judía, que la podemos sintetizar en un epigrama: yo soy responsable por el otro. El otro me constituye, me define, me afirma.


No obstante, si yo soy responsable por el otro —la vida es crecimiento indeterminado del Yo—, la responsabilidad no se puede transferir al otro ya que mi semejante no solo me constituye sino que también soy quien soy por él —no por nada Dios le dice Moshé: “Eiyeh Asher Eiyeh”; Seré el que Seré o Seré lo que ustedes hagan de mí. Entonces el carácter básico de la responsabilidad no es su no-compartimento, sino su capacidad de cargar con el otro y su aptitud por compenetrarse con toda una comunidad y/o ciudadanía; así la responsabilidad judía sedimenta su sendero a través del pensamiento y el laicismo de la sociedad moderna. La hendidura del trayecto tiene dos vías: una por la vía rabínica neojasídica (Heschel) y otra por la vía filosófica post-Auschwitz (Levinas). Y toda comunidad responsable no se crea al elegir una vía o la otra, es decir, a través de la disyunción. La comunidad responsable se realiza como acontecimiento a través de la conjunción con la “y” como cultura de mezcla: mezcla entre lo que no podemos delegar, lo que tenemos que hacernos cargo, y en reconocer la responsabilidad compartida al formar parte de algo porque si no hacemos nada, también somos parte de ello. La forma de construir esta sociedad que trata, esboza, intenta hacer algo para encontrar la justicia es a través de que se equilibren tanto libertad como igualdad y el único modo de determinarlo es basándolo en el encuentro entre personas; ese encuentro que tiene el nombre de acontecimiento o evento irreductible en la vida pública, en la política.


IV: Reflexiones actuales

Al principio, nos preguntábamos por la justicia. Si es posible alcanzarla y si es así, qué justicia es posible. Pero la pregunta, y no la respuesta, es la incendia el edificio. El judío -pero es extendible a la humanidad toda- si no puede hacerla, lleva con él la demanda de la justicia. Es muy conocida la frase que aparece en Deuteronomio: “Justicia, Justicia perseguirás”. El interrogante rabínico y secular, mainstream y vernáculo, divino y profano es ¿por qué dice dos veces Justicia? ¿Por qué hay una doble mención al aspecto de lo justo? Rashi, uno de los comentaristas más reconocidos del Talmud que vivió en Francia durante el siglo XI, sostuvo que era porque había que cumplir con la justicia -divina y secular- y establecer jueces correctos. Él hablaba de “buscar un buen tribunal”. Es más, el comentario que hace -y pensemos que el comentario es la continuación de la pregunta pero por otros medios- prosigue: dice que debemos buscar buenos jueces, jueces justos, para que prosperemos y tengamos un lugar en la tierra. Tarea nada sencilla porque, por un lado, ¿cómo encontrar jueces con un sentido de rectitud? Y, por otro lado, ¿la justicia corresponde al género humano? Ibn Ezra, rabino andaluz del siglo XII, matizó que la repetición de la palabra justicia se debía a dos senderos plausibles: o bien la justicia debe buscar un resultado justo -sin importar qué ganancias o pérdidas nos encontremos- o hay que buscar la justicia una y otra vez durante toda la vida sin importar la institucionalización.

De todas maneras, y para volver al tema que nos acontece, no hay justicia posible sin un principio de responsabilidad. Sin responsabilidad, no hay justicia. Porque, como sostuvimos, la responsabilidad hace a la justicia y la responsabilidad es siempre con el otro. Responsabilidad primera: nunca no es con efectos. Así como no podemos pensar sin el que nos interroga en nuestro propio ser, tampoco podemos ser responsables sin el otro. Y, puntualmente, el pensamiento tiene toda su voracidad en la responsabilidad. Por tanto, ¿qué hacemos si no somos responsables de lo que pensamos? ¿Qué es acaso la justicia sino esa conjunción de pensamiento y responsabilidad?


La alteridad ocupa un lugar particular en el pensamiento judío. Pensamiento arraigado en el alterno, en el que está en la otra costa de mí. Hacer justicia, para el pensamiento judío que se funda como universal, es no sólo tener memoria sino hacer memoria. Digámoslo de otra manera: lo contrario del olvido -olvidar a los asesinos, olvidar a nuestras ruinas, olvidar a nuestros muertos- no es la memoria, es la educación. Por eso, en ese sentido, educamos para el recuerdo. Nos fijamos en él. El judío sabe y conoce que el pasado es inolvidable, pasado del que viene su erradura y es digno heredero de la carga que tiene sobre sus hombros. Porque si antes nos preguntábamos por la justicia y su posibilidad, ahora la afirmamos y la continuamos a través de la educación. La justicia no olvida, se demanda y se aprende de la educación.


Memoria, responsabilidad y justicia se entrelazan entre sí. La demanda por justicia no tiene que ser de los judíos, sino de la sociedad. No sólo clamar por ser un lugar más justo, sino también a no consentir a esa “justicia” -secular y profana- y a no mirar para el otro lado. Porque un país que nunca va a resolver sus atentados terroristas o al que nunca van a dejar resolverlos, y que no pueda darle algo de paz a sus muertos, es un país donde nunca va a haber justicia. La exigencia sigue acá y nosotros somos responsables, esa es la verdad. Este llamado, llamado a la memoria, es a la justicia y al Nunca Más. Porque el deber de invocar estas fechas no es otra cosa que encontrar su destino y que su memoria se transforme en bendición.


Facundo Milman


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