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Tracción a sangre de Sergio Guerra. De futuros y ruinas, o la potencia de la ficción.


Tracción a sangre nos arrastra a través de tres escrituras/mundos. Caos, génesis, mundo y fin de mundo. Es a primera vista una historia secuenciada, en tres partes: Caos-germen, Cosmogénesis, Neón Mantra. En cada caso la nota de la consistencia misma de lo real, de su aparecer, de su temporalidad, es sostenida en la materialidad de la escritura. A medida que el relato avanza nos vemos, como lectorxs, como adiestradxs buscadorxs de sentidos, como descifradorxs de códigos y señales, obligadxs a adherirnos cada vez con más fuerza a la materia poética de la narración. Hasta que en la tercera parte, la trama, el hilo y la direccionalidad del relato estallen en el pluriverso de una hiperconexión que ha derribado la barrera misma del inconsciente, del yo y el vos, del pasado y el presente, y que vibra como un mantra.


Caos-germen nos ubica entre cerros y quebradas, en la madriguera de los cabros: el Espantapájaros, Amaranta, el Gitano, el Jaque, combatientes activos de la revuelta que tiene a la ciudad puerto agitada. Cuando no están en un enfrentamiento con los pacos, trabajan en la huerta, están en el recicle, en el taller pintando. O van a visitar a Eva, suerte de alquimista que preconiza que “toda estructura tiene una duración limitada. Que todo caerá. Que ya estamos muertos y a punto de abrir paso a lo siguiente” (25). Es Eva la que habla de otras formas, futuras, del plasma, del motor de la vida, de aprender a moverse con la energía del planeta. La que cultiva un huerto en que las plantas están conectadas por múltiples alambres de cobre, una red que conecta el interior de la casa con el jardín que va a dar a la quebrada. Algo teje la Eva entre esos alambres que los cabros no terminan de entender, pero la escuchan; estar ahí, hablar con ella les permite ordenar los elementos dispersos de un mundo otro que los tracciona. Es en esas charlas que Amaranta piensa que “La revuelta no tiene por qué ser un desatado combate repleto de heridas” (21). Por eso también “a pesar de la ferocidad que reinaba en su piño, pensaba que se podían diseñar las formas de ternura del futuro desde la ruina presente” (21). Lo que mantiene unida a la madriguera es un lenguaje común, “cifrado en los signos de los muros”. “Las paredes de la ciudad presentan una policromada visualidad llena de una textura de formas que semejan palabras, diagramas y símbolos” (29). Allí está el mapa de ruta que le permite a la madriguera moverse, como un solo cuerpo. Es la muerte la que los golpea, en un enfrentamiento, la que tiñe la huerta, la que los hace esperar el amanecer ovillados en el filo de los muros. Y a pesar de que se mantienen juntos en alucinaciones colectivas, entre hongos y chelas, mientras se bañan en la laguna la ciudad se sumerge, y con ella su lenguaje, sostenido en los muros.


Cosmogénesis, en tanto escritura/mundo, es un torrente imparable que se alimenta sin diferenciar de las voces de personajes que solo reconocemos como tal por Caos-germen. Es un lenguaje que discurre sin puntuación, sin pausa, cuyo destino no puede ser otro que el mar. Atisbamos que un cierto nuevo orden ha sido alcanzado, comandado por Eva bajo una mística irracional. “Habilitar el primer conversor de agua salada y generar agua potable eso le da a Eva su rango definitivo” (40). Es ella la que ha logrado que “esa tendencia destructiva reinante en las calles adoquinadas bajo las ruedas bajo el brillar metálico que reflejan los edificios a la manera de las aguas frente a la ciudad fuera cambiada por estas calles de árboles frutales que parecen un milagro” (40). Como lectorxs oscilamos sobre la superficie acuosa de un escritura que corre sin amarres, sin detenerse, vacilamos entre una palabra y otra, inestables, como lo hacen las barcazas del NeoPuerto, la nueva matriz civilizatoria comandada por Eva, “quien puso en obra todo un conjunto de conexiones de hilos metálicos y bobinas de treinta y dos vueltas permiten generar energía autónoma para humanos animales plantas que conviven en medio de los cerros cruzados por el cobre que hace de techo a la ciudad” (37). En la lectura, nos mantenemos a flote sobre esa mitad de la ciudad amurallada y anegada. O entramos en los torbellinos de imágenes que nos abren fugaces accesos a ese mundo, las holopictográficas creadas por el Jaque, quien da “forma a los diversos aspectos del mundo dentro y fuera del muro…. encuadres armazones diagramas de luz en la proyección en que cuajaban las sensaciones ópticas aquellos gatos en medio de los jardines que penden desde los techos de los ascensores en ruinas o los trabajadores en las plantas de desalinización o las niñas jugando en medio de las plantas de los huertos o los galpones de entrenamiento donde confluyen las artes marciales o las viejas cantinas convertidas en salones de juegos inventados por mujeres o las estanterías de la biblioteca abierta día y noche atiborradas de personas que van y vienen o se encaraman sobre los estantes y leen encima de ellos con la luz del atardecer de plomo o los amaneceres en que aún se puede ver el sol entre las nubes de contaminación que circundan del exterior…” (45). Es Eva la que dice que “lo que parecía un estado de decadencia era un estado de mutación” (40). Atisbamos, atisba la voz que narra desbocada, que la red de alambres de cobre es un “entramado neuronal que conecta cada punto con el otro un mecanismo que amplifica el pensar de Eva” (47). Después de diez páginas ininterrumpidas, el único punto, el final, es casi una ironía ante el desborde de esa masa que viene acumulando el relato. Cosmogénesis, en tanto creación de mundo, de un cierto orden, es lo que la escritura preanuncia: un malecón al filo del desmadre. Detrás de las fronteras endebles de la ciudad amurallada, de las nuevas fronteras, aumenta la antropofagia, escasea el agua, “millares de personas afuera gritan y se retuercen sobre los huesos humanos que fueron sus alimentos” (46). Ante el colapso inminente Eva ensaya su conjuro: conecta su cabeza a la red neuronal y con todo su cuerpo opone resistencia.


En Neón Mantra no hay madriguera sino enjambre. Un enjambre que avanza a través de ruinas de otros mundos, que busca y rebusca entre desperdicios y callampas en grutas, que excava o se mueve con el oleaje que la ciudad traga. Nuevos personajes se suman. La escritura/nuevo mundo es en Neón Mantra materia pensante que vibra, hecha por igual de recuerdos, de cuerpos, de plantas, de mar, de máquinas, de oleajes de horror, pero sobre todo de restos. Interior y exterior, pasado y futuro están conectados de tal forma que podemos recorrerlos y pasar de uno a otro sin solución de continuidad, como se recorren los lados de una cinta de Moebius. Como un gran cerebro/cuerpo, de un punto a otro del espacio en oleajes se trasmiten pensamientos, recuerdos, sueños, la vibración asociada a una impresión sensorial.


La escritura se casca, retoma, se hace verso galopante, tracciona visiones y tiempos múltiples.

Podemos pensar estos tres mundos/escrituras en secuencia, y el orden de las páginas así lo sugiere: la destrucción de un mundo da lugar al surgimiento de otro. Sin embargo, la tercera parte incita una lectura solapada, allí los mundos coexisten, se corroen o se potencian. En todo caso, entre un mundo y otro solo parece haber fronteras endebles. Para recorrerlos hay que leer las rutas en las grafías sobre la superficie de calamina de los ascensores. En Neón Mantra la trama se mueve veloz pero escapa el avance lineal, se expande y se retrotrae, se complica. El deseo insistente de comprender, que expresan algunos personajes, solo encuentra espacio en el carácter fragmentario del poema, donde el tiempo no avanza, sino que se detiene o se hunde…


desperté

junto a un niño delgadísimo

que exhibe sus costillas a mi

lado parece una pequeña

ciudad su mirada ausente.

En Neón Mantra la narrativa apocalíptica colapsa, da lugar a la materia poética, porque el fin de los tiempos, en lugar de abrir hacia un mundo otro, nos enfrenta a una multiplicidad que solo el impulso poético sabe navegar, sobre los restos de un lenguaje común. Ese que en Caos-germen es sostenido en el cuerpo mismo de la ciudad Puerto, en sus muros: “esbozos de grafías rociadas sobre el concreto que se extiende como un brazo, sin ningún otro motivo que sostener el lenguaje, restos de ruinas bajo la cúpula celeste” (33).


Tracción a sangre de Sergio Guerra es una forma de responder a la pregunta de por qué ficcionar el pasado y el presente. Hay aspectos de lo acontecido que no se dejan archivar: lo atisbado, lo imaginado, lo vislumbrado. Hay futuros que están en el pasado, como posibilidad deseada. Acción de arrastre mediante fuerza humana o animal: una escritura traccionada a sangre es una escritura que no reconoce, ante la violencia del pasado y el presente, salidas salvíficas, e invoca en cambio la necesidad de la imaginación colectiva: “Si la realidad es desmesurada y violenta, así será nuestro arte; una respuesta de calor, de hoguera al frío del cálculo” (21).



Tracción a sangre

Sergio Guerra

Valparaíso | Schwob Ediciones 2023

pp. 88.



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