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Una historia cultural del traje

Foto del escritor: Chloe Chapin Chloe Chapin 

En El traje, Christopher Breward examina esta prenda como objeto de belleza y científico, como recipiente de la masculinidad. El libro examina casi seiscientos años de vestimenta masculina, prestando atención de manera impresionante tanto al auge del traje como a las reacciones en su contra

 

La prenda sobre la que escribe Christopher Breward en su libro no es un traje cualquiera. O, mejor dicho, es cada traje, tanto su forma corpórea como su resonancia simbólica. Breward examina el traje en todas sus cualidades estéticas, materiales, filosóficas y políticas. Lo considera un objeto de belleza y refinamiento y un objeto de logro científico; como símbolo de tradición y conformidad, y como recipiente adaptable de ideas cambiantes de masculinidad y modernidad. Breward cubre una impresionante cantidad de tiempo y una variedad de pensamiento, recopilando a todos los principales escritores, creadores y pensadores de la moda tradicional masculina en un libro conciso y bellamente realizado.

 

No es fácil identificar dónde ubicar el libro de Breward entre otras publicaciones sobre moda masculina. No funciona como una historia cronológica de la moda masculina, como el querido, pero agotado libro A History of Men's Fashion (1996) de Farid Chenoune, o el American Menswear (2011) de Daniel Delis Hill. A pesar de sus preciosas fotografías en color, El traje es mucho más minucioso que algunas de las recientes publicaciones “coffee-table” sobre Savile Row o la sastrería británica, como Bespoke, de James Sherwood y Tom Ford (2010), o Best of British, de Simon Crompton con fotografías de Horst Friedrichs (2015).  Tampoco está realmente en diálogo con publicaciones más académicas sobre el traje, como Ready-Made Democracy (2003) de Michael Zakim, o The Three-Piece Suit and Modern Masculinity (2002) de David Kuchta. Los historiadores de la moda pueden verse tentados a dejarlo de lado junto a otros libros de historia cultural, en conversación con Men in Black (1997) de John Harvey, o Sex and Suits (2016) de Ann Hollander, aunque se han publicado pocas otras cosas en los veinte años transcurridos entre medio. En todo caso, El traje calza en la tendencia reciente de las “microhistorias”, libros que se centran en un solo tema, muy notablemente en libros como El Bacalao y Sal de Mark Kurlansky. Esto podría sugerir que hay un interés renovado en el público general por la vestimenta masculina, no sólo estéticamente, sino como símbolo de mayor importancia cultural. Breward hace un gran trabajo al cerrar lo que podría verse como una brecha entre diferentes enfoques para el análisis y la apreciación de la sastrería y de la historia de la ropa masculina.

 

Las espléndidas fotografías en color y en blanco y negro del libro avanzan mucho en demostrar los elementos del traje que no se pueden describir solamente con palabras. Las pinturas y fotografías muestran a hombres bien vestidos desde el siglo XVI al XXI, exponiendo el particular sentido del estilo que su época consideraba apropiado, y se compensan con láminas de moda de sastrería y caricaturas que muestran cómo a la vez se publicitaba y se satirizaba la moda en su época. Los sastres a lo largo de la historia están representados en su oficio, con énfasis en los detalles y técnicas. Los trajes históricos se muestran con los accesorios adecuados en los maniquíes de los museos, y los trajes modernos se presentan a través de anuncios, fotogramas de películas y fotografías de pasarela de diseñadores.

 

El libro comienza, acertadamente, con “El arte del sastre” (se le llama “Introducción”, aunque en realidad es un capítulo propio), que rastrea la relación de los hombres y sus sastres desde la Florencia del Renacimiento hasta el Londres de la Regencia y los diseñadores de alta costura contemporáneos. Si bien de ninguna manera es una guía para la confección de trajes, Breward demuestra muy bien la realidad material de la sastrería, desde la elección de la tela hasta los patrones, el acolchado, el forro y las pinzas en los que confían los sastres a medida para su precisión en el ajuste. Vincula lo físico con lo filosófico, mostrando cómo las conversaciones sobre la evolución de la estandarización de las medidas y las técnicas científicas de corte no se referían solamente a cómo hacer un traje, sino a un noble esfuerzo (para el sastre victoriano) por lograr una figura anatómica ideal del hombre moderno, concebida a través de una construcción precisa de escala y proporción.

 

En el capítulo uno, “El traje apropiado”, Breward se centra en la evolución del traje como forma de estandarizar la vestimenta masculina y examina las ramificaciones tanto elevadoras como restrictivas de este uniforme civil. Utiliza la introducción por Carlos II en Inglaterra del chaleco de inspiración otomana en 1666 como punto de partida para el origen del traje, y examina la influencia de la vestimenta militar en el guardarropa masculino a lo largo del siglo XVIII. La precisión militar es quizás lo que llevó al traje a asociarse con una conformidad asfixiante, como una forma disciplinaria de imponer el estatus a través de las apariencias: mantener a los hombres en su lugar demarcando sartorialmente el rango militar (o social). La paleta de colores restringida y la silueta cuadrada que llegó a asociarse con la Revolución Industrial, afirma Breward, “incrementaron su longevidad y la hicieron tan apropiada como símbolo de las preocupaciones dominantes de la vida moral, filosófica y económica del siglo XIX”. A medida que esto evolucionó hasta convertirse en el traje de negocios del siglo XX, continuó comunicando un sentido de respetabilidad y responsabilidad. La industria estadounidense contribuyó al uso democrático de los trajes en la oficina, desde una especie de traje de negocios que transmitía una discreta uniformidad hasta el surgimiento de los trajes de poder conscientes del estatus de los corredores financieros de la década de 1980.

 

Antes de que una estrecha paleta de colores y siluetas dominara por completo los trajes usados ​​en la vida pública, todavía quedaban lugares en el guardarropa masculino que permitían el tipo de telas suntuosas y cortes holgados que serían inaceptables en un traje usado durante el día en público. La túnica o bata “baniano” de inspiración otomana era un artículo popular para pintar un autorretrato durante el siglo XVIII, lo que demostraba una informalidad hogareña. Breward considera que el “baniano” es un obstáculo para el aumento de la formalidad más estricta del traje. A medida que estas telas de India y China fueron reutilizadas para el consumo inglés como un signo de esteticismo mundano, el traje occidental se infiltró en otras naciones, ya sea por elección o por dominio cultural. El capítulo dos, “Naciones adaptadas”, toma el predominio previamente establecido del traje en Europa occidental y analiza las formas en que otras naciones reaccionaron ante él. Breward, aunque evita un poco el daño duradero del colonialismo, examina el peligro inherente a las definiciones tradicionalistas de masculinidad y estilo nacional, y las formas en que estas se han convertido en conceptos fijos de identidad —esencialmente, como una determinación visual de los que tienen y los que no tienen—. Breward considera la ropa como símbolo de resistencia al imperialismo occidental a través del examen de la chaqueta Nehru de la India y el traje de Mao en la China revolucionaria. Contrasta esto con la adopción japonesa de los trajes occidentales como una demostración de “superioridad militar, económica y moral”. Los sapeurs de la República del Congo se presentan como ejemplos de una reapropiación cultural del traje a medida, ya que visten trajes con las siluetas tradicionales de la sastrería occidental, pero en combinaciones de colores brillantes y patrones que se alejan de los colores sombríos asociados con la calle Savile Row.

 

El capítulo tres (“La elegancia del traje”) analiza a aquellos que han utilizado el rigor del traje para subvertir las cosas que tradicionalmente representaba. Breward considera la alteración intencionada del traje entendido como una insignia de conformidad por parte de quienes están fuera de la élite patriarcal, es decir, los hombres y las mujeres homosexuales. El exceso en la moda se ha relacionado con el afeminamiento desde mucho antes del surgimiento del traje, pero aquí Breward analiza a los petimetres y macaronis “demasiado a la moda” del siglo XVIII, los dandies del siglo XIX y los neoeduardianos y los teddy boys del siglo XX, todos los cuales utilizaron la ropa como “arma de estilo”, cuando no como disidencia social consciente. Beau Brummell y Oscar Wilde son ejemplos de caballeros que cuestionaron las actitudes prevalecientes en la moda, Brummell ayudando a mover la moda hacia un estilo más sobrio y Wilde representó la rebelión estética contra la vestimenta convencional. Fuera de Gran Bretaña, Breward examina el Zoot Suit estadounidense como un signo sartorial de desafío a las normas raciales y culturales. A los diseñadores italianos Giorgio Armani y Gianni Versace se les atribuye el mérito de aportar una estética más suave y consciente del cuerpo al mundo de la moda masculina. Se ofrece una breve descripción general de la sastrería femenina, desde lesbianas y artistas que cooptan la vestimenta masculina como símbolos de subversión hasta Yves Saint Laurent que utiliza ropa formal masculina como inspiración para su perdurable línea “Le Smoking”.

 

El capítulo cuatro (“El traje y sus significados”) analiza la relación entre el traje y los árbitros estéticos de todas las épocas, desde pintores impresionistas, arquitectos y cineastas modernistas hasta diseñadores contemporáneos. A través de esta lente, Breward analiza el simbolismo del traje como un elemento necesario de la estructura social y la psicología de la vestimenta. La forma en que el traje proporcionaba una metáfora de la estabilidad y la civilización de un mundo moderno fue adoptada por quienes querían un sistema utópico de igualdad social. De esta manera la uniformidad del traje sigue siendo vista como un símbolo de modernidad. Los héroes de la pantalla muestran su sastrería hecha a medida, desde Cary Grant hasta un elenco rotativo de James Bonds. Diseñadores de ropa masculina como Vivienne Westwood y Alexander McQueen son considerados artesanos expertos en enfatizar la belleza y el atractivo de la sastrería tradicional, pero que también están interesados ​​en subvertirla y deconstruirla. Como dice Breward, la versión del traje en el siglo XX reconoce la “atrofia gradual de su antiguo poder como medio de cambio y control social”.

 

El libro termina con un breve tratado filosófico sobre el estado de la moda masculina actual, en particular cómo se cruza con los conceptos tradicionales (aunque en evolución) de masculinidad. Si bien la deliberación aquí es tanto una insistencia en que estamos presenciando un renacimiento de la moda masculina como también una determinación de que el traje durará otros 400 años, la atención está en los productores de trajes a medida y en las marcas de lujo globales, lo que tal vez no le interese a una mayoría de los lectores.

 

Si hay un defecto en este libro bien concebido es quizás que intenta hacer demasiado, tratando de abarcar demasiado material sin suficiente análisis. El libro examina casi seiscientos años de vestimenta masculina, prestando atención de manera impresionante tanto al auge del traje como a las reacciones en su contra. No es un libro que deba leerse cronológicamente, aunque si uno fuera nuevo en la historia de los trajes masculinos, si presta atención, ciertamente llena la mayoría de los vacíos. Debido a que su alcance es tan amplio, nos perdemos el comentario de Breward sobre la uniformidad en la vestimenta ligeramente “fuera de la caja” de la ropa de negocios, ya que solo menciona brevemente la ropa formal o deportiva, y cómo esos elementos del guardarropa masculino evolucionaron a partir del traje o son influenciados por él. Si bien el capítulo dos supuestamente trata sobre la diversidad cultural, Breward quizá aborda demasiado a la ligera las cuestiones de dominio cultural y colonialismo. Aunque menciona brevemente la raza en las conversaciones entre el Zoot Suit y los sapeurs congoleños, hubiera sido interesante saber si Breward considera el traje no sólo un símbolo de lo británico, sino también de la blancura. Es notablemente neutral en cuestiones de clase, promocionando a todos los diseñadores de ropa masculina más interesantes de la actualidad, pero sin mencionar realmente lo exclusivo que es este mundo debido a su costo. Si bien muchos admiradores del traje sin duda desearían usar trajes de Ozwald Boateng, Rei Kawakubo o Thom Brown, ¿quién puede darse el lujo de vestirse exclusivamente en este mercado de alta costura? Aunque hay un gran enfoque en la relación entre los trajes y la sexualidad, un tema sobre el que Breward ha escrito antes, no lo separa del todo de las cuestiones de género, donde hubiera sido interesante escuchar lo que pensaba de los hombres que no estaban fuera de la élite cultural heterosexual, pero que aun así querían vestirse con el garbo a menudo asociado con la extravagancia y, por lo tanto, la homosexualidad. Las mujeres con traje se muestran sólo en el contexto de lesbianas vistiendo como hombres o guiños de alta costura a la ropa masculina como sexualmente provocativa, con poca consideración dada a las mujeres modernas (las políticas, por ejemplo) que han adoptado la uniformidad del traje como un indicador de poder y estabilidad.

 

No hay duda de que Breward cree en la belleza inherente al oficio de la sastrería y en la longevidad de esta forma de vestir. Hemos esperado tanto tiempo por un libro de esta naturaleza que sólo podemos esperar que sigan más libros del mismo género de historia cultural que puedan ampliar las ideas funcionales y simbólicas discutidas por Breward.

 

 

Este artículo apareció originalmente en The Fashion Studies Journal 2 (2016). Se traduce con autorización de su autora. Traducción: Patricio Tapia.

 

 

El traje
Christopher Breward
Trad. L. Mosconi
Editorial Ampersand
Buenos Aires, 2023





 

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