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Una mañana con Annie Ernaux

El día del encuentro con Annie Ernaux hacía frío. Llevaba meses buscándola. Fui, pero sin fe. Durante casi un año lo único que recibí fueron negativas, del tipo “está cansada” “ya ha hablado de todo”. También preguntas como “¿quién eres?” “¿para quién trabajas?”, correos de attachés de presse que se acumularon para nunca ser abiertos. No me quedaba otra posibilidad que ésta, la de un festival literario destinado a todo el público, gratuito, al este de la ciudad, casi al borde de la periferia, de mi periferia. Lilas, La Chapelle la puerta hacia el 93, el departamento más poblado, denso y pobre de Francia. Donde no se necesitan credenciales. Allí, a pasos del periph’ - la cicatriz socio espacial parisina- la escritora normanda iba a inaugurar “Mot pour Mots” en el centro cultural La Villette. Era temprano, el primer sábado de junio, llovía y Paris se veía en blanco y negro, cubierto de humedad y de otras malas noticias. Las portadas de los diarios con fotos de la guerra en Gaza, las próximas elecciones para elegir a los representantes europeos, los ochenta años del desembarco en Normandía. En varios afiches el rostro de Jordan Bardella, sonriente, blanco, marcial. Con tan sólo 28 años es la nueva figura del ex Frente Nacional, el partido de ultra derecha, hoy Le Rassemblement National, originalmente fundado por Jean Marie Le Pen.



Madrugué para hacer la cola como todos los demás. El público de esta mañana lo componen mujeres. Uno de los pocos hombres que alcanzo a ver me dice que avance. Él espera a una amiga la que debe llegar con las reservas para la conferencia: “sin ella no puedo entrar, ya no hay espacio” me dijo casi murmurando, con cierta vergüenza. Escucho descargos contra el transporte público de los que vienen de los suburbios. Trenes que no pasan, metros que no avanzan. Paraguas que se pelean arriba de las cabezas, algunas aún con los rastros de esa vida detrás de las almohadas, de los lugares donde viven estas personas, rastros de sus intimidades, de sus luchas. Vidas, esas que al igual a la mía, vienen a escuchar a A. Ernaux, la escritora que ha hecho de su propia intimidad, de lo incontable, su propia materia. En la búsqueda de algo, todos nos dejamos empapar por los goterones y nos movemos según las indicaciones de los agentes de seguridad.

           

Guardé en mi bolso “Pura pasión”, me quedaban tres páginas para terminarlo. La cola se empezó a hacer cada vez más larga, más densa.  También más ecléctica. Jóvenes en cortavientos de colores, con un solo aro o varios, aún medio dormidos, rastros de maquillaje. Mujeres, muchísimas mujeres, otras más grandes, varias de ellas, con bastón. Yo tampoco estaba en gran forma, pero me dije “ya he esperado mucho como para no esperar un poco más”. Esta vez se trata de la escritora a quien he venido persiguiendo desde el otoño, sin éxito y sin confirmación. No es cualquiera, es la ganadora del premio Nobel, hablamos de la primera mujer francesa en obtenerlo. Un personaje del mundo cultural que hace sentido a una población en esta Francia en la que vivo, a los que no votaron por Jordan Bardella, ni tampoco por ningún otro. A los que les gustaría votar pero que tampoco pueden. A los que no son completamente de aquí, pero de otra Francia que se funde tal vez con antiguas colonias e idiomas, para mezclarse con otro Paris, lejano e inasible, la Francia de los pueblos, la de los territorios.

 


Vengar la raza

 

Y es que el premio que recibió Annie Ernaux llegó cuando se empezaba a discutir cambios de gran impacto social. Recién comenzaba el año 2023 cuando miles de franceses inundaron las calles para protestar contra la reforma de las pensiones, algo que resultaba clave para el segundo gobierno de Emmanuel Macron y que se venía incubando desde hacía tiempo. Transformaciones que aparecían algunos años después de uno de los mayores hitos sociales del último tiempo; fuente de investigación de toda la politología francesa y del mundo. De todo Sciences Po. Poco después que Macron llegase al Eliseo por primera vez, en el 2017, miles de personas empezaron a bloquear las carreteras, las entradas a las fábricas y las avenidas comerciales. Paris ardía cada sábado. Se trataba de los chalecos amarillos, los gilets jaunes; un grupo que a través de una indumentaria de emergencia encarnaba el profundo descontento y malestar de la clase popular. Reuniones y disturbios que se mantuvieron por meses y que solo la pandemia del COVID 19 logró calmar.

 

En apoyo a los chalecos amarillos, la escritora de “Una Pasión” y de “Los Años”, firmó, junto a otros intelectuales franceses, una tribuna que publicó en el diario Libération. En ella varios intelectuales apoyaban la insurrección de todos aquellos que salieron a protestar por un alza de la bencina, la que escondía, entre otras cosas, el deterioro sostenido del modelo de protección francés. Un rechazo a las políticas macronistas y su tecnocracia, el sello del nuevo gobierno y de un presidente calificado de beneficiar a los ricos. Como respuesta a los destrozos y frente al asombro de los dirigentes, la columna argumentó entonces “la violencia radica en las desiguales alarmantes que se viven en todos lados, desigualdades fiscales, en la escuela; desigualdades entre los barrios acomodados y los desfavorecidos”. Así fue como se llamó a una gran convergencia, más allá de los colores  partidarios y de las agrupaciones sociales, una que apoyara los esfuerzos de los chalecos amarillos,  los que empezaron a ser calificados como “la France d’en bas” ( la Francia de abajo ). Una Francia como la biografía de Ernaux, la que se refleja en su obra, la de los de abajo, los olvidados, los que nunca podrán o simplemente, no quieren pertenecer. Tras recibir el Nobel, Ernaux declaró a la prensa “escribo para vengar mi raza. En mi primer libro “Los Armarios Vacíos”, sin que fuera consciente, se encontraba ya definido, el tono y el lugar en el que situaría mi trabajo de escritura. Un aire social y feminista. Ambas cosas marcarían, desde entonces, el comienzo”.

 

Al mirar el teléfono veo que todavía falta más de media hora para que nos dejen entrar.  No hago la cola destinada a los medios sino que voy con el resto. Veo pasar a los acreditados por los grandes medios; Le Monde, Le Nouvel Observateur, L’Express, etc. Por la Municipalidad de Paris, los patrocinadores del encuentro literario. Con una expresión de sorpresa, miran a los que esperan como quien observa algo a través de un microscopio, pasan los journalistes y el resto. Ellos y yo. En ese espacio, el que dejan las personas entre medio de otras en una fila, tal como en la vida, observo a los lectores de Ernaux, sus expectativas reveladas en sus rostros. Varios llevan sus libros para que los firme. Sylvie - se su nombre porque acabo de escuchar a alguien nombrarla así por el altavoz de su celular- espera a unos amigos. Hace un gesto extraño, un soplido de cansancio que se mezcla con resignación. Cuelga. Me pregunta si tengo reserva, le digo que sí, me dice que le sobra un ticket, que si acaso lo quiero. Respondo que tengo uno, merci madame. Se lo entrega al hombre que hasta hace poco no sabía si podría entrar. Nos descargamos contra el tiempo, la lluvia, el cambio climático, y luego contra todas las guerras y la imposibilidad de que se terminen. Se evapora tanta formalidad, dejamos atrás el madame, el vous y pasamos al tú. Queda bastante para que abran la sala.



Me quedo pegada en el pin abrochado en su bolso, el que lleva cruzado cual estudiante donde se lee Mayo del 68 y el dibujo de un puño levantado. Imagino a Sylvie, en la misma estación, en primavera, hace más de 50 años, recién egresada de alguna facultad, protestando, discutiendo, haciendo huelga. En una cola como ésta, para entrar a una cantina universitaria, aterrizando en Paris luego de pasar su infancia en un pueblo del norte proletario. Su pelo blanco, su sonrisa, su manera de construir las frases, estoy segura de que es profesora. Me aventuro, le pregunto: contesta que sí, que lo fue, pero que hoy está jubilada. Hay un silencio, un silencio de esos por los que pasa la información esencial. Me pregunta por mi acento y sus ojos se iluminan frente a las consignas y sueños de antaño, un país de Sudamérica, un presidente, bombas en un día de septiembre. Mientras caen los goterones de lluvia, me mira y reflexiona en voz alta “envejecer no tiene nada de interesante, sabes?, es una mierda”. Más silencio, creo que debe tener algunos años menos que Annie Ernaux. Y así, como ella, hay, adelante de mi cuerpo, inclinándose para apoyarse en algún vidrio, otras mujeres, otros cuerpos, quizás otras profesoras, otras enfermeras, otras obreras cuya propia gravedad incomoda. Así y todo, están allí esperando bajo la lluvia, un día sábado cuando ronda la incertidumbre. Asiento con la cabeza. No tengo sesenta años todavía pero también me cuesta estar parada. Me pongo a pensar en lo que me acaba de decir, quizás he pedido demasiado. He querido entrevistar a una escritora de ochenta y cinco años que ya habló con todos. Qué difícil es pensar en preguntas que no se hayan hecho. Qué incómodo es entrevistar a alguien, llamar, presentarse. Un juego performático, artificial. Es mejor estar en una fila y observar a los que viven esperando.

 

 

Vivir para escribir

 

Pienso en “Pura pasión”, en esa historia tan real, de tanta lucidez y verdad. En ella, Annie cuenta lo que vive tras conocer a A., un diplomático de un país del este de Europa, que vive en Paris y con el que mantendrá una relación vertiginosa, inexplicable, con quien se unirá en la carne y en las palabras de Ernaux, en la vida de ese momento único y absoluto. Es el poder del deseo que cruza casi toda su obra. “Si no lo escribo es como si no lo hubiera vivido”, la acción de escribir como una forma de elaborar. Una pasión con un hombre casado que se esfumará tras un año de relación. La escritora entra en la necesidad de contarlo, de compartirlo y liberarlo, casi como un manifiesto. Una versión bastante menos edulcorada de Anna Karenina, más a tierra, sin idealización. El día previo a la conferencia me encontré con una entrevista en Youtube, donde un periodista, allá por los noventa le pregunta a Ernaux si acaso este relato tan descarnado, tan sexual, le provoca vergüenza. Sin titubear le contesta que no, tampoco se siente ofendida.

 

Empieza a correr esta fila eterna, en medio de la lluvia, las preguntas y el frío. El auditorio está iluminado y en silencio. Dos sillones individuales visten la sala. La espera se diluye para pintar un cuadro por el que transitan técnicos, cables, encargados, saludos. La escritora aparece vestida de negro, su melena un poco más oscura que en la portada de sus libros. Admiración general. No hay artificios en Annie Ernaux, es la misma protagonista de su propia saga, sin aspavientos ni extravagancias. Al frente de ella, el periodista confiesa lo difícil que es encontrar un ángulo nuevo.

 

La audiencia parece encandilada. Annie comienza a hablar de un viaje que ha hecho una y mil veces, a Venecia,  ciudad por la que tiene predilección. También de sus andanzas como fille au pair en el Reino Unido. De sus incontables invitaciones a Egipto, a Brasil, a Japón. Cuenta que ya perdió el interés por esos viajes, todo cambia cuando estos adquieren la forma oficial, una forma que no le interesa, donde se la venera, donde nada es como cuando tenía 20 años y era Annie, cuyos padres tenían un café al que iban los marineros en un pueblo de Normandia. A veces se la ve incómoda, en otras, imagino a una tía política, cercana en sus palabras, pero aún así distante, a una tía que vi tan solo una vez, pero cuya imagen se me quedó grabada. Una tía a la que todos dejaron de ver por tener ideas que las demás no compartían, por querer ser otra, la que lo dejó todo por dedicarse a lo único que quería hacer. “La única voluntad que tuve fue la de escribir”. Sus ojos se quedan mirando el suelo, en un gesto indefinido y volátil que la audiencia recoge para que no se pierda.

 


Epifanías

 

Grégoire Leménager le pregunta a propósito del documental  “Los años Super 8” (2022), realizado por su hijo David Ernaux-Briot y donde la mayoría de las imágenes fueron tomadas por Philippe Ernaux, el exmarido de la escritora. De todos los lugares recorridos, hubo uno que la transformó: Chile. Ella, junto a su marido, formaban parte de una comitiva que partió al encuentro del Chile de la Unidad Popular y de Salvador Allende. “Estaba en una población, vi a la mujer en la que me había convertido. Una mujer falsa, no era yo. Y esa mujer, nueva nació reflejada en esa imagen del Chile de Allende. Tengo el recuerdo, allí en Chile, de ver delante de mí esa materia, el poder de esa traición, de lo que uno es y luego, en lo que uno se convierte y abandona. Por eso Chile tiene una importancia fundamental en mi escritura. Todo cambió para mí en ese viaje. Fue crucial”. Instante de suspensión, de asombro, de emoción. Imágenes, las mías, de un pasado y de una historia, que se mezclan con las de Annie, con sus párrafos y reflexiones, con las de la fila y los personajes de esa mañana, con los barrios por los que transito, las tensiones del país que dejé y del otro en el que vivo. Migraciones, muchas, heridas…Un momento en donde ciertas cosas convergen, hacen sentido, vuelven a aparecer.

 

La escritora advierte sobre los peligros de la extrema derecha en Francia. Habla sobre su edad. Sobre la posibilidad de que la juventud- esa que ha ido a escucharla esta mañana- pueda cambiar los destinos.  De Francia y tal vez de Europa. Dice que hay que seguir luchando por la libertad, la libertad de las mujeres, de sus cuerpos, de sus deseos. Por la justicia social.

           

No he podido entrevistarla. Todavía. Apagan las luces. Su hijo y otras personas la rodean para evitar ser abordada. Si bien no hay dedicatorias, ni cuarto de hora para las preguntas y respuestas, un par de certezas quedan instaladas. Para consolidar lo vivido esta mañana, se me hace necesario y muy vital, el tener que escribirlo. Mi encuentro lejano con Annie Ernaux está lejos de ser una entrevista. Y sin embargo, siento haber accedido a una especie de verdad…algo superior y bastante poderoso en los tiempos que corren. De paso e, inesperadamente, también descubro que no sólo accedí a una parte de ella y de lo que impregna su escritura, de esa materia como ella la llama. Al mismo tiempo, con o sin buscarlo, conocí más, mucho más, sobre mí.

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Fotos de Annie Ernaux @ : Francesca Mantovani - éditions Gallimard


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