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Variaciones limbo

Exposición en torno al canto IV del Infierno de la Comedia de Dante Alighieri: dibujos, pinturas, videos, fotos, performances, instalaciones sonoras.

8 de Octubre de 13.00 a 19.00

Parque de la estación: Juan Domingo Perón 3326 - Buenos Aires



Variaciones limbo es un proyecto colectivo que surge de la lectura de la Comedia de Dante Alighieri. Durante un año nos hemos juntado a leer los cantos de la obra del poeta italiano. De esos encuentros surgió la necesidad de pensar el canto IV, el que describe el Limbo. Allí, se dice, son arrojados aquellos que viven “en el deseo sin esperanza”. Esa condena, creemos, es la nuestra. Vivir sin esperanzas: nuestro presente neoliberal. El texto que sigue (que forma parte de un libro venidero) y la muestra artística, intentan darle forma a esa condena en las que vivimos ajenos a toda salvación.


Una ética del deseo, el deseo de una ética

Hay una recurrencia. Nos juntamos porque nos reconocimos dispersos. Una extrema voluntad de reunión ha sido necesaria para que los encuentros se produzcan sin detenernos. Una voluntad tan impersonal como propia e íntima. Una fuerza se dispuso para sostenernos en un umbral que nos asegura una distancia precisa.


Un largo poema nos mantiene entre-tenidos. Un libro no es menos excusa que cualquier otra para asegurar que la dispersión se mantenga sin temores. Se come, se bebe, se ríe con un libro. Y también se lee. Entonces surge una amistad. No se inventa nada. Lo que hacemos ya fue hecho muchas veces. Alrededor de un libro se repite el mismo ritual que nos hace pertenecer a una larga tradición. Un pequeño afecto de libro. Un afecto de lectura. Tal vez ese afecto (decimos amistad) es el que permite la reunión que asegura a los que se encuentran en el movimiento que los aleja. A los que se di-vierten. Nos juntamos sin ninguna certeza excepto la que nos anuncia que permanecemos así, distribuidos en una excentricidad alrededor de un canto ajeno. Una extraña persistencia que se repite con la alegría de los que corren a resistir en su diáspora. Al fin y al cabo, lo que somos se expone siempre en el riesgo de confrontar aquello que deshace nuestros documentos. Ni siempre ni todos. Se pasa por una casa con los pies ligeros. Con la autoridad de los que no tienen familia. No somos todos los que estamos aquí. Los que han pasado, los que se han ido, los que ya no están, los que no han vuelto fijan su ausencia. Aquí se disipan los cuerpos concentrados, con una levedad que conocen las sombras, los espectros. Sin la obligación de coincidir. Sin la presión de cojuntarnos. Se realizan aquí promesas que no se cumplen. Se invocan aquí deidades en las que no se cree. Se lanzan aquí conjuros que no se destinan. Se avanza bajo la apariencia de una lentitud extrema(si la velocidad fuera una medida que estableciera el ritmo para una lectura que quiere repetirse). Es una lectura que por momentos dura sin devenir. Lecturas que duran en el silencio de los que miran hacia otro lado; en los que hablan de otras cosas; en los que piensan en otros libros.


Platón le tenía terror a esos cantos que crecían sin límites: ninguna verdad podía surgir de esas voces que magnetizaban. Ninguna verdad podía surgir cuando el que canta y el que escucha se dejan perder en el interior de una voz que los conmueve.


Escribimos para acompañarnos, no para convencernos de algo sino como una forma de persistir, de fugarnos sin irnos lejos, de seguir aquí, en una ochava de Céspedes y Giribone. Lo que sigue son párrafos degenerados. Nuestro tema es el limbo y nuestro principal referente es aquel que Dante nos invitó a cantar y que desde tiempos inmemoriales nos junta para entre-tenernos.


Nuestro presente: persistencia del limbo

Escribir es interpretar aquello que no hemos leído. Interpretar es leer aquello que no estaba escrito. Escribir a partir de la Comedia es hacer trampa. En un mundo donde lo sagrado envilece, donde la unción de las fábulas envejece, donde las fuentes de asombro son cada vez más terribles o tenues, los versos de Dante persisten frescos y precisos varios siglos después de haber sido compuestos. Seguimos escuchando un canto. Esto es, nos sigue llegando la fuerza de una melodía que nos obliga a pensar en otras cosas, en otras formas, en otras direcciones: tal vez, aquella que se dirige a nuestro presente para activar en él los limbos que insisten en los momentos y en los lugares más diversos: en el espacio digital (aprendemos que en el mundo automatizado de los algoritmos, lo que queda de los cálculos infinitesimales, esos números que no tienen forma entera, se arroja a un espacio que se llama “limbo digital”: lugar en que los números no tiene potencia, no actúan y no sirven para ningún intercambio); en el tiempo austero de los desplazados (en el limbo son arrojados los “sin tierra”, los que no tienen lugar ni en el infierno ni en el cielo, los que pese a no tener culpa, no forman parte en la distribución teológica de dios: ¿y no es el neoliberalismo, una especie de limbo en que sin importar nuestra virtud, sin importar qué hagamos, somos siempre arrojados a una tierra colmada por la falta de esperanza?); en el silencio momentáneo de una imagen que se va borrando (salvo algunos nombres que el poeta indica, el limbo está poblado de rostros difusos y anónimos que ignoran el castigo del que son parte) … El limbo sería así una especie de precursor: no solo aquello que se adelanta y nos anticipa, sino también, aquello que acelera los procesos, las mezclas y propicia las explosiones. El limbo como precursor de nuestra existencia actual… de lo que estalla en nosotros y de lo que se disuelve en otras mezclas… El limbo como ilusión. A pocos autores se les puede reconocer semejante mérito: Shakespeare, Cervantes, tal vez los tres grandes trágicos y los dos padres de la filosofía. Cada quien podrá sumar o restar algún nombre a la lista, pero no son muchos los que extraen de su singularidad una fuerza que nos sigue convocando. Y aquí estamos, entonces, eligiendo un campo con la seguridad de un tirador que apunta al piso. Desde luego, el interés que genera la Comedia no constituye un crédito o una garantía en favor de este libro, pero nos deja con la tranquilidad de que al menos lo justifica como cordial invitación a su (re)lectura. Digamos que escribir implica una tensión extraña que tanto borra tanto repone aquello que se ha leído. Y que no hacemos más que versiones. Variaciones que se alejan tanto como pueden de aquello que los excusa. No escribimos sobre la comedia sino desde la comedia. A través de la inquietud que permanece en su lectura. A través de la inquietud que, en su lectura, conmueve nuestro presente


La impropiedad de las faltas: la condena de los que no tienen culpas

Como señalamos, tampoco hemos tomado como disparador toda la Comedia, solo aquellos cantos sobre el limbo y, en particular, desde luego, el cuarto del Infierno. En el primer círculo del averno de Dante, el limbo contiene a las almas de los nacidos antes de la Proclamación de la fe, a los muertos antes del bautismo. El limbo es allí un prólogo donde residen los antiguos virtuosos, cuyo único pecado es impropio, tal vez el único radicalmente impropio: el original. Tal vez, el único también que, desposeído de toda propiedad, nos pertenece a todos: el pecado colectivo que nos reúne y nos sigue cantando: aquel por el que somos expulsados de cualquier promesa. El pecado que nos retira de la promesa. Allí las almas están condenadas a transcurrir sin ascender, a seguir privadas del orden divino (San Agustín ya definía en sus Confesiones al mal como simple privación del Bien). Almas que no fueron liberadas del pecado de haber nacido. Más allá del poema, en general el limbo es un estado inquietante y desde luego su significación excede a su expresión toscana.¿Quién no se sintió así, alguna vez? Estancado sin razón. Privado sin culpa. Destinado sin elección. Detenido en el movimiento. Abandonado. Una sobra. Ni libres ni esclavos:más bien como ausentes de todo: des-afectados. En un mundo donde las religiones han retrocedido, la ciencia coquetea con el divague y la fantasía, y la técnica produce espectaculares verosimilitudes sin un gramo de verdad, el limbo parece el único destino de quienes viven de acuerdo a sus convicciones sin estar lo suficientemente sujetos a una Verdad, al menos no como para acabar condenados a cielo o infierno alguno. El limbo no es ni bueno ni malo. Ni de los buenos ni de los malos. Es lo que nos queda. Una ética de sí (¿Dante lector de Spinoza?). Tal vez la única ética que vale la pena seguir afirmando: aquella que no se inmola en pos de una moral que nos trasciende ni se sacrifica en la búsqueda infructuosa de una nada a la que ya pertenecemos. Una ética que dice un Sí que no conoce otro límite más que otra afirmación(inevitable no citar aquí a esa otra cantante, Clarice Lispector para quien “todo en el mundo comenzó con un sí. Una molécula le dijo que sí a otra molécula y así comenzó la vida”). Ni siquiera la muerte -ahora como mero fin de la vida- parece suficiente para dotar al presente de un sentido y dirección precisas. Insidiosamente se cuela entonces una pregunta, una duda, una cuestión: ¿no será que aquel presente que vivimos y que nos retiene en los bordes de su (des) gracia constituye el limbo del que ya nada ni nadie puede escapar? Tenemos el deseo de algo más, sin la esperanza de alcanzarlo. El espectro de quienes habitan el limbo es amplio. Porque sabemos que siempre estamos habitados por algunas sombras que nos hacen actuar, que actúan en nosotros. Sabemos que solo recordamos eso que nunca nos sucedió:que la experiencia de lo que nos pasa es algo más que eso que nos pasa. Y sabemos que algo nos pasa, que algo nos está pasando…


Nos preguntamos, mientras escribimos este libro, mientras leemos este canto, si es necesario abandonar el limbo, si es posible, y si lo fuese, cómo. ¿Abrazar el deseo de trascenderlo, mientras se trasciende la esperanza de que suceda? ¿Aceptar la incertidumbre, la penumbra de lo sagrado y avanzar sin misión? Tal vez haya que dar con suficientes fragmentos desacralidad inmanente, de verdad singular, como para legitimar una posibilidad de estar en el mundo. Quizás se trate de hacer de cada accidente, de cada decisión, una necesidad. ¿Este accidente, lo necesario? Es decir, quizás no es preciso salir. Sino persistir en lo que nos retiene en este sitio del que se borran los límites que lo sostienen. Este sitio: al mismo tiempo el lugar en el que estamos y la fortaleza que nos encierra (¿Dante lector de Kafka?). Afirmarse en el sitio para salir de él. Para seguir en él. Para sitiarnos. El limbo como estado de ánimo. Como sitio del ánimo.


Cualquiera de estas vías requiere haberse dado, haber recibido, alguna iniciación. Y ya no hablamos de culpa, ni de cristianismo, solo de progresiones de la diferencia. Iniciarse es darse un comienzo, cruzarla línea de largada, trascender el limbo.

Imaginamos rituales para trascender la ignorancia profana, las veces que sea necesario, con la actitud de quien fabula o recuerda un libro en un mundo sin letras. Escribimos las siguientes páginas para sembrar nuestras sospechas, para regar ajenas. Quizás el suspenso crezca y florezca un misterio del que seamos dignos.

Escribimos para perpetuar el sitio de la casa Céspedes: un lugar de recuerdos sin memorias.


Che sanza speme vivemo in disio. (Mitre quiere: y el castigo es desear, sin esperanza). Así describe Dante -en el Canto IV del primer libro de su Comedia- el modo de estar en el limbo. El limbo: el primer círculo del infierno, o quizás no. La antesala que revela el ingreso al inframundo. Aquí yacen condenadas las almas de quienes vivieron con virtud pero murieron sin haber sido liberadas del pecado original. Responsables de una falta ajena. Dante llenó este lugar de suspiros, tinieblas y la indiferencia de anónimos y grandes poetas, pensadores y políticos de la antigüedad. Sombras entre sombras. Allí padecen de la privación de la mirada de Dios.


Un horror tranquilo, así, afirmó Borges, debe entenderse la experiencia de ese limbo, aquella que todavía nos es posible sentir. Un horror que se repite y se revela como culpa sin causa. Así permanecen, abandonados en un límite que los retiene. Como ellos, hoy estamos en un estado de exilio. Nuestro presente es un sitio que nos resulta ajeno. Nos dirigimos hacia un destino impropio. Estamos hechos a imagen y semejanza de una ausencia, somos ausentes, somos presos de una apatía cuyo origen desconocemos.


La obra de Dante fue objeto de sucesivas interpretaciones y miradas: Baudelaire, Boccaccio, Borges, Botticelli, Eliot, Fersen, Mitre han ofrecido sus variaciones. El ejercicio que ellos consagraron se sigue repitiendo. En esta muestra hemos reunido las interpretaciones de Gonzalo Aguirre, Roly Arias, María Barros, Alejandro Bovo Theiler, Ulises Collazo, Martín Córdoba, Gerónimo Córdoba, Gonzalo Elias, Rosario Ailin Espinoza, Adriana González García, Sofía Granel, Matías de la Guerra, Javier Ignacio Jacob, Bruno Juliano, Mauro Luno, Mauricio Molina, Joaquín Panisse, Rígel, Alberto Romano, Pablo Rosa, María Salgado, Belkys Scolamieri, Tatiana Vallejo, Santiago Vilanova y Federico Winer, para expresar en sus múltiples variaciones la experiencia de esa ausencia que sigue siendo la nuestra.


Hernán Ulm & CA Kessel







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