Viento por las ventanas
Algo pasa siempre en las ventanas. O por las ventanas.
Macarena García Moggia lo sabe bien. Escribió hace algunos años un libro llamado Aldabas, ese objeto situado en otro umbral, la puerta, que sirve para anunciarse, también para cerrarla. En esos poemas aparecen varias ventanas, siempre significativamente. Leo uno:
de noche cansada
pone la tetera
enciende el televisor
recoge papeles tirados
se desnuda
se mira en el reflejo
de otra mujer
en la ventana
En otro momento, en una escueta lista de cosas esenciales, se alude a “una ventana / en caso / de emergencia”. Conoce muy bien, quiero decir, Macarena García la emergencia, la importancia ventanera, el trailer del abismo que puede ser toda ventana, las lejanías que pueden remarcar y las apariciones que pueden propiciar, como la de esa otra mujer profunda del poema que recién leí y en cuyo reflejo quien escribe se confunde, se anhela, se quiere quizás ir. Hay también una puerta que en ese libro constantemente alguien intenta abrir y en un pasaje, que no reniega lo cómico, “el viento / la cierra en su cara”. Quisiera retener ese viento unos minutos. Guardarlo ventana adentro.
En La transparencia de las ventanas, el libro de ensayos que Macarena García acaba de publicar, las ventanas parecen ser el centro. Y lo son. No describiré el contenido de un libro que quizás ya conozcan o que en caso contrario me limito a recomendar entusiastamente. No vengo a comentar un índice. Hay en sus páginas pinturas y fotos y obras notables glosadas con fino arte hermenéutico y la destreza narrativa que por su novela Maratón ya conocíamos. Menciono especialmente “Una última oscuridad”, ese cuento perfecto que Macarena compone en torno a las pinturas de Mark Rothko.
Pero aunque las ventanas son el centro, este libro es elusivo al asumirlo o reconocerlo. Su asunto se desliza cuando lo intentamos asir, como ventana corredera. No fija su objeto. El título, de hecho, es La transparencia de las ventanas. Pero también podría ser su falta de nitidez, su opacidad. Como sea, no creo que la transparencia de las ventanas ni su contrario sean el asunto central. Ni siquiera las ventanas mismas, habiendo tantas. El subtítulo, de hecho, corrobora el punto: ensayos sobre la mirada, dice. Ah, se trata entonces sobre cómo vemos, o sobre cómo ver, o sobre cómo hemos visto. Sí. Pero no. Mi impresión, casi convicción, cuando leí por primera vez este libro, es que se trataba sobre todo de la luz.
De la que pasa a través de las ventanas, de la que no pasa, de la que pasa a medias y se diluye y de la que desde ellas sale hacia el exterior. De la luz que queda en el gran arte y en los poemas y prosas destellantes que Macarena recolecta. Pero si bien esta es una idea que podría sostenerse, creo que no es reductible a esa tesis el libro. Ni a ninguna porque no es un libro de tesis. Está libre de esa cerrazón, de todo óxido en sus goznes. Es un ensayo, piensa al andar, no agota lo que aborda. No hay cerrazones, sí cortinas que atraviesan el umbral y desbordan del interior al exterior. Traspasan el límite. De límites y traspaso de ellos, o del rebote que es todo reflejo, de hecho, podría decirse también que trata este libro. Pero no es la idea que yo tengo.
Hay aspectos ventaneros de los que poco se habla en estas páginas, como el ruido que se cuela por las ventanas o que estas bloquean: poco se dice de esto, digo, aunque algo se dice, sobre todo en el final de deriva chilena, porteña y personal. De lo que se dice aún menos es del aire que circula por las ventanas. Del frío que entra o el calor que invade –ahora que existe el termopanel, eso es cuento viejo, pero quienes crecimos en casas con chiflones sabemos que toda ventana implica una fuga y una invasión de aires. Y esa elusión es una gran inteligencia del libro, porque no se habla de aquello de lo que se trata.
Eso es lo que quería decir. Que este conjunto de hermosos ensayos, o este hermoso conjunto de ensayos –porque el conjunto encanta–, trata sobre las ventanas, sí; sobre la transparencia de ellas y su contrario; sobre la mirada; sobre la luz; sobre el límite como espacio; pero más que nada trata del aire, del viento, ese que quise traer desde un poema de Macarena hoy para acá. Ese viento que cierra una puerta, dice el lugar común, también puede abrir ventanas. Que es lo que acá hace en varios planos.
Es la escritura la que pone el aire en movimiento en estas páginas; las palabras se baten y deslizan como ventanas para que circulen corrientes que oxigenan el pensamiento y lo incitan y alegran: estos ensayos son un aire cálido que viene de la boca que habla, un viento fresco que surge del movimiento ágil y ligero de las palabras que lo componen, una brisa que brota de un tono que permite el curso de una respiración serena, de alguien que piensa sin sofocar su objeto, no hay pestillos en estas páginas, tampoco alarmas, ni rejas, sólo ventanas que se abren y conectan y airean o se cierran y guarecen, según. Es un libro hospitalario. Sabe convidar. Leemos y a veces es sólo un soplo el que sentimos, como en el hermoso prólogo donde se presenta la ventanera que nos acompañará, mostrando sin guiar, a través de las páginas del libro; a veces en cambio es un ventarrón, como el de sus análisis recios de Duchamp o de Boilly; a veces un suspiro, como en su lectura de la luz en San Juan o San Agustín; y a veces una brisa, como en las contadas notas autobiográficas que quien narra se permite dejar entrar, como hojas que se cuelan ventana adentro.
Hace todo eso, y más, este libro, que es muy instructivo, pero nunca pedagógico, que evita todos los cerrojos en que un libro de foco tan preciso podría incurrir. Una exhaustividad de bostezo, por ejemplo, una previsibilidad de catálogo. Y eso que García se muestra como una atlética cazadora de vidrios enmarcados en la literatura y el cine, en la pintura y el pensamiento. Pero nada pesa en exceso. Este es, en ese sentido, un libro de hojas bien afirmadas y de bisagras bien aceitadas, que no crujen ni se descuadran nunca; y si tocase apostar, yo diría que todo el ensayo es más bien un gran ventanal en construcción, listo y bien sellado para el caso de la publicación que acá nos reúne, pero proyectable en el sentido de obra abierta, irremediablemente en curso, un magnético work in progress –un magneto–: este libro al final no se cierra, se abre. Y eso nos deja en un aire festivo o promisorio, como el que muchas de las ventanas más importantes de nuestras vidas implican, porque tanta ventana (no así las ventanillas, que suelen involucrar calvarios) es siempre eso, una promesa: de amanecidas, de visitas, de salidas, de imprevistos. César Vallejo conoció a su amor por la ventana.
Una última cosa. Cuando pensamos en ventanas, sobre todo leyendo el libro de quien antes ha escrito sobre hoteles, aldabas y puertas, pensamos ante todo en casas y habitaciones. Como esa de Eduardo Vilches que Macarena García nos comparte en textos e imágenes bellísimas. Pero yo, perdón por la nota personal, siempre pienso primero en ventanas de autos, buses y trenes. En las novelas que más quiero (nunca olvido a Levrero asomado en Burdeos por la trasera de un bus viendo quedarse atrás para siempre al que suponía el gran amor de su vida), hay tantas o más ventanas de vehículos que de inmuebles. Perdonen estas palabras feas, vehículos, inmuebles. Lo que quiero decir es que estas ventanas que Macarena analiza en el cine, el arte y la poesía suelen ser de casas, pero entonces su libro es una minga porque todo el tiempo se siente un movimiento, el de lo vivo, y quizás por eso cuando termina cada capítulo sentimos la detención, como la señalada en otro poema de Macarena –vuelvo a Aldabas– que no parafrasearé, sino que leeré y así termino:
el sonido del agualluvia
golpeando el parabrisas
de un automóvil que se detiene
a una cuadra de llegar.
esperar la caída de la noche
llorar la noche por un día.
Vicente Undurraga
*Texto leído en la presentación de La transparencia de las ventanas, de Macarena García Moggia (Editorial UV), en la librería Escorpión Azul, el 22 de septiembre 2022.
La transparencia de las ventanas
Macarena García Moggia
Editorial UV
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