Vivir como entretenimiento
“Para mí, la vida es como una posada del camino,
donde debo demorarme hasta que llegue la diligencia del abismo.”
Fernando Pessoa, El libro del desasosiego
Quizás, en el fondo, todos los humanos hacemos lo mismo una vez solucionados los problemas de supervivencia: buscar una manera de entretenernos mientras vivimos.
Quizás nos damos demasiada importancia, nos tomamos el vivir demasiado en serio y no seamos más que simples seres que, al igual que una planta o un tigre, lo que hacemos es vivir un corto período de tiempo entre el nacer y el morir. Y que solucionado el problema de la supervivencia buscamos algo para no aburrirnos.
Quizás fue esto lo que pensó el escéptico Montaigne cuando se puso a escribir, haciendo del ensayo una manera interesante del entretenerse. O Nietzsche, antes de caer en su delirio del superhombre, en el comienzo de su texto “Verdad y mentira en sentido extramoral”, hablando de lo insignificantes y soberbios que somos los humanos.
También lo planteaba John Stuart Mill en su defensa de las libertades individuales y su crítica al paternalismo del Estado, cuando decía que dejen a cada cual entretenerse a su manera. Lo que él proponía era la defensa de la libertad de los modernos, frente a la libertad de los antiguos, que sostenían el derecho a participar en los entretenimientos colectivos, empezando por la política. Quizás es esta la libertad de los modernos. Lo decía Freud en El malestar de la cultura: que a través del sexo y el amor –o de lo que somos capaces de sublimar desde nuestras pulsiones– podemos encontrar formas de entretenimiento que nos permitan si no la felicidad, una vida aceptable.
Quizás quien mejor lo ha planteado en la filosofía contemporánea sea Clément Rosset. Lo que él decía era que la vida era sencillamente algo idiota. Algo idiota para los humanos que tenemos la manía de buscar sentido a lo que no lo tiene. Ya lo advirtieron antes el existencialismo francés de Jean-Paul Sartre y Albert Camus. Sartre no lo soportó y cayó en las ilusiones del sueño comunista. Camus se mantuvo más coherente y propuso la rebeldía, algo patética, de Sísifo. Pero Rosset lo enfocó dándonos a elegir entre lo ilusorio y lo imaginario. Lo ilusorio es lo que hizo Sartre y todo tipo de religiones: el sentido a través del autoengaño. Lo imaginario, por su parte, es transformar lo idiota en algo interesante, es decir, entretenido. Nos entretenemos escribiendo, dedicándonos al trabajo, a la familia, con el sexo o el deporte. Eso sí, sin preocuparnos por la supervivencia. Y que no nos digan cómo entretenernos. Lo cual da una dimensión ética y política al entretenimiento.
La dimensión ética del entretenimiento pasa por encontrar una manera singular de hacerlo. No entretenernos de manera mimética ni como nos han dicho de pequeños que deberíamos hacerlo. No aceptar el poder pastoral de los viejos y nuevos curas. Que no nos diga el Estado cómo administrar nuestra vida, con lo que pasamos al aspecto político. Pero sobre todo defender el derecho universal a tener las condiciones materiales dignas para evitar la preocupación por la supervivencia. O de cosas peores, como la guerra. Hablar de la guerra nos permite diferenciar entre buenos y malos entretenimientos. La guerra es un mal entretenimiento porque es destructivo, porque se basa en la violencia, en el daño al otro. Hemos de saber entretenernos de manera civilizada, cívica, conviviendo con los otros, evitando hacer daño. Esto lo justifico desde algún sentido común que pueda resistirse a las ideologías, desde esta “humanidad” de la que hablaba Confucio. También Hume en nuestra tradición occidental.
Michel Foucault proponía “una estética de la existencia”, hacer de la vida “una obra de arte”. Quizás fuera una manera algo pedante, o un poco pomposa, de decir lo mismo que digo aquí. Por esto lo criticaba Pierre Hadot, quien se tomaba la vida demasiado en serio como para verla como un mero entretenimiento. Foucault entiende que hay una responsabilidad hacia el otro a partir de una apertura a su sufrimiento, a tener una sensibilidad que nos haga reaccionar frente a lo intolerable.
Las sociedades liberales nos permiten, en principio, entretenernos a nuestra manera. Lo que no hacían las sociedades tradicionales, ni hacen las dictaduras. Marx ya apuntó que, para ser coherentes con esto, hay que solucionar los problemas materiales de todos y acabar con el trabajo alienado. Lo primero desde ya; lo segundo es más complejo. Foucault acaba siendo políticamente muy escéptico y aceptando el liberalismo como mal menor. En todo caso, huyamos de los engaños del neoliberalismo, que no garantizan los derechos materiales de todos y que nos quieren manipular con un modelo de entender la propia vida como una empresa, es decir, con un entretenimiento al servicio del mercado. Y huyamos también de los fundamentalismos, que se toman la vida demasiado en serio y no dejan vivir en paz.
Quizás sea, pues, ésta la cuestión: entretenerse dignamente con los otros. Que no es poco.
Luis Roca Jusmet