Voces en movimiento [Fragmentos]
El derecho de decir yo soy
Nasaria Navarro, 59
Mi vida en República Dominicana era muy feliz, muy hermosa. Vine por vacaciones a Chile, pero me gustó y me quedé. Yo estaba separada del padre de mis hijos. Me vine trayendo a mis hijos uno por uno. Tengo cuatro hijos y ocho nietos. El único varón que tengo vive en Japón, a él me lo traje antes de un año, porque no requería visa y duró dos años aquí. En Argentina estuvo como cuatro años, volvió a República Dominicana y luego se fue a Japón. Una hija está en Dominicana, otra vive en Santiago y en Punta Arenas vive conmigo la más pequeña.
Uno dice voy a probar suerte en otro país y se queda tirando aventura. Desde que yo regresé a Chile me hicieron mi contrato y a los tres meses ya tenía mi carnet. Antes no había tanto requisito para hacer los trámites, aunque se demoraban más tiempo en darte la definitiva. A mí me la dieron como a los cinco años y tanto. Yo trabajé en distintas partes, tenía distintos contratos. Al principio conseguí un trabajo en un hotel y como a los tres días me hicieron un atraque a mano armada. Después trabajé en un restaurant.
Cuando vine a Chile el 2010, no había que buscar visa, el que entraba, entraba legal y podía buscar alguien que le hiciera su contrato, pero no había tanto inmigrante como últimamente. Yo no estoy de acuerdo con la gente que viene por detrás, como decimos nosotros, con la gente que viene por pasos no habilitados, porque son muchas las vidas que se han perdido. No es justo que pase tanta gente, les quitan el pasaporte y les cobran por todo. Espero que hagan algo ahora que se ha perdido tanta gente. Ningún migrante viene de gratis, porque pagamos impuestos, venimos a trabajar. Pero al cruzar así, las mujeres se arriesgan a que les roben todo o las violen.
Hay muchas mentiras sobre nosotros, porque mi hija trabaja en un lugar donde hay solo inmigrantes, son todos colombianos y ella es la única dominicana, pero llega un chileno a trabajar y deja el trabajo botado. Nosotros los inmigrantes conseguimos un trabajo y sí o sí tenemos que hacerlo. Nos explotan como quieren. A diferencia de los chilenos nosotros no tenemos una casa, por lo que estamos obligados a trabajar. Una vez me estaban arrendando una habitación en 150 mil pesos y no me mudé, pero cuando le busqué una chica chilena él se la dejó en 50 lucas, entonces ¿de qué estamos hablando? Hasta en la feria nos venden las cosas más caras. Todo lo que digo es en base a mi experiencia.
Yo viví mucha discriminación. En la calle tuve mucho inconveniente, porque hay mucha gente racista; es difícil para los extranjeros. La gente es muy discriminadora, te ven el color y dicen: “tú eres lo peor”. La gente te lleva a un lugar en que no te puedes quedar callado, tienes que responderle. Caminando por la calle la gente te dice todas las cosas feas: “negra… de tu madre, devuélvete a tu país”. Muchas veces en el ascensor había gente que se paraba detrás de mí y me tocaban el hombro y me decía que yo no podía entrar al ascensor, porque era para enfermos. Un día me costó contestarle a un señor y decirle: “llévese el ascensor para su casa, así el ascensor es para usted”.
Trabajé dos años cuidando adultos mayores y dejé el trabajo por eso. Aunque yo sabía que estaban enfermas, había mujeres que me decían “esta negra… de su madre”, “ándate al inodoro y tira la cadena”. Vi mucha cosa que no me gustó, como maltrataban a gente enferma. Yo ganaba bien, pero decidí irme.
Ahora vivo en Punta Arenas hace tres años. Aquí es muy distinto. Vine a visitar a una amiga y vi la tranquilidad. La gente no te pasa a llevar, te saludan, aunque hay discriminación igual, pero no es todo el mundo. De todos los lugares de Chile en los que viví, Punta Arenas fue el que más me gustó. Mi hija me dijo: “si hubiera sabido que era así, no hubiera perdido tanto tiempo en Santiago”. Me traje a mi nieto, que no agilizaba en el colegio porque lo molestaban, y aquí mi nieto es una bendición en su clase.
Comencé a realizar trabajo sexual, al ver que me mataba trabajando. La renta era mucho más y no tengo que esperar un mes para cobrar el sueldo. Ahora no soy empleada de nadie y me dedico a mi trabajo. A veces pasaba en el hotel cuatro días sin volver a mi casa, porque no llegaba mi relevo, pero me estaba matando. En el trabajo sexual no cumplo horarios, saco la plata que necesito y resuelvo mis problemas. No es lo mismo que trabajar con un patrón. En este trabajo nadie obliga a nadie.
Hay muchas mujeres que no nos atrevemos a decir que somos trabajadoras sexuales, por el estigma y la discriminación que vivimos. Algunas dicen que salen a trabajar vestidas de enfermera y cuando llegan a los lugares se cambian la ropa, porque sus familias no las aceptan, no se atreven a decir lo que son. Si tú vas al hospital y dices que eres trabajadora sexual, piensan que eres un parásito, un bicho. Creen que somos focos de infección y es mentira, porque hicimos muchas encuestas, fuimos a todos los lugares, a todas las compañeras, y no nos salía a ninguna con VIH. Se hizo un estudio que las amas de casa tenían más porcentaje de VIH que nosotras, las trabajadoras sexuales. Tuvimos que sensibilizar al personal de carabineros y médicos. Ser trabajadora sexual e inmigrante es peor. Si es blanca, aunque sea dominicana o colombiana, pasa, no la discriminan tanto. A lo que la gente le tiene fobia es al color. Nos dicen que venimos a quitarles los maridos, pero es mentira. Nosotras no vamos a la casa de nadie, son ellos los que vienen donde una está.
Después conocí la Fundación Margen, nos capacitaron en promoción del VIH Sida. Allí tengo como siete años. Primero conocí a Herminda González y Nancy Gutierrez, ellas iban donde nosotras trabajábamos, por San Antonio, nos llevaban preservativos y nos invitaban a tomar cafecito o tecito a la sede y nos dieron talleres, nos mostraron las enfermedades que había y nos enseñaron a defendernos. Había mucha represión de la policía. Aunque una no hiciera nada, los policías te detenían y te dejaban tres horas esposada. Luego te hacían firmar un reguero de papeles y no te dejaban leerlos. En la Fundación todos los meses hacíamos asambleas, también había personal de Derechos Humanos. Primero me hice monitora y después me gané el puesto de vicepresidenta de la Fundación. Fundación Margen integra la Red de Mujeres Trabajadoras Sexuales de Latinoamérica y el Caribe REDTRASEX. Somos una organización internacional que está en catorce países y luchamos por la regulación del trabajo sexual, para tener los mismos derechos que tienen los demás. Nosotras lanzamos un libro: Más allá del margen. Memorias de trabajadoras sexuales en Chile, editado por el periodista Víctor Hugo Robles, coordinador en comunicaciones de la Fundación. Se trata de todo lo que nosotras hemos hecho y vivido. Nosotras lo hicimos, un libro muy bonito.
Con esta pandemia han mencionado a todo el mundo, pero a nosotras no nos nombran, no existimos. Estamos luchando por eso, para que nos atiendan en el hospital, nos den créditos bancarios para una vivienda. Nosotras pedimos que se respete a las trabajadoras sexuales, que tengamos salud integral, que no te vean como una escoria, porque es un trabajo como cualquier otro y esperamos que algún día se regularice. ¿Por qué tenemos que estar tapando el sol con un dedo? Vamos a la realidad. Queremos que todos sean libres, que nadie tenga que ocultar lo que es. Queremos el derecho de poder decir yo soy con la frente en alto.