Vuelo rasante [sexta entrega]
El asceta nórdico
Rigurosidad o muerte.
Más trabajo
Una de las frases de campaña más llamativas que he escuchado es la que dijo el candidato republicano que desafió a Obama en su reelección: “Es hora de poner a trabajar a este país”. ¿Pero no es ese justamente uno de los mayores problemas de Estados Unidos? Mi experiencia en una empresa norteamericana es que los estadounidenses se toman completamente en serio el trabajo como para pensar que todavía pueda quedar capacidad disponible, digamos. El acelerador va al máximo. Un domingo en la tarde en un aeropuerto es una suerte de oficina a las doce del día. Pensé, de hecho, que era lunes cuando hice conexión en Denver hace algunos años. Negocios por todos lados, sensación de urgencia, oportunidades que podrían estarse yendo frente a nuestras narices. Las paradojas del parloteo político.
Malicia
Frase de Guillermo Cabrera Infante: «Borges es el Homero de los pobres». Qué bien funciona a veces la malicia, pero es bueno saber que si nos pasamos de rosca herviremos en el círculo de los vanidosos.
Horas perdidas
Cuántas veces no nos pasó: por alguna razón no pudimos ir a una fiesta y estuvimos todo ese tiempo con la cabeza allá, imaginando euforias, irrupciones felices. Pero al otro día llegaba la información: “No te perdiste nada”.
Pregunta
Una de las últimas conversaciones que tuve con mi abuela paterna, en el año 2005, antes de que su alzhéimer hiciera crisis, fue sobre el Festival de Viña. Me preguntó, muy preocupada, si todavía existían humoristas que hacían reír a la gente “con inteligencia”. Le contesté que sí. “Qué bueno escucharlo”, me respondió aliviada.
Flotando solo en alta mar
Un roce en los pies da miedo; el segundo es aterrador.
El final de todo
La muerte térmica del universo sería el final de todo: hasta la última estrella termina por extinguirse, se acaban para siempre las perturbaciones físicas de cualquier especie. Ausencia completa de información. Como dice la ciencia, sólo queda “un vacío helado y sin estructura”. Lo mínimo después de la nada, pero no la nada.
El gesto del Tractacus
El Tractatus de Wittgenstein es un gesto existencial maestro: aspira a resolver todos los problemas filosóficos desanudándolos mediante una estrategia perfectamente racional: determinando con exactitud los límites entre lo que puede y no puede ser dicho. Publica el libro y se retira. Tiempo después vuelve al pensamiento conceptual cuando se da cuenta de que había un error de base en esa perspectiva: no había tomado en cuenta la dimensión pragmática del lenguaje. ¿Sintió realmente un alivio en el intertanto, un saludable dejar-de-pensar? ¿Años preocupado de asuntos abstractos y de pronto ver que todo se clarifica? Y podría haber algo más, la conciencia de que se le ha hecho un jaque mate a la realidad: aunque se quiera, ya no hay cómo seguir.
Chicotazo
“Ríe viernes, llora domingo”. ¿Será universal este dicho? No lo creo. Ah, culturas benditas donde no existe.
Stoa
Bajar la neura sin bajar la guardia, tomar las cosas como vienen, respirar hondo y seguir.
Doble placer
Es doblemente placentero ser la única persona en el cine que se ríe de un hecho puntual, por ejemplo cuando el protagonista está en las últimas y algo vuelve a salirle mal. Está el placer siempre sano de reírse y está el placer, quizás narciso, de conectar de manera exclusiva con el director, aunque exista la posibilidad de que él no se haya reído. Entonces podría hablarse del placer de una ilusión comunicativa, o de imaginarse agudo.
Época
“Bueno, finalmente es la época que nos tocó”, pero dicho de manera neutra, casi indiferente, sin la pesadez trágica del lamento, como Diógenes frente a Alejandro pidiéndole que no le tape la luz del sol.
Leibniz
Siempre tranquilos, de Dios no cabe esperar nada malo.
Pole position
Con mi hijo Tomás, de doce años, jugamos a veces a las carreras de autos en su Playstation 5. Pareciera ser una película: así de real se ve la pista, la lluvia en el parabrisas, los anocheceres con nubes negras. Ayer le mostré un video en Youtube del juego de autos que nosotros jugábamos en Atari por allá por el año 1983: el Pole Position. ¡Su cara! ¡Y su pregunta a los veinte segundos! “¿De verdad jugaban con tus primos toda la tarde a esto?”. Sí señor, toda la tarde. Qué lenta y carente de toda emoción me pareció la carrera. Pixeles tamaño familiar, sonidos de presuntas ronceadas que, si no estuviéramos viendo la pantalla, no podríamos saber a qué se deben. Puras abstracciones de bajísimo presupuesto. No me sentí del siglo XIX o del paleolítico, porque no era un problema de época. Era más bien un problema de ¿mundo?
Primera clase
En la primera clase de filosofía que tuve al entrar a la universidad el profesor Daslav Petricio contó la anécdota de un cura jesuita que había estudiado a Hegel durante unos treinta años pensando que encontraría algo que se le escapaba, como quien tiene una palabra en la punta de la lengua. Finalmente el sacerdote concluyó que al otro lado del laberinto de ideas no había nada.
Sin necesidad
Hay un recurso cómico en las películas que es el paradigma de la ingravidez discursiva. Alguien le da un largo speech a otra persona, por ejemplo a un compañero de trabajo; se concentra en los detalles, reflexiona, hay partes en las que incluso actúa, se apena, ríe; en fin, pareciera decirlo todo. Una vez que termina, el otro le pregunta: “Perdón, pero ¿qué has dicho? Estaba desconcentrado”. Respuesta inveterada: “Olvídalo”.
El llamado del apocalipsis
El poeta Juan Luis Martínez, en la última entrevista que dio, dijo que era un poeta apocalíptico. Supongamos que tuvo razón: el apocalipsis comenzó; ya no hay cómo detener la licuación de todas las instituciones y –podría agregarse– de toda forma reconocible de sociabilidad. ¿Qué se sigue de esto? ¿Adoptar una religión? ¿Regirnos por el ideal estoico, escéptico o epicúreo? ¿Suicidarse? ¿Nada? Hay algo innegable: por lo que se ve, se trata de un apocalipsis lleno de posibilidades.
Sumo
En el sumo no se celebra el triunfo ni se lamenta la derrota. El modo en que el luchador vive le permite manejar estas emociones, y posiblemente todas las demás.
Casos gravísimos
En la casa de mis abuelos maternos era común que se hablara de gente que había quedado con secuelas irreversibles, o desfigurada, o postrada en una cama de por vida. Los males crónicos solían aparecer en las conversaciones, lo mismo las agonías terminales, los desahuciados, los que habían quedado clínicamente muertos. En un comienzo estos temas me producían bastante angustia (sobre todo los “diagnósticos reservados”, indecibles en su gravedad), pero con los años me di cuenta de que se trataba de una suerte de competencia de quién contaba lo más terrible. Casi siempre ganaba mi abuela, sobre todo por la cara de desgracia que ponía, como diciendo, siempre usando un tono lúgubre, “así es, ocurrió tal como lo escuchan”. Todo esto en un comedor lleno de humo, tazas de té y galletas de champagne.
Esbozo pirrónico
Tampoco es como ahora crees.
Locura
Mientras almorzábamos con Erick Pohlhammer en Lastarria, un tipo nos vendió un poema suyo fotocopiado. Su apellido era Vargas o Parga. Nos contó que escribía poesía desde niño, que corregía mucho. Recibió la plata y se fue. Un verso decía: “La vida es la sala de espera de la muerte”. Comentario de Pohlhammer: “Está loco”.
Frase terrible
Frase terrible del Fausto de Alexander Sokurov: “Los infelices son peligrosos”.
Películas de terror
Sabemos ya que esas secuencias iniciales que estamos viendo son de una normalidad sólo aparente. Lo maligno es invisible y lo tiñe todo, por eso estas escenas son angustiosas: una casa, un auto que llega o parte, los aleteos de un pájaro en un árbol.
Memorias
“Han pasado demasiadas cosas”. Así podría partir un libro de memorias. Bien, cuente lo que le pareció más importante y trate de explicar por qué. No se inhiba: el libro también será un viaje a su interioridad. En caso de que ésta no exista (algo así no puede ser descartado), seguramente el acto de indagar en ella irá produciendo el objeto buscado, a la manera de la expansión del universo: el espacio crece con él.