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Vías de extinción de Klaudia Kemper: “Creer al fin”


En algunas oportunidades el ser humano tiene pensamientos que ocurren como una intersección entre la historia pequeña y la gran Historia; a veces se expresan como un presentimiento, un síntoma o incluso como un sueño. Por ejemplo, el sueño que Charlotte Beradt tuvo en los años treinta. Al despertar se le vino la idea de que ese sueño no podía ser solo de ella, se propuso entonces recopilar material onírico en Alemania entre el año 1933 hasta 1939. Escribió el inconsciente del Tercer Reich. Porque un sueño, como una idea repentina, pueden llegar a ser un “sismógrafo del alma” de una época.


Vías de extinción de Klaudia Kemper nace de una impresión que le cayó encima con el fuego en el Amazonas en 2019. Desde luego que de la amenaza climática se ha dicho mucho, sin embargo, ante lo que podría ser considerado un desastre más, Kemper padeció un pensamiento –porque hay pensamientos que no se tienen, se padecen– de que el futuro podría ser realmente uno sin seres humanos. El mismo año de los incendios, en Chile, como en otros lugares, ocurrió un estallido social y muy pronto el cierre del mundo con la pandemia de COVID-19. Acontecimientos que aceleraron la experiencia de fragilidad e incomprensión del mundo que ya se venía incubando, y que en los últimos años se ha convertido en una atmósfera que atraviesa la salud mental y social. En 2023 la ONU advirtió que entramos a la fase “de ebullición global”.


Ebullición: estado de agitación. Movimiento violento del agua por aumento de su temperatura.


El pensamiento que engendró a Vías de extinción refleja lo que la filosofía de la historia ha llamado estado de ánimo finalista. No porque sea la primera vez que el ser humano piense que se encuentra en el último capítulo del mundo, sino porque el modo de experimentar el tiempo se ha visto afectado tras la caída de la historia como soporte del sentido. El tiempo, el pasado y el futuro, no son fenómenos inmutables, son experiencias afectadas por la manera en que el ser humano comprende la historia. Si la Modernidad inauguró el futurismo, es decir, una forma de comprender el mundo y el porvenir como proyecto moldeado por la voluntad humana; la llamada Posmodernidad se abrió con otro régimen temporal: el presentismo. Una especie de eternidad desencantada, cuyo ánimo oscila entre el tedio, la frivolidad y el pragmatismo político. A fin de cuentas, un estado de ánimo cuyo sentir es el del simulacro, causado por la desconfianza ante el futuro; porque ni del negacionismo, pero tampoco desde la ansiedad generalizada, hay comienzo. Hay relatos sí, pero lo que ya no es seguro es que creamos que seamos capaces de proyectar algún futuro.


Paradójicamente, Vías de extinción expresa el interés por la vida en todas sus manifestaciones. Como el sueño de Beradt, la impresión de Kemper la pone a trabajar, y como la mujer alemana, les otorga a los materiales inconscientes la dignidad de los pensamientos diurnos. Nada nace si primero no se imagina o se sueña. Por ejemplo, la serie Un lugar en el mundo toma recursos de todas partes, no rechaza lo anacrónico, imaginarios antiguos o soñados, no distingue el adentro del afuera: un cuerpo es un territorio en el que se trazan mapas.


La serie Vías de extinción es, por un lado –el que podría parecer más explícito–, una crítica a las formas de vida actuales y una búsqueda en los saberes ancestrales y marginados de la racionalidad técnica. Su obra expresa la incomodidad latinoamericana, territorio que no solo ingresa al relato de la Historia universal tarde, sino que ingresa a esa Historia desde una razón ajena. Kemper pone al continente de cabeza en Las fallas de América, quizá para decir que hay otras historias, unas que pudieron ser y no fueron, historias cuya potencialidad está pendiente.


Pero, por otro lado --quizá el menos evidente-- su obra no es un gran relato sobre el retorno a algún origen, ni a una Tierra ni a una Verdad. Más bien se trata de materiales disponibles, reales e imaginarios: pero no se trata de volver. No se puede volver, salvo en la narcosis, la locura y la muerte. Volver es el sueño de retornar al tiempo previo al dolor de existir separados en los pronombre tú – yo. Kemper dice “esto es otro cuento, quizá una nostalgia de la infancia”. Infancia que no es más que un sueño. No se puede regresar la manzana al árbol. Somos animales inevitablemente caídos. Eso significa que no hay paraísos hacia donde avanzar, tampoco volver.


No hay orígenes: somos historias.


Toda la diferencia es si esas historias son escritas con la prepotencia (u omnipotencia infantil diría el psicoanálisis) de las mayúsculas: Dios, Historia, Razón, Humanismo, Poshumanismo, Técnica, Naturaleza. Las mayúsculas son abstracciones que suelen sacrificar el presente por futuros virtuales, y a los seres humanos reales por nuevos seres humanos por fabricar.



Vladimir Nabokov escribió que en su infancia sufrió un episodio de cronofobia. Vio una película casera previa a su nacimiento, y espantado, supo con ello, que un día, el mundo seguiría sin él, y dijo: la cuna se mece sobre el abismo. Somos animales de abismo porque estamos tocados por la muerte. Somos animales separados de la cosa en sí, somos animales que se bajaron del árbol, (y tal vez sea ese resentimiento el que lleve a hacer leña del árbol caído). Pese a ello, el ser humano ama, crea, sueña, le duele la muerte de quien es insustituible (aunque suele fantasear con fundirse en un Uno universal). Y son precisamente esas experiencias, historias que ocurren por todas partes y en todo el mundo, la Insistencia de la vida. Nombre que toma una de las obras de la artista, imagen de una vida que nace de otra vida y de otra especie. Porque en su obra las vidas diversas están entrelazadas.


En la obra de Kemper, esas insistencias se infiltran en sus imágenes, pese al fuego. Como si supiera de la existencia de otro tiempo, antiguo, rotundo, en que vida y muerte son un círculo y un ritmo. La materialidad en algunas de las obras evoca lo perecedero, como en la serie Pelo, cabello que se desvanecerá junto a las palabras creadas con él. Lo perecedero no impide crear belleza, sino que, por el contrario, es precisamente lo finito lo que hace de la belleza algo singular, “una rareza en el tiempo”, como escribió Sigmund Freud.


En su imaginario evoca cuentos viejos y los reinventa como nuevos mitos, como en las imágenes de las mujeres fabulosas en Superpoderosas. También en sus Mapas Conceptuales hay una idea del pensamiento, no como una verdad, sino del pensamiento como una planta: algo vivo, no hay una meta, sino ramas con historias múltiples. A fin de cuentas, no sirve decir la Verdad, sino abrir la posibilidad del decir: habilitar la existencia de las historias plurales.


Ante el fuego la pregunta: ¿qué queda?


Queda la lengua, la obra, la historia en su función de sostén existencial. La Fe – otro nombre presente en su obra – no es una historia con la H enorme de las verdades (y, por cierto, de hombre), sino del rito pese a todo: sin Dios, a cielo vacío, el respeto por el mundo. También el buen humor –porque los trazos, los materiales y los colores en su obra, transmiten buen humor – y la compasión por la condición humana.

¿Podríamos perder la lengua con la que hacemos historias? El lenguaje técnico, el lenguaje paranoico, todas aquellas lenguas que hablan en nombre de la verdad y olvidan lo que le deben a la ficción, a la metáfora y al humor, son un silencio –aunque griten – peligrosos para la condición humana.


Perder la lengua quizá sea la vía de extinción en la que no hemos reparado. No es la catástrofe que aparece en la prensa. Sin la lengua que narra, que transmite a las nuevas generaciones, sin la lengua para la creación, la libertad, las promesas y el perdón, es decir, esa lengua que se mece sobre el abismo ¿cómo podrá entonces inventar el ser humano algo para vivir ante la verdad de la muerte? ¿Cómo transformará el dolor y el miedo?


La obra de Kemper está cruzada por otra capa de preguntas acerca de esos abismos. La enfermedad, la maternidad, el envejecimiento, la muerte de la madre y del padre, el lugar en la genealogía, la pregunta por la herencia. La pérdida de la lengua del padre, por cierto, psicoanalista. Todas preguntas demasiado humanas, es decir, sin paraíso, sin respuestas totales.


Si Vías de extinción fuese un trabajo onírico, la serie Trapitas sería el ombligo del sueño. De despojos está hecha Trapitas. Paños sucios a los que nombra en femenino, como un guiño al tiempo de las mujeres, pero es más inquietante que su nombre sea un diminutivo, como los trapitos de la infancia. Esos que usamos en el proceso –nunca logrado para siempre– de separarnos. Trapitos sucios que son pedacitos de cuerpo de la ficción de la unión e indiferenciación con la Madre (en mayúscula, porque es una fantasía). Testimonio de la orfandad estructural del ser humano, pedacitos de angustia, pedacitos de paraíso, trapitos sucios que se lavan en casa, porque son pedacitos de fragilidad: la evidencia de que tenemos miedo.


Las Trapitas son restos a los que se les otorga otra dignidad, se les pone letra. Litter (basura en inglés) suena como letra: se escribe desde los restos de la separación. Esa causa del deseo (no objetos del deseo) es el secreto de la creación humana. La causa oculta detrás de los imaginarios, las Madres, la Tierra, la Idea, los objetos de deseos de moda; detrás de todo ello, existe la pregunta y la insistencia por (y de) la vida. Poner una letra tras otra y de pronto tienes una historia.


Ser desarraigados es nuestra condición. Y no pese a ello, sino a causa de ese desarraigo, es que somos escritura, la vida es interpretación y obra. Por eso hacemos política, arte, y el amor, todas cosas que no tienen ningún fundamento, ninguno más que la ilusión y el deseo: forma laica de creer. Ser capaces de retardar la muerte creando otro tiempo, uno vertical que suspende momentáneamente al tiempo cronológico, hecho de historias y proyectos, tal aptitud, es de los mayores tesoros de la cultura.


La negación de la realidad como el catastrofismo paralizan. Pero por todas partes están quienes limpian la cuchara para el día siguiente, es la insistencia de la vida; lo real de un futuro. Para que haya mundo. ¿Son los Buenos augurios en la obra de Kemper?


En una trapita dice: “Alguna vez en alguna playa fui feliz, y eso también pasó”. El psicoanalista Donald Winnicott decía que la gente libre es capaz de agradecer. Quizá esa podría ser una actitud para un siglo que se abrió como epílogo.



*“Vías de Extinción” es la última exhibición del prolífico trabajo de la artista visual y cineasta radicada en Chile Klaudia Kemper, que se inauguró el pasado sábado 23 de septiembre y se mantendrá en las salas 3 a 6 del Museo MAVI UC hasta el 23 de noviembre de este año. Con más de 140 exposiciones (que incluyen la pintura, la animación, la fotografía, el video, la instalación y el cine documental).

Su obra es parte de importantes colecciones públicas y privadas dentro y fuera de Chile, destacando entre otras: Museo Nacional de Bellas Artes, Chile; MoMA N.Y., EEUU; Museo de Arte Contemporáneo de la Universidad de Chile; MAVI UC, Chile; MAM Chiloé, Chile; MUMA (Museo de Mujeres), México.


Enlaces:

Web oficial: www.klaudiakemper.com

Instagram: @klaudiakemper






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