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Weil y Žižek: no hay futuro, ¿sí hay porvenir?

Foto del escritor: Juan Rodríguez M.Juan Rodríguez M.

Hacer la guerra, una reunión de ensayos de Simone Weil, y Demasiado tarde para despertar, lo más reciente en castellano de Slavoj Žižek, invitan a preguntarse por el lugar y sentido del pensamiento cuando la realidad, desde la crisis climática al genocidio en Gaza, parece tenernos maniatados y sin mañana.



1. Tal vez nunca ha habido futuro. Si es cierto que estamos entregados a fuerzas que nos llevan de aquí para allá, de allá para acá, fuerzas no solo de la naturaleza, sino también humanas, de origen humano, pero fuera de nuestro control, desde la guerra al capital, fuerzas sociales, podríamos decir, si eso es cierto, entonces lo que llamamos futuro no es más que la continuidad de nuestro presente, su desarrollo, nos guste o no, lo queramos o no; no es que no haya cambios, tampoco es que estemos entregados a un determinismo mecanicista, es que, dentro del abanico de posibilidades, lo que pase, pase lo que pase, era esperable: el mañana es consistente con el hoy, y nosotros, en el mejor de los casos, somos una caña pensante, como dijo Pascal, solo que si el filósofo francés nos describió así para resaltar nuestra grandeza, la grandeza de la razón, para decir que somos una cosa, sí, pero una cosa pensante —“el hombre es sólo una caña, la más débil de la naturaleza, pero es una caña que piensa”—, nosotros podríamos darle vuelta a esa generosidad y decir sí, pensamos, cuando pensamos, pero igualmente somos una cosa entregada a la fuerza.

 

2. Desgracia o desdicha, así llama Simone Weil a lo humano hecho cosa o siempre cosa de la fuerza, o de la gravedad, como también dice ella. Que en medio de la fatalidad haya quienes tienen buena fortuna y otros mala, que haya ganadores y perdedores, personas que dominan y otras que son dominadas, no cambia el hecho fundamental: nadie es libre. Todos, amos y esclavos, somos desgraciados. No es menos objeto Augusto Pérez, el protagonista de Niebla, que Miguel de Unamuno, el escritor dentro y fuera de la novela. Somos títeres. Con o sin pensamiento (perdón Pascal), no hay futuro, nunca lo ha habido. Ni lo habrá. ¿Qué puede hacer el pensamiento frente a guerras, pestes, comercios, dineros o trabajos, maquinarias y estructuras, fuera de contemplarlas, quizás describirlas y hasta criticarlas? Pensar la desdicha, ¿y qué? Puede escribir ensayos, como hizo Weil en los años entre las dos guerras mundiales, cuando Europa se encaminaba a la autodestrucción, ensayos como “No empecemos de nuevo la guerra de Troya”, “La Ilíada o el poema de la fuerza”, “La agonía de una civilización vista a través de un poema épico” y “¿En qué consiste la inspiración occitana?”, reunidos recientemente en el libro Hacer la guerra, escribir, digo, ¿y qué? ¿Acaso el futuro fue otro del que anunciaba el presente? “Vivimos en una época en que los peligros de ruinas y matanzas causadas por los conflictos entre grupos humanos superan con creces la seguridad relativa que proporciona a los hombres cierto dominio técnico de la naturaleza”, escribe Weil en 1937. Escribió. Y ahí seguimos, en 2024. Y probablemente seguiremos. Y el pensamiento, bien gracias. Aunque, solo por llevar la contra, que algo sea imposible, que sea inútil, ¿es razón para dejar de intentarlo?

 

3. Libertad, Igualdad, Nación, Democracia, Capitalismo, Socialismo, Comunismo, Mercado, Estado, Autoridad, Propiedad, Seguridad. Grandes palabras, piensa Weil, “palabras adornadas con mayúsculas”, pero vacías de significado, que habría que definir, precisar, solo que si lo hacemos se les cae la mayúscula. Y entonces qué hacemos. La política no piensa, eso no lo dice Weil, pero podría decirlo. Sí dice esto: “Para ocuparse del asuntos humanos, nuestro mundo político está poblado exclusivamente por mitos y monstruos; en él solo conocemos entidades, absolutos”. ¿La tarea del pensamiento es hacer precisiones? “La «caza de las entidades» en todos los ámbitos de la vida política y social es una tarea urgente de salubridad pública”. ¿Será, es, el papel del pensamiento desentrañar o descubrir el vacío que hay detrás o en el fondo de las grandes palabras que justifican las guerras?, ¿cazar abstracciones? Y si lo es, ¿para qué? ¿Dejar al desnudo la fuerza tendría algún efecto práctico, concreto? ¿Se evita o se detiene así una guerra (o cualquier fuerza)?

 

4. “La contradicción esencial de la sociedad humana es que toda situación social reposa en un equilibrio de fuerzas, un equilibrio de presiones análogo al equilibrio de los fluidos”. El asunto, apunta Weil, es que el prestigio y el poder, eso que nos motiva, que nos mueve, no tiene límites y se construye a costa de otros, sobre otros, no se equilibra, va por más, necesita más. ¿Qué puede ahí el pensamiento? “Parece que tenemos ahí un atolladero del que la humanidad solo puede salir de milagro. Pero la vida humana está hecha de milagros”. ¿Toca esperar un milagro? ¿Y entonces para qué pensar, para qué hacer cualquier cosa, salvo esperar? Ahora, claro, ¿puede esperar quien está sumergido en el trajín, quien conduce un tanque, por ejemplo, o quien juega en la bolsa, o más bien están solo subordinados a la fuerza, lanzados al futuro de este presente? Tal vez pensar nos haga descubrir que hay una contrariedad y que entonces podría haber una alternativa, otro futuro. Weil: “Es la nube de las entidades vacías la que impide no solo percibir los datos del problema, sino incluso sentir que lo que hay es un problema por resolver, no una fatalidad”. ¿La fuerza es un problema? ¿Descubrir el problema que es la fuerza, eso hace en concreto el pensamiento?

 

5. En Demasiado tarde para despertar, Slavoj Žižek reconoce o acepta, sea porque lo cree realmente, sea para extremar su apuesta, que no hay futuro, que, desde la crisis de la democracia a las crisis climáticas, con pandemias y guerras, este, ahora, es el fin del mundo. O sea, sí, somos marionetas de fuerzas que, aun cuando sean humanas, no podemos gobernar. Y, sin embargo, hay espacio y tiempo para el milagro porque reconocemos esa impotencia, y ahí o desde ahí podemos movernos y hasta transformar. Hacer política, una política que piensa. O sea, la crisis, las crisis, sería el tiempo y puede que siempre sea el tiempo de interpretar el mundo para transformarlo.

 

6. Al comenzar su libro, Žižek hace suya la distinción entre futuro y porvenir. Uno es esa continuación del presente de la que hablamos, es la realización de tendencias que ya están en marcha; el otro, en cambio, apunta hacia una discontinuidad, hacia algo nuevo, “una ruptura radical”. Que mañana vaya a trabajar es un futuro, no un porvenir, por ejemplo. O la muerte, porque si extremamos el punto, el único futuro es la muerte, de modo que vivir lanzados al futuro, como nos suele suceder, sin porvenir, es lanzarse a la muerte.

 

7. “En la situación apocalíptica actual, nuestro horizonte último”, dice Žižek, nuestro futuro, “es lo que Jean-Pierre Dupuy llama «punto fijo» distópico: un punto cero de guerra nuclear, colapso ecológico, caos económico y social global, el ataque de Rusia a Ucrania que provoca una nueva guerra mundial, etcétera”. O, agreguemos, el genocidio que está cometiendo Israel contra los palestinos. Se trata, pues, de interrumpir el camino o la deriva hacia el punto fijo. ¿Cómo? Proyectando la catástrofe, proyectándonos en ese futuro, responde Žižek, y de ese modo obligarnos a actuar para evitarlo: “Si consideramos que nuestro destino es la catástrofe, algo inevitable, y luego nos proyectamos en ese futuro, adoptando su punto de vista, insertaremos retrospectivamente en su pasado (el pasado del futuro [o sea, en nuestro presente]) posibilidades contrafácticas («Si hubiéramos hecho eso y aquello, esta catástrofe no habría ocurrido»). A partir de ahí podemos actuar hoy en función de esas posibilidades”. Suena a literatura distópica y capaz que de eso se trate, de hacer literatura: distópica, primero, después ucrónica, algo como pasará esto, pero qué habría pasado si hacíamos esto otro. ¿Ese ejercicio nos permite hacer problema de lo que parece fatalidad? ¿Es eso lo que hace Weil, lo que hace el pensamiento? Por ejemplo, en estas palabras, en esta idea, en este ejercicio mental, luego de habernos arrojado, Weil, a la aparente inevitabilidad de la guerra: “Dado que no siempre hay guerra, tampoco es imposible que haya una paz indefinida”.

 

8. La fuerza puede influir en el pensamiento, dice Weil, en su curso, por siglos y en vastos espacios. ¿Puede el pensamiento no gobernar pero sí resistir a la fuerza? ¿Puede reprimirla en el sentido en el que los filósofos grecolatinos sugerían reprimir las pasiones? ¿El pensamiento es la virtud en medio de la (buena o mala) fortuna? “Conocer la fuerza es, reconociéndola como casi absolutamente soberana en este mundo, rechazarla con disgusto y deprecio”. Casi absolutamente soberana. O sea, hay margen. Weil propone ir al pasado, ella va a la Ilíada y a Occitania para pensar la fuerza y para descubrir posibilidades. En el pasado, parece, hay alternativas. O en todo caso hay palabras, historias, realidades libres del peso de la mera actualidad, distintas del sentido común que nos ayuda a andar en el mundo y que por eso nos ciega al mundo, que lo desproblematiza. De nuevo: interpretar para transformar. De eso se trata. Porque, contra lo que creía Marx, o cierta lectura de Marx, no hay transformación del mundo sin interpretación del mundo.

 

9. En medio de la fuerza, de cualquiera, la guerra o el capital, ¿el pensamiento es la demora, la revolución, como si durante el vende y compra el corredor de bolsa se detuviera a hacer consideraciones ajenas a la carrera que corre (¿por qué?, ¿para qué?, ¿está bien?), como si el soldado, que detona bombas que destruyen casas y pueblos, sacara el dedo del disparador y empezara a preguntarse si no estaría mejor en otro lado? ¿Como si dudaran, pararan, pensaran? O más simple, ¿como si se distrajeran del presente y entonces del futuro?

 

10. Žižek cree que, así como están las cosas, es el presente el que nos tiene atados, lejos del lugar común que dice que está lleno de posibilidades; en realidad, es el pasado donde o cuando podemos discernir alternativas: “Dicho de otro modo, el pasado está abierto a la reinterpretación retroactiva, mientras que el futuro está cerrado. Esto no significa que no podamos cambiar el futuro; solo significa que, para hacerlo, primero deberíamos [...] cambiar nuestro pasado, reinterpretándolo de manera que se abra hacia un futuro diferente”. O sea, cambiar el destino.

 

11. Tal vez las posibilidades son un regalo que el pasado le hace al presente. Un recuerdo. Un don. Un porvenir. ¿Pensamiento y memoria, de eso hablamos? ¿El pensamiento como rememoración, a lo Platón, a lo Heidegger? No sé. El pensamiento tiene algo de detención, de interrupción, de espera, de huelga. Es un tiempo holgado, extendido, a destiempo, intempestivo, anacrónico y por ello contemporáneo. Atento. Urgente, o mejor: emergente. Si estamos sometidos a la fuerza, si esa es la normalidad y si a esa normalidad la llamamos futuro, en el sentido de que es un tiempo fijado, conducente, conforme, lanzado, previsible o al menos esperable, entonces al pensamiento (¿al milagro?) lo podríamos llamar presente (regalo), en el sentido de que abre un presente o insinúa una presencia en medio de ese futuro, extraño a ese futuro. Da una posibilidad, un porvenir, que, claro, no garantiza nada, porque después de la pausa podemos seguir en lo mismo, pero podría ser que no, eso es todo y de eso se trata. La pregunta ahora es cómo ocurre el pensamiento, o más bien, ¿ocurre o lo provocamos?

 

12. Cuando este texto ya estaba terminado, Israel rompió el alto al fuego en Gaza y bombardeó a civiles. Ya son más de cuatrocientos los asesinados. “Todo el mundo estaba lleno de miedo, sin saber adónde ir”, dijo un vecino a la BBC.

 

 

Hacer la guerra
Simone Weil
Traducción de Juan Vivanco Gefaell
Taurus, 2024.


 




















Demasiado tarde para despertar
Slavoj Žižek
Traducción de Damià Alou
Anagrama, 2024.

 



 

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