¿Y usted?
[Quizá] Usted, como yo, no es palestino ni israelí. No es musulmán ni judío. Ni árabe ni semita. Usted tal vez es creyente, ateo o agnóstico, aunque como yo, cualquiera que sea el caso, no puede eludir y acepta que su fondo de armario y los cimientos de su estructura mental están profundamente anclados al andamiaje cultural de los dos mil años de Occidente cristiano que lo rodea. Usted no es practicante ni devoto, aunque tiene los libros sagrados de las tres grandes religiones en la biblioteca. Los ha leído. Sabe muy bien que no ha llegado al fondo ni entendido el espíritu profundo de cada uno de ellos, porque le falta fe, pero los respeta y los encuentra deslumbrantes.
Usted es un observador en la marea tempestuosa, bienintencionada, malintencionada y superficial de las redes. Allí tropieza con ángeles y demonios, muchos jueces, seres virtuosos y malvados sin matices que a menudo cambian de rol o de papel según el púlpito desde el que pontifica el emisor. Usted navega a ciegas en la oscuridad del escepticismo, ese mal que sabe que lo aqueja. A veces siente envidia de quienes no dudan jamás. La eterna batalla es luz-oscuridad pero en ese conflicto binario también hay espacios ambiguos por los que la noche y el día se transitan. Usted trata entonces de informarse, lee varios diarios y periódicos de signo y sesgo diferente. Ve CNN y Al Jazeera. Intenta discernir y separar información de propaganda. Y no lo encuentra fácil. Intuye que cada parte omite una parte y atiende a sus razones y usted, pobre espectador, siente que fracasa, porque sabe que nunca conseguirá unir y ver el todo por sus partes. Que la Verdad está en boca de todos y en manos de nadie.
Usted se pone manos a la obra, lo intenta. Indaga, profundiza, trata de aprender. Lee sobre la caída del imperio otomano, llega a la Declaración Balfour, a los acuerdos de Sykes-Picot y a la traición de las promesas incumplidas al jerife Hussein y a su sueño de la gran nación árabe. Ha sabido del proyecto del nuevo corredor comercial euro-asiático que, partiendo en India, incluiría a Arabia Saudí, Israel, Jordania y Egipto reventando el Belt and Road de China y dejando fuera a Irán. Usted intuye que hay cuestiones complejas y que por más que lea y vea no puede fiarse de nada porque la Historia tiene tantas caras como la verdad, esa Verdad con V inaprensible que no existe y en cuyo nombre se amparan y se justifican los grandes destrozos humanos.
Usted vive a miles de kilómetros, está muy lejos de los campos de batalla pero la batalla resuena y estalla en todos los rincones de su casa, se cuela en el desayuno, atrapa y retuerce sus ideas. Sabe también que por estos días, un millón de afganos han sido deportados sin compasión de los campos de refugiados de Pakistán. Sabe que la guerra en Sudán ha desplazado en medio año a siete millones de personas. Pero quizás usted, como yo, se levanta y acuesta con la atención absorta en otra región del mapa. Y se sorprende y enoja consigo mismo tratando de entender por qué hay dolor y sufrimientos que se sienten más próximos, intenta identificar cuáles son los mecanismos de la herencia cultural que determinan la intensidad de nuestra empatía y de cómo nos involucramos en unos o en otros conflictos. Ahí bucea revolviendo los trapos de su fondo de armario en búsqueda de respuestas. Porque quizá usted, como yo, no es activista ni académico. Ni siquiera experto. Es apenas un trabajador de industria, comercio u oficina. Ha leído algunos textos de Arendt sobre el mal, también varios de los bellos poemas de Darwish. A pesar de sus pocos elementos sabe que generalizar no es un formato inteligente de abordar las cosas, que Marruecos no es lo mismo que Indonesia, ni Italia la hermana gemela de Perú. Procura dar forma a su opinión con argumentos razonables y trata de alejarse de subjetivismos. Pero intuye que la razón reparte y que finalmente son las emociones las que inclinan la balanza. Las emociones que ante los distintos nombres de todos los horrores no encuentran asidero, ni economía, ni política, ni historia ni religión que legitimen las pilas de niños muertos en esta, en aquella o en cualquier frontera o territorio. Ninguno de los caudillos caerá en las batallas que alienta embozado en su Verdad y su Razón, en sus iluminismos mesiánicos y en los muertos sin nombre que cada cual pone sobre la mesa.
Y los días pasan. Los titulares y el eco de las voces se desinflan llevándose a los muertos viejos y a los muertos nuevos al olvido. El fiel de la balanza está roto. A quien tenga fe, le queda rezar. A quien no la tenga, ensayar una plegaria. O callar.
¿Y usted? Seguro que usted, como yo, lo último que busca es un catecismo o un eslogan. Seguro que siente tristeza y derrota. Y de sus lecturas, lo único que recibe es una bofetada de la Historia al comprobar que al hombre siempre le ha bastado un lápiz para cambiar los mapas según el siglo acomoda, sutilezas de cartografía cartesiana que el paisaje ignora mientras acoge sin distinción los cadáveres y los muertos de nuestra infinita torpeza.
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