Ya bueno, bueno ya, ya, bueno
Un viernes, una trabajadora de un turno nocturno de un parque eólico decide no levantarse para despejar los cientos de cadáveres de murciélagos en lo que alguna vez fue un campo de frutillas. ¿Qué hace falta para que un cuerpo decida no levantarse a trabajar? Mas bien, ¿cuánto hace falta? Discursivamente, esa es una de las líneas de construcción de Vampyr: el contacto vampírico en la relación entre, por un parte, los trabajadores del parque y, por otra, los murciélagos que mueren ahí producto de las colisiones con las aspas, pero, sobre todo, producto del barotrauma. El movimiento de las hélices crea diferencias de presión que hacen que los pulmones de los murciélagos colapsen al atravesar esos vórtex de muerte. Lo vampírico de la relación entre estas criaturas y los trabajadores, sin embargo, es que no se trata simplemente de la muerte, más bien, de algún modo ambos son muertos vivientes: “No dormimos porque estamos muertos, no descansamos porque seguimos vivos”.
La riqueza y complejidad discursiva de la obra no alcanza a mostrar, sin embargo, su verdadera potencia: el trabajo con el cuerpo, el lenguaje y el cuerpo del lenguaje. Durante toda la obra, pero sobre todo durante la primera mitad, brazos, piernas y cabezas de Marcela Salinas y David Gaete se mueven en pequeños espasmos que no se son simplemente teatrales, sino que despliegan ese contacto entre criaturas no humanas y trabajadores que no pueden descansar bajo el zumbido sin descanso del parque. Se vuelve entonces un esfuerzo, la comunicación. No por nada durante gran parte del inicio de la obra lo que sale de sus bocas no son palabras sino balbuceos y ruidos que llenan el escenario de una musicalidad cómica. Es difícil no preguntarse, por lo menos durante un momento, por cómo vuelven esos cuerpos actorales a sus casas, cuánto tiempo pasará hasta que los espasmos dejen de poseer a cada uno. Se trata entonces de un esfuerzo del cuerpo de la actriz y del actor que no hace sino poner en obra un cuerpo que, al trabajar, no puede detener su movimiento: no podemos parar de movernos porque no podemos parar de trabajar. Se quejan de que llegamos puntuales y que los pillamos montando, advierten que no hacemos ruido pero que solo escucharemos eso: un rumor o un ruido. Qué rabia. ¿Quién va a desmontar la obra?
Al igual que Estado vegetal y Cómo convertirse en piedra, Vampyr recurre a la repetición y variación de unidades de sentido que muestran un modo de funcionamiento del lenguaje o, más bien, de la lengua como sistema de signos. Como nos advierte tempranamente una voz en off, lo que está en juego no es lo que la lengua logra capturar en un sentido, sino justamente lo que se escapa de esa captura. En primer lugar, el escape se muestra en la proliferación. La escena en que uno de los personajes de Manuela Salinas juega con las palabras “bueno” y “ya” es un buen ejemplo de eso. Tanto el “ya” como el “bueno” sirven por sí solos para afirmar y confirmar, para alistarse antes de la acción. Puestos juntos, sin embargo, pueden funcionar de manera distinta, por ejemplo, para interrumpir un discurso y hacerse de nuevo del turno de habla: “bueno ya”, seguimos con otra cosa; “ya bueno”, entendimos tu punto, ahora podemos proseguir con lo que nos convoca.
La saturación de los “bueno” y de los “ya” encuentran su culminación en la lectura del informe a cargo del encargado de la empresa que realiza el catastro de los murciélagos muertos, para evaluar los daños y tomar medidas de compensación. Entonces tiene lugar el segundo momento en que se escapan las categorías de la lengua que deberían servir, por ejemplo, para hacer un catastro: ¿los murciélagos murieron realmente producto del parque? ¿Cuándo ocurre la muerte? Con el colapso de los pulmones no estaban realmente muertos: eran muertos vivientes. “Somos lo que los informes no informan porque no tenemos una sola forma”. Los encuestadores no tienen notas al margen, al igual que las preguntas de alternativa no permiten un desarrollo. ¿Cómo se evalúa entonces el impacto en lo que se conoce como Evaluación de impacto ambiental? ¿Cómo se puede medir lo que ha aguantado un cuerpo que no puede ingresar en la ley de la lengua? Pero el trabajador no puede decir eso al leer su informe, no puede decir nada porque no fue posible hacer un catastro. Y esa era su única función. “Ya bueno”, dice quien está a cargo de que las cosas se hagan rápido y que necesita que lleguemos a las conclusiones. No vale la pena poner objeciones, no hay catastro, pero habrá conclusiones.
Los sepultureros acá no cantan. En cambio, gritan “conchesumadre”, “échenme tierra”, “me pillan volando bajo” y “estoy de capa caída”. Quizás la costumbre les ha hecho familiar esa ocupación, pero hay que apurarse antes de que llegue la luz. Hay muchos cuerpos que ocultar y, por lo menos hasta un viernes en que alguien diga “ya está bueno ya”, hay que trabajar. Y tampoco hay que confiarse de lo que pueda mostrar la luz, después de decir “ya está bueno” hay que seguir trabajando.